«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

“Borrando ‘El Mundo’”

3 de marzo de 2017

 

Leo en no sé qué periódico o web o lo que sea que Donald Trump ataca a medios de comunicación como “The New York Times”. Dice el presidente que son “fake news”. Un escribiente de no se tampoco cual emisora de radio responde indignado: el tonillo de autosuficiencia le delata pero en realidad en lo que dice no hay ni una sola idea que haya pensado él. De hecho no hace nada más que reiterar los estereotipos que repiten los “media” día tras día, hora tras hora, no contra Trump sino contra algunas ideas que el pensamiento dominante no puede tolerar. Escucho la hiel encrespada de Federico Jiménez Losantos y, por un segundo, pensé que iba a dar alguna buena noticia. Creí que iba a hacerlo incluso dulcemente. Pero no. Morirá joven, pensé. Es imposible vivir todo el día cabreado pero es el precio que pagan los que siempre quieren tener razón: la tenía cuando era un marxista irredento y la sigue teniendo ahora que se ha reciclado en clave neoliberal. Cambian los contenidos pero no las formas y por eso, aunque reconozco su mérito, su valor y algunas de sus razones, me parece tedioso vivir en la ironía constante, en la burla eterna y el enfado contenido sempiterno. Esta inflación de emociones negativas me agota, más aún cuando sobre ciertos temas no tiene visiblemente ni idea. Es un caso más que me da pereza a los primeros segundos de escucharle.

Pero todo esto es culpa mía porque reconozco que tengo la aplicación de “El Mundo” en mi móvil. No escarmiento, oye. Incluso me he tragado –sin creerlos, claro- los embustes de Pablo Pardo sobre la última campaña electoral norteamericana, aderezados a menudo con profecías que no se han cumplido ni en un cinco por ciento. He curioseado alguna vez bajo los influjos del supuesto conocimiento experto de una tal Ana Sierra, que escribe sobre todos los frikis de la vida sexual e incluso he leído sus artículos que quieren hacer pasar por normales a madres que odian a sus hijos o que se arrepienten de haberlos tenido. No se qué frustraciones de juventud padece esta juntaletras pero el caso es que me cansa tanto o más que Losantos. Se me ocurre –estúpido de mi- abrir un artículo del pobre Raúl del Pozo, cuyo mermado conocimiento de casi todo es proverbial pero, el pobre, no tiene ni idea de su cruda realidad. Es que ni siquiera lo sospecha porque la tribuna de “El Mundo” le ha salvado de una tremenda crisis de autoestima. Por eso se descuelga con un artículo titulado “el autobús transfóbico”, en el que un párrafo más y acaba hablando de Franco. Cita a Milo Yiannopoulos, A Federico García Lorca y a Virginia Wolff. Del primero seguro que no sabe ni qué dice, salvo dos o tres titulares; los otros… pues eso. Como digo, del Pozo habló de cosas poco importantes y es natural.

Reflexiono un segundo y pasan por mi mente un debate de “Cuatro” sobre “el autobús transfóbico” en el que duré treinta segundos al comprobar que a la ponente Dios le había dado una significativa belleza para que nadie se fijase en lo que dice. Alguien me pasa un “twitter” de Pedro Sánchez también sobre “el autobús transfóbico” –la “transfobia” da para mucho- y me pregunto porque no hay test de IQ para nuestra clase política o al menos algún tipo de selección. También “El Pais” hace y dice de las suyas. Por unos segundos tomo conciencia de la íntima conexión que vincula tanta estulticia vestida de pensamiento respetable y con ello el pensamiento mismo se me torna sospechoso. Al fin y al cabo jamás sabremos en qué meditaba “el pensador” de Francois Rodin: a lo mejor no iba más lejos que Almudena Grandes o Ada Colau.

Finalmente me pregunto por qué tengo que soportar yo todo esto. ¿Por qué doy vía libre a que, por ejemplo, “El Mundo” me asalte diariamente con sus bobadas, mediocridades y puestos de trabajo inexplicables? Decididamente no me interesa. A veces gana uno más cuando pierde algo que cuando lo tiene y ese es exactamente el caso de esa aplicación de móvil que poluciona mi vida, esa ventana a un mundo parecido a “Narnia” en el que, sin embargo, han vencido definitivamente los malos, los tontos y los mediocres; es decir, todos aquellos que incitan a la sospecha sobre cualquier pensamiento vivo y creador.

Es un momento solemne. Enciendo la pantalla y la desbloqueo. Voy al icono de “El Mundo” y lo miro, absurdo como es. Lo presiono un par de segundos y oscila.  Ahora desplazo mi dedo hasta la cruz de la esquina… Ya está. Ya soy más libre y mi vida definitivamente mejor.

Post scriptum: Este artículo no quiere convencer a nadie si no decir que hay vida más allá de los medios. Es una apología de la liberación y un rechazo a los que todos los días quieren rebajarnos al nivel de pensar lo que ellos piensan, de hacernos creer que fuera de sus bobadas siempre hay un “fiscal del odio” esperando con la cachiporra. La vida es muy corta para emplearla en cosas triviales y solo los “mass media”, por su propia naturaleza, han conseguido convencernos de que son imprescindibles. Pero no. Ese “ciudadano informado” que tanto cacarean precisamente empieza donde ellos terminan. Es posible que les parezca suficiente argumento en contra el saber que este artículo aparece en el medio que aparece. Simples como son, conseguirán tranquilizar su ego sobrestimado con argumentos de esa calaña. Me da igual. No quiero la paz si no que me dejen en paz. 

Si, sin duda mi vida es ahora mejor. Haga usted lo mismo y verá.

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