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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Cuánto desprecio

6 de marzo de 2021

Desde que Pedro Sánchez irrumpió en nuestras vidas, allá por 2014, no ha dejado de sorprendernos. No ha pasado un solo día en estos siete largos, eternos e insoportables años, en el que este tipo no haya dejado patente que no existe barrera en el mundo ni límite moral capaz de detenerlo. No hay nada que merezca su respeto, por mínimo que sea. Nada. Ni la muerte ni la nación que preside.

Uno de los recuerdos más dolorosos que dejará la pandemia, dentro de una escala muy difícil de clasificar, será el de un periodista cualquiera —fueron muchos— pidiendo en cada comparecencia de Sánchez la cifra de ancianos fallecidos en las residencias. La respuesta, siempre la misma: “no dispongo de ese dato ahora, pregunten a blablablabla…”. Como si le hubieran preguntado por la previsión del tiempo. 

Cuánto desprecio en tan pocas palabras: “no dispongo de ese dato ahora…”. Cuánto desprecio a la vida humana. 

No hay noticia de que Pablo Iglesias haya visitado residencia alguna, pero sí sabemos qué series le gustan

Al fin y al cabo, hace justo un año por estas fechas, ya nos dijeron Illa —el candidato tapado— y Simón —el experto con aspiraciones a celebrity— que el coronavirus sólo era peligroso para las personas mayores o con patologías previas. En resumen, que no nos pusiéramos histéricos, que sólo afectaría de forma grave a las personas ya amortizadas. Buen ejemplo de la sociedad que quieren construir.

Nunca sabremos qué pasó con exactitud, porque el responsable de las residencias de ancianos públicas y privadas, el que apareció el 19 de marzo ante las cámaras para anunciar que ÉL, Y SÓLO ÉL, se hacía cargo de la cuestión -Pablo Iglesias-, el prohombre salvador de nuestros mayores nunca volvió a decir ni pío. No hay noticia de que haya visitado una sola residencia, pero sí sabemos qué series le gustan. Lo más generoso que se puede decir a favor del vicepresidente es que es un vago sin conciencia. Pero no nos confundamos, el responsable de este dramático desastre no es otro que el que preside el Gobierno, el que nombra y cesa al vicepresidente. Pídanle explicaciones a él. 

Por orden del presidente del Gobierno de España, no sonó el himno nacional ni se vio una bandera de España

El problema es que Sánchez está a otra cosa. Está a la propaganda. Su tema es el relato. Su ocupación es conservar el poder. Su aspiración es vivir en La Moncloa todo el tiempo que le sea posible —miedo da escribirlo—. Caiga quien caiga. 

Conocedores de la frágil memoria de esta sociedad mansa, el pasado miércoles el Gobierno dio una cifra cualquiera —les da lo mismo ocho que ochenta- de ancianos fallecidos en las residencias para dar carpetazo a un asunto tan incómodo. Para el jueves ya le habían preparado una performance que dejaría mudo al personal más crítico y satisfecho al más imbécil. Es de justicia reconocer que son insuperables en el control de los tiempos y la propaganda. Trilerismo de primera.

El espectáculo consistió en presenciar, con un pretendido aire entre solemne y compungido, cómo una apisonadora destruía 1.400 armas incautadas a la ETA y al GRAPO como símbolo de la derrota del terrorismo. Un acto patético y vergonzante en el que, por orden del presidente del Gobierno de España, no sonó el himno nacional ni se vio una bandera de España, no fuera a ser que alguien se molestara. 

Un comportamiento semejante sólo se da en personas centradas únicamente en sí mismos, sin conciencia ni sentimientos hacia los demás

Sánchez, como no podía ser de otra manera, de nuevo hizo gala de la impudicia más grosera y se permitió hacer una alusión al dolor de las víctimas. Víctimas que lo fueron por el único hecho de ser españolas. Pero eso no lo dijo. Tampoco habló de los acercamientos de presos de los viernes —ni siquiera de los previstos para el día siguiente— ni de sus pactos con Bildu. 

El jueves tocaba ese show y lo cumplió con la eficacia del actor que se adapta a un papel u otro según la exigencia del guion. El numerito, que produjo vergüenza y consternación en millones de españoles -no quiero pensar qué sintieron las víctimas del terrorismo-, le importaba un bledo. De la misma manera que no se sonrojaba cuando le preguntaban por el número de ancianos fallecidos en las residencias y respondía: “no dispongo de ese dato…” pregúntenle a Perico de los Palotes que a lo mejor él lo sabe.   

Permítanme que les diga que un comportamiento semejante sólo se da en personas que están centradas únicamente en sí mismos, sin conciencia ni sentimientos hacia los demás. En personas que carecen de moralidad y de reglas sociales y que son capaces de adaptarse a cualquier situación con tal de conseguir sus objetivos. 

Si este último párrafo les suena de algo, es muy probable que hayan leído algo sobre psicopatía.

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