«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Cuéntamelo todo

29 de junio de 2024

Es famosa la supuesta anécdota de Luis Miguel Dominguín que cuenta que inmediatamente después de mantener relaciones sexuales con la actriz Ava Gardner —el animal más bello del mundo—, este saltó de la cama para vestirse a toda velocidad. La actriz, extrañada, le preguntó dónde iba y el torero contestó: «¡A contárselo a mis amigos!». Por supuesto, el sucedido es falso. Lo más seguro es que se lo contase a sus amigos unas horas más tarde.

Si esto hubiera sido cierto y en estos días, Dominguín no habría salido corriendo. Se hubiera limitado a encender el teléfono móvil, suponiendo que lo hubiera apagado durante el evento sexual que ya es mucho suponer, para tuitearlo, subirlo a Instagram y contarlo en varios grupos de amigotes de WhatsApp, selfie incluido de los dos sonriendo a la cámara luciendo feliz expresión poscoital. Porque ahora todo aquello que no cuentas en las redes, no existe. Todo lo que no conozca el mundo no tiene valor. Si tu momento feliz no lo van a conocer tus amigos y, sobre todo, tus enemigos ¿para qué nos sirve?

Una de las grandes pérdidas de nuestros tiempos ha sido el pudor. El físico y el emocional. Creo que este último es mucho más peligroso. Aquellos que pueden venden su intimidad por dinero en pornográficos programas de televisión, y los mindundis la regalan en las redes. También es verdad que ahora es una forma como otra cualquiera de ‘llegar a ser alguien’ en los medios de masas.

Antes, para alcanzar notoriedad la gente descubría cosas como la penicilina, conquistaba tierras lejanas o escribía los libros más maravillosos. Ahora cuenta que se ha tirado a Fulanito o que sufre un desmoronamiento personal al borde del suicidio por el desamor en el que vive cuando Fulanito, al que se había tirado, le ha sustituido por Menganita.

Es posible que usted no reconozca estos comportamientos en su entorno, pero créanme que esto es lo que cotiza ahí fuera. Y no tan lejos de lo que pensamos. En muchos casos, se puede conocer la vida y milagros de alguien mirando sus redes. Lo que es —o más bien lo que le gustaría ser—, lo que tiene y con quién se codea. En una palabra, si es alguien importancioso.

Que conste que no tengo nada en contra de las redes. Está claro que hay muchísima gente que las utiliza las redes con sentido común y las hace interesantes y muy divertidas.

Tengo la sensación de que ya no se valora lo más preciado del mundo que es la intimidad. Se ignora que todo lo que se hace público se devalúa. Las experiencias más profundas, más bonitas, las más especiales, cuando son conocidas por todos como mínimo se degradan. La exhibición de los sentimientos sin filtro produce que todo aquel que tiene acceso a ello pueda manosear lo que para nosotros ha sido tan preciado.

No cabe duda de que en ciertas ocasiones un «Manoli, eres el amor de mi vida» dicho en público puede ser de lo más procedente y feliz. Pero en muy pocas ocasiones. Mientras que clamar a los cuatro vientos un «Manoli, eres una hiena rabiosa», por más que sea verdad, nunca deja bien al que lo dice. Por eso, mejor que no hablemos de Manoli.

La exhibición de sentimientos y la imprudencia van siempre unidos. Por el daño emocional que nos puede producir y porque creo que muchos no son conscientes de lo malitas que están algunas cabezas ahí fuera.

Este afán por contarlo todo es posible que tenga mucho que ver con el vacío interior. Con no saber convivir con uno mismo a solas. Por eso tenemos la pulsión de compartir nuestras vivencias con extraños para hacerles parte de lo que nos sucede. Para sentirnos acompañados en una sociedad que te da todas las facilidades para relacionarte, pero que no profundiza y deriva en la crueldad.

No soy psicóloga —ya se habrán dado cuenta—, pero me temo que todo esto tiene mucho que ver con las relaciones superficiales, la soledad, la frustración, la deslealtad, la infidelidad, la necesidad de notoriedad, o incluso la necesidad de confesar a desconocidos lo que no somos capaces de decir al interesado.

En este caso, no tenemos que cambiar la sociedad, con valorar y respetar nuestra propia vida y la ajena es suficiente.

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