«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Benzema I, El Deseado

25 de julio de 2016

A veces nos empeñamos en buscar fuera lo que tenemos dentro. En el amor. En la vida. La pretemporada futbolera madridista se ha empeñado en fichar nombres, ensayando posturas de defensa o de ataque, con la seguridad del conquistador. Una inercia. Nadie ha caído en que lo que ya existe es difícil de mejorar. Como en el amor. Como en la vida. Uno no sabe lo que busca hasta que lo encuentra. El R Madrid ya lo encontró. En 2009. Nuestro particular Maqroll el Gaviero. Conspicuously inconspicuous. Algunos canadienses ajenos al futbol (pocos, pero alguno hay), cerca del Ritz Carlton, en los taxis, en los bares donde desayunan, contemplaban estupefactos  la muchedumbre de fans que aclamaba enardecida a Benzema. Incluso, a algún espontáneo burlando la vigilancia de los guardias, enroscándose como ese pulpo que se ata a ti cuando ya has decidido dejar de bucear. Benzema es el fichajazo del verano.  Soplo de aire fresco convertido en un vendaval de buenas sensaciones. Se le ve feliz. Ríe. Esa sonrisa torcida, soleta, perdonavidas, como si mostrar satisfacción fuera a descubrir al personajazo. Bromea con Varane con los últimos ganchos y directos al saco de boxeo. Cada entrenamiento con la actitud de quien tiene todo el tiempo por delante. No deja un seguidor sin selfie, levantando suspiros y miradas de admiración. Y termina cada entrenamiento conversando con Zidane. Caminando lentos. Armónicos. Como padre e hijo. El padre dando un quiebro y ampliándolo, sacando punta a los tacos de sus botas y puliendo cada futura asistencia con la paciencia del maestro zen. El hijo, como Tadzio, que ni se oye en la película de Visconti. Atrás quedaron las diez plagas de Egipto culminadas en esa no inclusión en la Eurocopa de Francia. Apelando, los altos mandatarios del Gobierno, a la ejemplaridad del jugador francés, dejándole como a Espartaco ante los leones. Cuando comprendamos que los deportistas no tienen que ser ejemplo de conducta nos irá mejor. A los niños los educan los padres.

“Tout comprendre c’est tout pardonner”, como máxima.  El hombre ante el espejo, “quién es el hombre en el espejo/  no se parece en nada a mí”,  que canta Coque Malla. Con su tarjeta de visita clara, “lo cierto es que estoy aquí / otros por menos se han muerto / hiciste en los billares / la Primera Comunión”, podría cantar como Leño. “Héroe y villano, valiente y fanfarrón, generoso y arribista, escritor de genio y folletinista kitsch”, podría acogerse a la misma definición de Vicente Blasco Ibáñez. Y Karim, que no es de perder costumbres, con la testosterona hasta arriba sigue susurrando a la princesa Leia de esa noche, “te gusto porque soy un sinvergüenza. ¿Sinvergüenza? Me gusta cómo suena. No ha habido demasiados sinvergüenzas en tu vida”, a lo Han Solo. Sobre su Halcón Milenario (con carnet), que tantos dolores de cabeza despierta a Florentino. Un sinvivir tanto trasunto que nos hace temer cada domingo por su ánimo sobre el césped. Él, calla. Parco, ascético a ratos. Como si coincidiera con Michael Stipe: – “¿Qué haces para impresionar a los demás?”  -“Me quedo callado”. Sin silencio no hay música. Entonces incorpora a nuestra memoria histórica futbolística, sin saberlo, otra jugada al filo de la línea de fondo que enardecerá al colectivo. Su lenguaje corporal, en Montreal, transmite que se encuentra preparado para dejarse escrutar por las miradas ajenas sin temor a la crítica. Posee ese cuarto de atrás que le mantiene alerta. Porque su pasado sirve para escribir su presente. Él ha visto naufragar los sueños de muchos de sus más cercanos y ha logrado convertir esa flaqueza en arrojo. Deja en la taquilla del vestuario al clásico pandillero con la gorra hacia atrás para enfundarse el smoking blue velvet, imaginando la obra maestra. Con ese peso de la melancolía que ni sacado de la pluma de Pessoa. Melancolía, para Aristóteles, enfermedad del genio. Y con ese aire de poeta maldito, como si entrara en fase REM aguda, te preguntas qué pasa por su cabeza, por esos ojos aún no despegados del abrazo de Morfeo y de esos pies que, de repente, inventan y asisten al compañero con ese balón que lleva el gol escrito ya en las costuras. Y se paran los pulsos. Y hasta las rotativas. Y Florentino sonríe y piensa: qué bien me crecen los chavales. Destapando la esencia, “para emborracharse sin beber alcohol, para disfrazarse de Sherezade sin quitarse los tejanos y para estar medio desnuda estando vestida. En serio. Para eso sirven los buenos perfumes”, que dice Milena Busquets.

 

.
Fondo newsletter