El debate sobre el estado de la Nación ha puesto en evidencia la necesidad de nuevos partidos en España. El cruce de acusaciones y reproches entre los cabezas de filas de las dos principales formaciones, uno desde su posición de Presidente del Gobierno y el otro de aspirante al mismo puesto, ha proporcionado un espectáculo tan decepcionante como inútil. Rajoy continúa empeñado en mantener el sistema vigente al que intenta salvar mediante ligeros retoques mientras anuncia que vienen tiempos mejores y Rubalcaba insiste en defender políticas presupuestarias y sociales que de llevarse a cabo agravarían nuestra presente ruina. Ambos son prisioneros de su pasado, un pasado en el que al alimón han puesto las bases de la crisis múltiple y profunda que nos asfixia. Son décadas de errores, omisiones, excesos y cobardías las que nos han colocado al borde del desastre. Resulta patético ver a los dos máximos responsables de la política española enzarzarse en un forcejeo maniqueo totalmente ajenos a la realidad de los problemas que padecemos. Tan estéril es atribuir a la propia labor los efectos beneficiosos de las directrices que emanan de Bruselas y del respaldo financiero del Banco Central Europeo como seguir reclamando más gasto público cuando la deuda es ya abrumadora e hipoteca el futuro de dos generaciones. El Gobierno no está impulsando la recuperación con sus pretendidas reformas, la está frenando al negarse a reconocer que es la estructura misma del Estado y de nuestro modelo productivo la que hay que cambiar. La oposición socialista no propone caminos alternativos que mejoren la situación, sino que exige seguir regando con un dinero que no tenemos el tinglado ineficiente en el que se han convertido las múltiples Administraciones.
Es imposible que PP y PSOE arreglen sus desaguisados pretéritos porque están prisioneros de la red de intereses clientelares que han creado y que ahora les impiden hacer un diagnóstico correcto de la verdadera naturaleza de las numerosas y serias deficiencias de un régimen institucional y político y de un modelo económico que hacen aguas por todas partes. Sólo la irrupción de una clase política distinta, libre de compromisos enquistados, podrá por fin abordar la gigantesca operación de renovación y transformación que nuestro país necesita para encontrar la senda del éxito. Ojalá los ciudadanos así lo entiendan y actúen en consecuencia. Se trata de establecer una alianza entre la sociedad civil y actores políticos inéditos que surjan de su seno con el propósito de escapar del fracaso y de desembarazarse del lastre acumulado durante treinta y cinco años de sometimiento del interés nacional al interés de elites parásitas que lo han ignorado poniendo al país a su servicio. El largo y farragoso desfile de fósiles ideológicos y de burócratas sin nervio por la tribuna del Congreso para encadenar lugares comunes ha sido la muestra de una decadencia de la que los españoles hemos de salir sin demora.