«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

CRY MACHO

27 de septiembre de 2021

Ayer, domingo, fui al cine. Escribo con mayúsculas el título de la película que vi porque mayúscula era y las merece. A la persona que me acompañaba también se lo pareció. Suele decirse que sólo son de la misma opinión dos que duermen en el mismo colchón. Mi novia también vota a Vox. Si lo aclaro no es por postureo ni para presumir de nada, por más que ella sea un bombón y más lista que los ratoncillos coloraos (o, mejor dicho, azulaos), sino porque esa película, además de ser una de las mejores que he visto en mi vida, transmite, con propósito de la enmienda, tensión de la contienda y hechuras de salvavidas, un mensaje similar al que lanza el partido mencionado a las procelosas y cada vez más turbias aguas de un país y un mundo que a pique están de naufragar.

Clint Eastwood encarna al padre que todo niño debería tener, al marido con el que todas las muchachas sueñan, al maestro que todos los alumnos merecen

Clint Eastwood, que es, o a mí me lo parece, el cineasta más íntegro, más noble, más audaz y más certero de cuantos hoy sobreviven, braceando, en eso que otrora fuese Séptimo Arte y que hoy tan sólo sea, excepciones aparte, un tedioso déjà vu, un mecánico remedo elaborado a golpe de ordenador, es el legítimo y único heredero de John Ford, de Huston, de Howard Hawks, de Peckimpah… Un grande entre los grandes, un hidalgo de triste figura que alancea en su mundo de celuloide los molinos y los borregos de la corrección política, un caballero andante que socorre a las víctimas del feminismo y descabalga a los malhechores de la progresía, un coloso en el imaginario de quienes estábamos a punto de nacer o acabábamos de hacerlo cuando él ya había nacido. Su energía, su hombría de bien, su élan vital, su apostura, su elegancia, su pulcritud, su sentido de la medida y su moralidad convierten sus películas en modelos, pautas y lecciones de alta pedagogía. No sé si aún tiene nada menos que noventa años o ha cumplido ya los noventa y uno, pero sigue, tambaleándose al andar y con poco y níveo pelo, donde siempre estuvo y haciendo lo que siempre hizo: cruzar guantes con la vida sin jamás descender a la felonía del golpe bajo. Ser bueno es ser valiente, escribió Antonio Machado. Clint Eastwood, en esta película, encarna al padre que todo niño debería tener, al marido con el que todas las muchachas sueñan, al maestro que todos los alumnos merecen, al compañero que Miguel Hernández requería por entre las aladas almas del almendro de nata…  

No es menester que diga más. Ayer por la tarde sentí otra vez en el Palacio de la Prensa lo mismo que sentía en aquellas salas de sesión continua ‒¡Ah del Narváez, amigo Garci!‒ en las que eché mis dientes de amor al cine. Cry Macho es, a su manera, un western, una road movie (como el Gilgamesh, la Odisea y el Quijote) y una historia de amor, a la vez épica y lírica, entre un hombre de los de antes, una mujer de las de siempre, un bad boy de corazón de oro y un gallo de pelea. Gentes de bien.

Permítanme un consejo: no se la pierdan.

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