«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Dime de qué te alegras

9 de noviembre de 2022

Confieso que he visto la cuarta temporada de la serie danesa Borgen. Contaba a su favor con que aprendí mucho de intriga política en las tres primeras temporadas. Era más realista y sutil que las series norteamericanas que abordan el poder descarnado. Pero el arranque de esta temporada es melancólico y cansado. Armas éstas con las que trata, además, de echarle un pulso a la vigorosa House of Cards en su propio terreno, esto es, desnudando el ansia de poder. Naturalmente, Borgen pierde el pulso.

Se mantiene imbatible en la apoteosis de lo políticamente correcto. Borgen está construida sobre una ideología progre de manual, con un centrismo muy parecido al de Ciudadanos pero, encima, nórdico. Tan así que puede verse, si se está de previo buen humor, como una serie humorística. No hay ningún tópico (proaborto, pro-inmigración, pro-LGTBI, pro-etc.) en el que no incida con la ingenuidad inevitable que les depara el convencimiento de su indiscutible superioridad moral.

Es una pena que no se haya inventado un alegrómetro o un odiómetro para medir con exactitud estos movimientos del alma

Todavía no la había presentado, pensando que ya la conocen todos ustedes. La protagonista se llama Birgitte Nyborg, es líder del partido «Nueva Democracia», se divorció muy civilizadamente hace dos temporadas, tiene una hija lesbiana y, por supuesto, felizmente casada, un hijo vegano y activista, y en esta temporada ejerce como ministra de Asuntos Exteriores. La trama arranca cuando en Groenlandia, territorio autónomo de Dinamarca, se encuentra un inmenso yacimiento de petróleo. Prometo que no voy a incurrir en ningún spoiler. Sólo vengo a fijarme en la reacción de la heroína, arquetipo de la izquierda biempensante europea. Le revienta el hallazgo. Hasta extremos psicosomáticos. Se pone enferma.

Entiéndase lo que pasa: su nación encuentra una riqueza natural inmensa, que además será indispensable como mínimo en los próximos años como fuente de energía y de independencia política, que los daneses pueden explotar con seguridad medioambiental e invirtiendo los inmensos beneficios en la paz mundial y el bienestar ciudadano. Pero a Nyborg le irrita. A ella y a los guionistas. «¿Petróleo?, ¡qué asco!».

Es ficción, pero no lo es. ¿Acaso nuestros políticos españoles de ahora mismo están por la labor de que explotemos nuestras riquezas minerales o que alcancemos la soberanía energética? Obsérvese con detalle la dejación de funciones en la defensa de nuestros intereses con respeto al gas, al cobalto, a los fosfatos, al manganeso y al níquel de las aguas territoriales de Canarias, que se han puesto en peligro con la extrañísima entrega de nuestra posición tradicional en el Sáhara. Que Marruecos los explote, sin embargo, les producirá una inmensa satisfacción interna. Como a Birgitte Nyborg que del petróleo se ocupen los saudíes.

Basta verles las caras y oír sus declaraciones. Conviene fijarse en esos rictus para saber quiénes nos gobiernan

No es sólo la cuestión minera. El Gobierno de España y los partidos que le apoyan aplauden cuando aprueban en el Congreso leyes que facilitan la eliminación de fetos o el suicido asistido. Exultan. No es que asuman, abochornados, que eso hay que regularlo. Estaría igual de mal pero no tan feo. Es que les encanta. El aborto les parece lo más. El test del progresismo. Profanar tumbas también. E indultar golpistas. Sin embargo, las familias numerosas, la bandera española, la pujanza de Zara, los pantanos o la pervivencia de nuestro sector ganadero les ponen de un evidente humor de perros.

Es una pena que no se haya inventado un alegrómetro o un odiómetro para medir con exactitud estos movimientos del alma. Políticamente son muy decisivos. ¿No les extraña que los que se rasgan las vestiduras porque una especie está en peligro de extinción no celebren que muchas hayan dejado de estarlo, como el águila imperial o el lince ibérico? Aunque nos falten las herramientas precisas de medición, basta verles las caras y oír sus declaraciones. Conviene fijarse en esos rictus para saber quiénes nos gobiernan.

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