Hay que leer siempre a los mejores y más, si cabe, en tiempos sombríos. Iñaki Ellakuría publica en El Mundo una espléndida entrevista —como suya— a la filósofa e historiadora Chantal Delsol (París, 1947), uno de los referentes de la derecha francesa. No somos franceses, menos mal, pero somos derecha, más o menos, y ningún referente está de más.
Por supuesto, Delsol alumbra. Su análisis de las consecuencias del colapso de la cristiandad a mediados del siglo XX es lúcido. Explica que, al principio, dio paso a una especie de nihilismo moral del «todo está permitido», pero que «el nihilismo no dura nunca más de un momento» y que enseguida ha venido «una nueva moral a reemplazar a la religión desaparecida para ocupar su lugar. Hoy nos encontramos en un momento de triunfo de un nuevo moralismo puritano que actúa como una nueva religión». También considero una aportación indispensable su defensa de la subsidiariedad. Que todo lo que pueda hacer o decidir sucesivamente el individuo, la familia, el pueblo, el gremio, la provincia o la nación no lo haga o decida la instancia superior; y que ésta no deje, sin embargo, de socorrer cuando sea necesario. Es la mejor forma de arbitrar una Europa respetuosa con las naciones, y para conseguir unos Estados que no aplasten a las familias. También para conseguir una economía que aproveche la riqueza de la libertad de los individuos, pero que no se desentienda de las necesidades de las personas.
Con todo, hay algo en la entrevista que me ensombrece, a mí que me las prometía felices. Delsol muestra reparos hacia la expresión «el gran reemplazo» porque la usa la ultraderecha. Pero al mismo tiempo me da los argumentos más poderosos que he oído para tomarme más en serio, por primera vez, lo del reemplazo. Dice esto: «No sería sorprendente que en medio siglo Nôtre Dame sea una mezquita». Es un inesperado pesimismo como una catedral, porque Nôtre Dame es el corazón recién restaurado del catolicismo francés, y porque medio siglo es un suspiro. No nos lo fía muy largo, que digamos.
No ha sido un desliz, sino que sigue profetizando: «Nuestros bisnietos cuando estén educados y hablen idiomas emigrarán a América, donde continuarán inventando patentes y escribiendo libros ahora prohibidos aquí». Me froto los ojos. ¿Está dando por perdida nada menos que Europa? Ya sé que Ellakuría no se ha equivocado en la transcripción porque es un gran profesional, pero es que, además, Chantal Delsol insiste: «El Kinderland es América, una cultura occidental que la inmensidad del océano impedirá que el islam sumerja». Yo estoy dispuesto a defender Ceuta, Melilla y el Islote del Perejil, mientras que la gran figura intelectual de la derecha francesa piensa que sólo el Atlántico nos puede salvar de la marea islámica. Lo recalca: «En este tema mi modelo es Agustín de Hipona: ¿qué íbamos a imaginar? ¿Que éramos eternos? Tonterías».
Vaya. Y puede ser, porque ya cayó Constantinopla, pero me impresiona el sentido de la inevitabilidad que ella otorga a los acontecimientos futuros. Y la velocidad con que despacha a los populismos y sus intentos de revertir esta situación: «Apenas veo un populismo que me convenga (sic) aunque entiendo sus motivaciones». Yo entiendo sus reparos, pero ni me convienen ni me convencen. Algunas medidas concretas de los populismos son de difícil desarrollo, lo concedo, pero creo que algo hay que hacer y, sobre todo, creo que cualquier cosa es preferible a esa especie de preclara aceptación de un futuro devastador donde sólo cabe poner todo un océano de barrera. Frente a lo inevitable, hay que acometer lo imposible.
Como me fío de los análisis y prospecciones de la aguda pensadora, concluyo lo contrario: los populismos empiezan a ser de urgente necesidad, no tanto para poner en práctica todas sus propuestas, sino para movilizar a los resignados y a los impotentes. Estoy seguro de que en el equilibrio entre la urgencia vigorosa de unos y la pulcritud indolente de otros se encontrarán soluciones, de las que la subsidiaridad y el rearme moral del cristianismo no podrán faltar.
No pongo ningún reparo a que algunos de mis nietos (que tendrán la edad de los bisnietos de Chantal) vayan a Buenos Aires o a Lima o a Cartagena de Indias o a San Diego, siempre que lo hagan por curiosidad o gusto, pero habiendo podido quedarse en el Puerto de Santa María; y que los nietos de los amigos de la Iberosfera puedan venir a España. Aspiro a que los nietos y bisnietos de todos puedan oír una buena misa en latín en Nôtre Dame cuando visiten París.