'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Claves racionales de lo irracional
Por Alejo Vidal-Quadras
13 de noviembre de 2014

Está más que demostrado que la secesión no procuraría el bien de los ciudadanos de Cataluña, sino que les infligiría considerables perjuicios en terrenos tan vitales como el comercial, el social, el político y el financiero. Se plantea así una cuestión de enorme interés. ¿Por qué una clase política catalana que debe su existencia a la democracia constitucional española ha dedicado treinta y cinco años a insuflar en sus conciudadanos el odio a la matriz nacional común y el desprecio por todo lo español, a extirpar del espacio oficial y público y del sistema educativo la lengua común de todos los españoles y a crear el clima de opinión y el ánimo psicológico colectivo favorable a la separación de Cataluña y España?

Intentemos buscar los ejes racionales de una actuación en principio tan irracional como la de los nacionalistas persiguiendo de manera tan entusiasta la ruina de Cataluña como sociedad y la voladura de España como Nación.

En primer lugar, ha operado sin duda el mecanismo primario del afán de poder. Una Cataluña separada de España y aherrojada por la imposición de una lengua ritual y de una cultura jibarizada reduce el campo de competencia para unas elites políticas y culturales mediocres y provincianas que se aseguran de esta forma un más fácil acceso a las poltronas, a las prebendas y a los privilegios.

En segundo término, y en paralelo al incentivo del poder, está la codicia. El manejo del erario sin controles ni supervisión externa abre caminos más anchos para su explotación en beneficio propio. Todo queda en casa.

En tercero, encontramos la vanidad. Para los jefecillos tribales catalanes la imagen que tienen de sí mismos como cabezas de su ratón nacional inventado es más grata que como integrantes de la cola del león español en la que se ha acabado situando una Cataluña arruinada y esterilizada por su incompetencia. En una esfera pública mucho más amplia y en la que el nivel de exigencia de calidad es necesariamente más apremiante sus diminutas personalidades quedan tristemente desdibujadas y eso es algo que sus inflados egos no pueden soportar.

Por último, salta a la vista un factor que ha estado presente desde la Transición hasta hoy, pero que se ha agudizado por razones obvias en los últimos cuatro años. Me refiero a la necesidad de salvarse de las consecuencias penales de sus abundantes latrocinios y corruptelas. Aunque el problema de la corrupción es general en España, debemos reconocer a la clase política catalana una maestría especial y una desfachatez singular en el arte de la mangancia. Cataluña, que ha perdido el liderazgo económico de España en favor de la Comunidad de Madrid, se ha elevado en cambio a cotas inauditas de venalidad. No es extraño que deseen frenéticamente librarse de los tribunales españoles para cobijarse bajo la suave protección de jueces exclusivamente catalanes, o lo que es lo mismo, nacionalistas, que ya se encargarían ellos de nombrarlos convenientemente.

Por consiguiente, la fiebre patriótica sembrada de cuatribarradas a la cubana, discursos grandiosos, eslóganes encendidos, multitudes en la calle y castellers hercúleos, no obedece a otra cosa que a bajas pasiones propias de personajillos insignificantes que compensan su nula relevancia personal e intelectual, su degradación moral y sus rastreras ambiciones con la invención de agravios históricos, la fabricación de mitos ridículos y la exhibición ruidosa de una épica de butifarra amb mongetes y espardenya. Esta obsesión por salir de España responde a la ansiedad por crear un marco simbólico que les libere de sus miserias y de sus carencias, convirtiéndolas en virtudes heroicas. Si no estuvieran haciendo tanto daño y no les siguiera tanta gente obnubilada por el adoctrinamiento, el miedo o el soborno, serían simplemente risibles.

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