La publicidad blasfema de Burger King en pleno triduo pascual no le va a ganar muchos clientes. ¿Por los católicos ultrajados con sus jueguecitos de palabras con las más sagradas del Evangelio? Eso también. Aunque no sé si los números serán suficientes como para que lo noten en la cuenta de resultados. Yo, aunque el cartel me repugna, no tengo margen de boicot, porque no pisaba un Burger King desde hace tres o cuatro años motu proprio. Por si acaso hay católicos más partidarios de sus productos, la compañía ya ha pedido disculpas con la boca chica a «quien se haya podido sentir ofendido».
Más inteligente hubiese sido aprovechar el tirón mediático de lo religioso para hacer propaganda de sus productos vegetarianos los viernes de cuaresma
Más acá de la religión, lo contraproducente del anuncio es laico. El anuncio establece la superioridad moral —subrayada con las frases más sacras de nuestra civilización— del veganismo. Apuntarse con fervor proselitista a esa fe postmoderna no parece el movimiento más inteligente para una cadena de hamburgueserías. Por muy guay que quiera ser, no deja de vender carne picada al por mayor, de vaca, queremos pensar. La campaña ofende directamente a los cristianos, pero desprecia indirectamente a todos sus clientes habituales. Más inteligente hubiese sido aprovechar el tirón mediático de lo religioso para hacer propaganda de sus productos vegetarianos los viernes de cuaresma: «Una abstinencia deliciosa». Habrían hecho su gracieta, con respeto, y además hubiesen dejado claro a sus carnívoros partidarios que la carne (que es lo suyo) es lo mejor.
A los cristianos, al precio de una ofensa innecesaria de mal gusto y muy contraproducente para ellos, nos facilita un argumento apologético muy sabroso. Los publicistas de Burger King han asociado comer carne con el mensaje cristiano; y en el fondo tienen razón. Hace varios años que vengo argumentado mi profunda comprensión de los veganos.
Matar a un animal para comérselo es o algo muy salvaje o algo muy sacro. No hay término medio, pero los vegetarianos sí están en el término medio –y yo se lo aplaudo–. La naturaleza no se anda con remilgos y no es vegana, atada y bien atada a su cadena trófica. Pero es que la madre Naturaleza es muy madrastra… en términos sentimentales. Los veganos, paradójicamente, rechazan entrar en el juego, demostrando que están por encima de esa Naturaleza con la que tanto anhelan fundirse.
La otra opción, que es la mía, consiste en estar todavía más por encima, y bendecir la mesa. Esto es, ser bien consciente de que cuando uno come está realizando un rito: el del sacrificio: el de la muerte que da la vida. Por eso el sacramental de la bendición de la mesa es de primera necesidad y, por eso, hay que comer con una íntima gravedad, compatible con el placer, el gusto, la conversación y la alegría, pero sin olvidar lo serio que es y los compromisos que conlleva. Los japoneses y los chinos, con delicadeza oriental, han querido ocultar toda huella de violencia en la mesa y no usan ni cuchillos ni tenedores y hasta entornan la luz. Los occidentales, no, porque queremos ser conscientes de lo que pasa y pasó, pero bendecimos y tenemos (¿o teníamos?) ceremonias, composturas y reverencias. En realidad, nos sentamos en el comedor como Gloria Fuertes cuando escribía poesía: «Aquí ahora sentada/ arrodillada al aire/ —dando gracias—». Y para los momentos de duda, ese pasaje impagable del Nuevo Testamento en que una voz ordena a San Pedro Pedro en sueños: «Mata y come», no sólo por el cerdo, sino por todo, para que jamás sacrifiquemos el sacrificio.
Cuando José María Pemán rechazó en Argentina no sé si un bife ancho o un trago largo o un profundo puro, el filósofo César Pico Ayarragaray le amonestó, escandalizado: «¿Cuándo será usted del todo ortodoxo?». Pemán le daba la razón: «Santa Teresa veía al Amado hasta entre los pucheros de la cocina. César Pico lo ve hasta entre las mejores salsas francesas». Ese maridaje católico lo vivieron los jóvenes chestertonianos de Oxford que se ganaron a pulso este epigrama de algún puritano enfurecido (a lo Burguer King): «Hay cinco cosas que los jóvenes chestertonianos reverencian:/ el chuletón, la ordinariez, la Iglesia, el lío y la cerveza». Todo a una.
Por una ley de la gravedad del espíritu, si quieren imponernos otra cultura (veganismo, comida de insectos, antinatalismo, rechazo de los sexos, etc.) tienen que hundir la fe católica o como mínimo ridiculizarla. Es una resistencia última contra lo que ellos nos tienen planificado
Sin querer, quizá con una subconsciente mala conciencia porque ellos no ofrecen bife ancho ni alto, en Burguer King han enlazado conceptos profundos que, para medio entenderse bien, exigen leer a René Girard y a Leon R Kass (The Hungry Soul: Eating and the Perfecting of Human Nature, 1994). En vez del chuletón metafísico, nos han dado, como acostumbran, carne picada, pero esta publicidad tan tonta y tan mala deja claro que la cosa tiene implicaciones teológicas. Quizá tras ella se pueda entender mejor por qué repito tanto que es muy difícil compaginar el vegetarianismo con una fe firme en la Eucaristía.
Han establecido, por el camino de la irrisión, tan propio —por cierto— de la Pasión del Señor, la indisoluble relación que existe entre nuestros modos de vida más clásicos y comunes y el catolicismo, sus dogmas y sus sacramentos. Por una ley de la gravedad del espíritu, si quieren imponernos otra cultura (veganismo, comida de insectos, antinatalismo, rechazo de los sexos, etc.) tienen que hundir la fe católica o como mínimo ridiculizarla. Es una resistencia última contra lo que ellos nos tienen planificado.