'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Cuestión de nivel
Por Alejo Vidal-Quadras
15 de diciembre de 2015

Después del debate entre Rajoy y Sánchez del pasado domingo, una sensación generalizada de decepción se ha extendido entre los españoles que siguieron sus incidencias en las pantallas de sus televisores. Vieron a dos tipos tensos que destilaban animadversión el uno hacia el otro, agarrados a sus notas y datos, entregados al ataque y a la defensa, sin una visión de conjunto de los problemas de su país, incapaces de formular un proyecto integral, inteligible y ambicioso para España en un momento clave de su historia. Saltando de asunto en asunto, de insulto en insulto, de mentira en mentira, de reproche en reproche, carentes de un atisbo de grandeza, de altura de miras, de elegancia o de brillantez expositiva, lidiaron en vez de argumentar, hurgaron en las heridas en lugar de buscar zonas de encuentro, se patearon las espinillas sin un momento de reflexión serena, de respeto mutuo o de noble preocupación por el bien común. No hubo una sola llamada al patriotismo, al trabajo, al esfuerzo, a la persecución de la excelencia, al inmenso potencial de nuestra antigua y gran nación, a despertar en los que les veían y escuchaban deseos de mejorar, de ganar posiciones en el mundo, de afrontar los desafíos que tenemos por delante como sociedad del siglo XXI. Era tal la pobreza de ideas y tan notoria la falta de calidad en sus respectivos planteamientos, que es absurdo preguntarse quién perdió el cara a cara, lo perdieron los dos, lo perdimos todos contemplando semejante derroche de lugares comunes y de golpes bajos desprovisto de cualquier elemento que ayudase a los espectadores a una adecuada comprensión de nuestros abundantes y graves problemas y a una evaluación rigurosa de las posibles soluciones.

Esa misma tarde yo había tenido el privilegio de asistir al homenaje que Libres e Iguales le había ofrecido a Albert Boadella en el teatro Muñoz Seca. Fueron dos horas y media realmente prodigiosas en las que hablaron Cayetana Álvarez de Toledo, Ramón Fontseré, Arcadi Espada y la esposa de Albert, Dolors Caminal. Se proyectó también una película montada por José Luis López Linares en la que una treintena de personajes de la vida cultural, política, académica y artística española, así como  los hijos de Albert, dieron una pincelada sobre el homenajeado desde su perspectiva y su experiencia de su relación con él. Fue tal el despliegue de inteligencia, de brillantez, de belleza literaria, de humor y de ingenio que allí se nos brindó, que era imposible no sentir el orgullo de pertenecer a una nación que acumulaba tan extraordinario acervo humano y cultural. Asimismo, impregnaba la sala una densidad moral propia de gentes comprometidas con valores universales, ajenas a todo maniqueísmo o rencor, observadoras de la realidad de su tiempo desde la atalaya de su obra y de su trayectoria, aligeradas de mezquindades o ansias de poder. La celebrada imitación del Muy Imputable que hizo Fontseré alcanzó cumbres interpretativas excelsas y las carcajadas incesantes que acompañaron su exhibición fueron un canto invencible a la libertad.

Pero la apoteosis llegó con la aparición en escena del propio Boadella, que, por imposible que suene, se superó a sí mismo. Se desdobló física y anímicamente ante el público en dos personas distintas a las que llamó respectivamente «Albert» y «Boadella», algo así como una hipostática dualidad que reflejó dos almas en un cuerpo, dos visiones distintas y complementarias de su entorno y de su conciencia interior, un ejercicio controlado de esquizofrenia teatral que únicamente un genio de su talla se puede permitir. Y esa extraña pareja, una y dual, sostuvo frente al patio de butacas una conversación chispeante, valiente y sincera que buceó en lo más profundo de la condición humana a través de su fascinante biografía. Un festín ético y estético de difícil parangón.

Por eso, al llegar a mi casa y encender la televisión para ver el debate central de la campaña electoral el contraste fue de tal magnitud, la caída desde la cumbre al abismo tan brutal, que sentí un vértigo amargo y recordé la observación de Ortega cuando señaló que la filosofía es una cuestión de nivel. Efectivamente, hay muchas cosas relevantes, además de la filosofía, que exigen, ante todo, nivel. La ciencia, la literatura, el arte y también por supuesto la política requieren preparación, conocimientos, pasión y convicción. El grosero enfrentamiento a bastonazos de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez se situó en los estratos más bajos de su actividad, en la sima oscura y torpe de lo irrelevante.

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