«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La corrupción del estamento clerical vaticano

4 de noviembre de 2015

El mundo de la Curia romana se ha convertido en un espacio de intrigas cada vez más grotesco y menos profesional, capaz de sonrojar al más piadoso de los hombres. No es la primera vez que ocurre. Benedicto XVI dejó en manos del cardenal Bertone una buena parte de los asuntos generales, defraudando a muchos. Un periódico recibió copias de documentos secretos robados del despacho pontificio y comenzó la polvareda mediática. El control se había escapado de manos de sus gestores.

Con el papa Francisco, el lamentable espectáculo del estamento clerical vaticano continúa in crescendo. Monseñor Lucio Vallejo Balda, secretario de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede, de quien dicen que “habría filtrado documentos reservados a un periodista italiano” es sólo el chivo expiatorio de un nido de corrupción al más alto nivel en el seno del Vaticano, cuya Curia continúa mostrándose refractaria a la orden de transparencia exigida por el papa Francisco y sobre la que recaería sin piedad la sentencia de Jesús (“no podéis servir a Dios ni al dinero”) al descubrir el uso que hacen del dinero.

Si las declaraciones de Emiliano Fittipaldi, autor de Avarizia, son ciertas, nos encontraríamos ante una institución que practica aquello mismo que el Evangelio anunciado condena: la riqueza injusta, que es, como dirá san Pablo, “una especie de idolatría”, y el avaro un “adorador de ídolos”, mereciendo la mayor repulsa posible. Prelados que utilizaban su influencia para permitir que empresas de sus amigos sangrasen al Vaticano inflando costes y facturas. Maldita paradoja: es la misión de la Iglesia exigir una conducta coherente al cristiano y hacer juicios éticos de situaciones sociales concretas, pero resulta que es ella quien merecería la mayor de las condenas por su codicia y luchas de poder, por la existencia de tanta corrupción de prelados en la administración vaticana.

Fittipaldi afirma que en 2010, la mayor parte del dinero que se recogió con el Óbolo de san Pedro se destinó para “gastos ordinarios y extraordinarios de dicasterios e instituciones de la Curia romana”. Del mismo modo, «el fondo para las obras misioneras contaba con 139.000 euros, fruto de donaciones, pero en los últimos dos años sólo ha entregado 17.000 euros a las misiones». Explica también el periodista cómo de las cuentas de la Fundación Bambino Gesu, creada para ayudar al hospital pediátrico que gestiona el Vaticano, han salido los fondos para reformar el ático del ex secretario de Estado Tarciso Bertone tras su jubilación.

  Por su parte, Gianluigi Nuzzi, el periodista cuyo libro Su Santidad: los papeles secretos de Benedicto XVI desató el escándalo ‘Vatileaks’ por la filtración de los documentos del papa Benedicto XVI y el arresto y condena de su mayordomo, Paolo Gabriele, anuncia que publicará grabaciones de conversaciones privadas del papa Francisco. «Si no sabemos guardar el dinero que se ve, ¿cómo vamos a guardar las almas de los fieles que no se ven?» o «Los gastos están fuera de control. Hay trampas (…)», son algunas de las frases atribuidas a Francisco y de las que existen grabaciones, según el tercer libro sobre el Vaticano de Nuzzi. Para este autor, serían normales también las prácticas de simonía entre los funcionarios postulantes de las causas de los santos.

  Las dificultades de una parte de la Iglesia a la aceptación de posibles reformas que acabarían con muchos privilegios parecen estar en el origen del pecado de la curia vaticana. Nada nuevo bajo el sol. Las miserias florecieron en la Iglesia apenas comienza. San Pablo lamenta en sus Cartas las deficiencias doctrinales y morales de varias comunidades cristianas. Después, las miserias proliferan abundantemente en la historia de la Iglesia. San Agustín habla de la Iglesia como de un corpus mixtum, una mezcla de trigo y de cizaña, comparándola con la era donde está mezclado el grano con la paja. En muchas ocasiones, la Iglesia se ha reconocido culpable de infidelidades cometidas a lo largo de la historia. En 1537, el papa Pablo III habla de “gravísimas enfermedades que sufre desde hace ya tiempo la Iglesia de Dios y concretamente la Curia romana; por causa de ellas, estos males mortales no han hecho más que crecer y han causado la ruina que tenemos a la vista”. En 1850, en su obra Vía media, J. H. Newman recuerda “los escándalos de la Iglesia”. Piensa Newman que un hombre satisfecho de su estado espiritual como cristiano, se encuentra, como mucho, en una situación oscura y peligrosa. Es el “momento positivo” del pecado del que hoy habla el secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, Nuncio Galantino. San Juan Pablo II hará reiteradas llamadas al arrepentimiento, emplazando a la Iglesia en el Jubileo del año 2000 a hacer un examen de conciencia colectivo: “La Iglesia, con una conciencia más viva del pecado de sus hijos, recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del Espíritu de Cristo y del evangelio, ofreciendo al mundo en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y escándalo”. Lo mismo que lo han hecho Benedicto XVI, para quien “la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”, y el papa Francisco, mostrando su firme determinación a continuar con la reforma que ya comenzó su predecesor en el caso de la pederastia en el seno de la Iglesia.

  Sin duda, la Iglesia es erosionada desde dentro, con comportamientos indebidos siempre sujetos a conversión. Al cabo, sólo al final de los tiempos, la Iglesia se verá sin “mancha ni arruga”. La condición itinerante es un elemento constitutivo inseparable de la humanidad y de la Iglesia. Pero ¡cuidado porque con frecuencia resulta injustamente inculpada desde fuera! No se puede juzgar a la Iglesia desde el paradigma ilustrado. El problema de la culpabilidad no es sólo como en cualquier sociedad moral meramente humana. En ella, es misterio. Lástima si el abuso de nuestra libertad y de nuestro pecado contribuye a afear un poco más el rostro de la Iglesia.

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