«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Echar a Sánchez, tender la mano al PSOE

30 de mayo de 2023

En Génova, sede que se iba a vender pero ya no, la España de las pulseritas celebraba la gloria electoral. Un cambio sociológico, decían algunos. Ah, el entusiasmo… Los análisis electorales, que son como lenguaje de ajedrez explicando un parchís, se ahogaban o chapoteaban en un vaso de agua. El cortoplacismo de esa euforia («¡echar a Sánchez!») iba a ser superado genialmente por el propio Sánchez con un cortoplacismo aún mayor. En su no dejarse atrapar por esa derechona, ¿no se nos hace simpático el presidente?

Pero sobre el corto plazo de Feijoo y el cortísimo plazo de Sánchez actuaban otras ondas temporales de más largo alcance. El desastre de Ciudadanos y Podemos sonaba a fin de época, a cierre generacional. Un poco como el final de Sálvame. Una España se acaba y con ella algo de nuestra vida. ¿Cuánto de mí se va con Edmundo Bal? ¿Qué se hizo de todo aquello, de todo aquel maremoto de narrativas que iban a cambiar España por ambos lados? Words, words, words… ¿Qué habrá quedado? Sexo y propiedades inmobiliarias. El único consuelo ante el inexorable paso del tiempo es que Cs se acaba, sí, pero al menos nos quedan sus intelectuales, que son como el pajarito del poema de Juan Ramón: nos iremos, y ellos seguirán cantando pío-píos a la tercera España.

Los medios callan tanto que Vox es la tercera fuerza española, lo ocultan de modo tan sistemático que llegan a olvidarse de ello, y no es asunto menor porque la consolidación de Vox es, en realidad, y con la caída definitiva de Cs, la reorganización de la derecha. El PP tiene así un apoyo que el PSOE no encuentra porque a su izquierda hay un magma pendiente de forma (magma del que ha de salir la forma yolandesca). El PP tiene un Vox, el PSOE no, pero… ¿lo quiere el PP?

Esta letargo, en cualquier caso, tampoco afecta a toda la izquierda porque bajo la euforia se oculta la acción insidiosa del tiempo constitucional o desconstitucional: Bildu ha crecido casi un 18%. Ha aumentado en 119 concejales, ronda los 300.000 votos, muy cerca del PNV y manda en Vitoria y Guipúzcoa. También ha crecido el BNG, con 135 concejales más y el poder en Santiago de Compostela y quizás Pontevedra.

Crece el independentismo («culpa de Sánchez, Sánchez, Sánchez…»), el que hay se hace más virulento y pedazos enteros de España se van perdiendo aunque el separatismo se haya moderado algo en Cataluña, sin duda por la desmovilización y la ‘depre’ posprocés (y posMessi), atonía que subraya el mejor comportamiento de la derecha allí. Vox aparece ya en todas las provincias catalanas y pasa de 3 a 124 concejales. Ha extendido su crecimiento por el mediterráneo y entre su consolidación en Cataluña y su confirmación en Murcia hay dos cosas importantísimas: crece en Valencia y Baleares, tanto que permitiría a la derecha recuperar el poder en lugares vitales, las otras Navarras. Se canta mucho el Efecto Feijoo, ese tsunami raro raro, pero es Vox el que propicia el salto de la derecha. Vox le ha ido dando alzas al PP aquí y allá y es tiempo de que pase la factura. Ahora podría hacer su mayor servicio a España y a sus votantes siendo muy firme y concreto en Baleares y la Comunidad Valenciana al exigir que se detenga el proceso de nacionalización catalanista. Vox debería aquí ser estricto hasta la intransigencia con el PP. Ni 2030 ni agenda woke, la urgencia es nacional: o se revierte el camino andado en lo lingüístico o no hay presidencia para nadie. Si colabora en ello, Vox sería el primer obstáculo real que el pospujolismo encuentre en los llamados Països Catalans. Sería el primer gran logro nacional de Vox: detener el proceso de desespañolización del pancatalanismo. Pondría una pica nacional en el Mediterráneo. Sería el momento Cid de su Reconquista.

Pero ¿y si Feijoo evita toda posibilidad? Hay que echar a Sánchez a toda costa, es el mantra, pero la mano se la ha tendido al PSOE con la (poco constitucional) propuesta de la lista más votada; y el adelanto electoral de Sánchez hará aun más improbable o breve el debate. En su lugar escucharemos mucho lo del voto útil. «Echar a Sánchez, echar a Sánchez, echar a Sánchez…». La síntesis completamente enloquecedora de losantismo, semperismo, muahahahas de Alsina, ciudadanismo reciclado en garicano-ponsismo (¡aminoácido!) y derechona íbex de toda la vida puede acabar convirtiendo a Sánchez en alguien simpático. Son muy capaces de ello. El cinismo de Sánchez es más setentayochista y fresco, más ágil y vivible, más nuestro, más suarista, juancarlista y felipista y a la vez más moderno y actual, más sincero en su desfachatez que la matraca de esa derechona que agita las pulseritas como si fueran maracas insomnes a un son bruselense y que ha convertido nuestras vidas en sucesivas escenas del balcón de Génova entre las que pasan partidos, personas, amores, eones…   

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