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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Consenso socialdemócrata?

21 de febrero de 2017

Una de las evidencias palmarias de la política europea en nuestros días es el retroceso del socialismo. En ciertos sitios, ha desaparecido; en otros, se ha convertido en una fuerza residual, y apenas en un puñado conserva aún alguna cuota de poder -generalmente en coalición, y gracias-, mientras en los más sólo aspira a prolongar una agonía huérfana de todo horizonte. 

La verdad es, sin embargo, que el socialismo ha muerto de éxito. Pero no, como suele repetirse, porque haya triunfado eso que algunos llaman con cansina insistencia “el consenso socialdemócrata”, que a lo mejor también (¿existía alguna alternativa realista a la construcción del Estado de Bienestar en Europa después de 1945?)

El socialismo ha triunfado porque ha impuesto su visión del mundo y su concepción de la existencia. No puede reconocerse sin admiración que ese triunfo -a través de la seducción que destila el mal- lo ha obtenido sobre la propia naturaleza y sobre creencias sostenidas durante milenios, aunque otra cosa, acaso, sea la duración de dicha victoria (y el daño que, entre tanto, pueda producir). 

En definitiva, el socialismo ha triunfado porque ha impuesto su filosofía, porque los partidos conservadores, los demócrata-cristianos y los liberales –estos, claro, los que más-  han asumido como propio el discurso pansexualista y hedonista propugnado por aquél, y lo han hecho con el entusiasmo del aspirante dispuesto a enviar a la lona al vetusto campeón.  

Por eso, el triunfo socialista no debe llevarnos a la errónea creencia de que es la socialdemocracia la sustancia de lo que ha triunfado.  

Lo que venía resultando más rechazable de la socialdemocracia era su intolerable intromisión en el ámbito privado, pero eso, justamente, es lo que hoy todos comparten. Temo que los actuales detractores de la socialdemocracia estén pensando en otra cosa cuando realizan su exordio contra el “consenso”. Básicamente, en abominar de su apuesta por las políticas sociales, cometiendo, como poco, una gran equivocación, al tiempo que desperdician una gran oportunidad.

¿Consenso socialdemócrata en la España de hoy? No parece que en un escenario de desregularizaciones y reformas, de supresión –por franquistas- de las ordenanzas laborales que protegían al asalariado, de los módicos despidos y la contratación basura, de las crecientes privatizaciones, de la precariedad, de las etetés, y de los sindicatos amaestrados, podamos hablar en serio de “consenso socialdemócrata”.  

Pues con parecida justeza podría hablarse, en su lugar, de “consenso neoliberal”, que viene a ser un proyecto teledirigido de globalización en el que el poder adquisitivo y los derechos de los asalariados se han pulverizado en favor de proyectos mundialistas (más recientemente concretados en las masas de desheredados a los que se ha impulsado con plena conciencia a emigrar) y que destruyen las identidades de los pueblos y todo sentido comunitario. 

Los socialistas están, por supuesto, en ese proyecto, y de hecho, son sus principales impulsores. ¿Es tan risible como podría parecer a primera vista el que hayan transferido su militancia desde el internacionalismo proletario al capitalismo transnacional? 

El fracaso del socialismo como partido no es consecuencia, como algunos pretenden, del mantenimiento de las viejas políticas sociales, sino de su abandono. Cuando se acusa a todos los partidos de compartir cierta forma de socialismo –un diagnóstico algo maniático- se ignora que son las políticas sociales, tanto como las experiencias comunes compartidas, sobre lo que hoy se construye la nación. 

Sea socialdemócrata, sea neoliberal –o hasta las dos cosas a un tiempo-, lo que verdaderamente caracteriza al discurso único del consenso es la orquesta zombi que ejecuta la melodía. 

La paradoja del asunto es que, no pocas veces, quienes atacan ese “consenso” son, precisamente, quienes abrazan con un característico fervor de conversos el núcleo duro de su filosofía. 

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