«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Cartucho, que no te escucho

22 de marzo de 2023

En mis análisis previos de la moción de censura apenas he salido del asombro de que el PP y Ciudadanos se permitiesen no votar a favor de un adelanto electoral y de una reprobación moral a Sánchez con lo que tenemos encima. Me ha pasmado la furia histérica contra una moción que ellos hubiesen solventado mucho mejor con un desdén afirmativo, esto es, «por supuesto que votamos a favor de Ramón Tamames antes que Pedro Sánchez, pero así no se hacen las cosas». En cambio, se han lanzado a degüello contra la moción, de una manera tremendamente contraproducente. Pocas veces unos políticos, teniéndolo tan fácil, se han equivocado tanto. Se han terminado haciendo daño.

Han transmitido la impresión de cerrarse en banda a todo lo que provenga de Vox —incluso presentando un candidato muy poco de Vox—. Dar la espalda a Abascal parece su prioridad hasta el punto de que Sánchez es un mal menor. Para el PP, el PSOE es el voto útil, antes que sumarse a Vox. El discurrir de los acontecimientos y de las declaraciones demuestran este inverosímil extremo, que no es compartido, en absoluto, por los votantes del PP ni por los de Ciudadanos. Puede que, hasta ahora, por una casi unanimidad aplastante de opiniones y de análisis, las respectivas bases electorales de ambos partidos estuviesen más o menos en contra de la moción. A partir de hoy, las cartas están sobre la mesa.

Tamames ha hecho su discurso crítico con el Gobierno y no ha dicho nada que no pudiesen firmar hasta los votantes más avergonzados del PSOE. El tono tampoco ha tenido nada chocante, salvo para sus contrincantes. Ante ese aluvión de sentido común, sentido de Estado y sentido del humor van a ser muy pocos los españoles que entiendan que no se haya votado para que podamos ir a unas elecciones inmediatas.

Era exactamente por esto por lo que estaban empeñados en que no se celebrase la moción o, en su caso, en ensordecernos con el ruido opinativo. Las posiciones contra la moción de censura han propuesto a la ciudadanía oídos sordos preventivos al discurso. Y también a los diputados. Eso, si se sopesa, es una manera de vaciar de sentido al Parlamento, un tremendo ataque a su sentido institucional. Lo han convertido en una cámara de eco hueco donde tal vez se vaya a parlar, pero no a escuchar. Los más moderados (sic) han propuesto que los diputados del PP abandonasen la sala o ni entrasen. Contra esa actitud, Ezra Pound propuso en la carta que escribió con motivo de su 73 cumpleaños: «Todos los hombres tienen derecho a que sus ideas sean escuchadas una por una y a que no sean confundidas unas con otras». Ese derecho elemental es el que se ha pretendido negar en la previa de esta moción de censura.

La razón ha sido sólo táctica. Muy pocos votantes del PP y de Ciudadanos podrán no compartir los argumentos a favor de clausurar este Gobierno de desastre en desastre y unirse al menos en pedir unas elecciones inmediatas. Pero la razón táctica ha sido tácticamente torpe, porque ya han llegado las intervenciones a la gente y ésta ha visto quién ha votado que sí a la moción y quién ha votado por la continuidad de Sánchez, incluso tras las palabras de Ramón Tamames. La verdadera trascendencia de la moción empieza ahora. Los diputados, a los que pagamos generosamente para eso, no han querido oír al señor Tamames. Los españoles lo hemos oído, y luego hemos visto los votos.

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