Mariano Rajoy ha dicho, en su firme intervención parlamentaria para argumentar el rechazo a la solicitud de delegar en la Generalitat la capacidad de autorizar un referéndum sobre la independencia de Cataluña, que “aunque Artur Mas y yo nos tomáramos 500 cafés, no podríamos resolver esto que nos piden porque no tenemos la potestad que la Constitución nos niega”. Y con estas palabras ha cambiado el guión sobre la unidad de España que el ‘café para todos’ había escrito en los años ochenta durante de la construcción de lo que se ha llamado el Estado autonómico. Pero ni el problema de hoy, que no lo resuelven ni quinientos cafés, ni su precuela del ‘no vamos a ser menos’ gritado desde cada región ‘no histórica’ por otros tantos barones que acercaban la taza vacía a la jarra del café, se hubieran servido en nuestras mesas de 2014 si el brebaje original no hubiera salido de la cocina.
Y no hay que remontarse a mediados del siglo XVIII, cuando los Borbones y los comerciantes italianos trajeron el café a España. No. Hay que mirar a la Transición, al espíritu con el que se redactó la Constitución, a ese convencimiento colectivo de que democracia y autonomía eran palabras sinónimas. De aquellos posos, estos quinientos. La jarra está legalmente vacía y el grifo se ha cerrado. Por eso, el presidente del Gobierno le ha dicho al presidente de la Generalitat un manojo de obviedades que viene bien recordar después de tantos años rellenando la taza nacionalista. Entre otras, que no existen soberanías regionales ni provinciales, que la autonomía no conlleva transferencia de soberanía ni otorga título de propiedad sobre la tierra que se habita, que ningún español es propietario de la provincia que ocupa y que la esencia de la democracia es el respeto a la ley.
Rajoy también ha hecho de Rajoy y a algunos se les ha quedado frío el café mientras a otros se les ha cortado. Ha sido cuando ha dicho que a esta España que tenemos la llamamos patria, pero que, si no les gusta, podemos llamarlo futuro. Y también en el momento en el que ha asegurado que hay una puerta abierta para iniciar los trámites de la reforma constitucional. Esa es la única vía que el Tribunal Constitucional ha dejado expedita a los nacionalistas para que pidan otra ronda. Ya están acodados en la barra y el camarero-Estado hace como todos: no los mira para que no pidan. A ver lo que aguanta.