Se ha publicado en Italia un inédito del papa Benedicto XVI. Sus escritos son siempre noticia, pues se trata de un pensador profundo, responsable, auténtico, sabio y piadoso, esto es, excepcional y necesario. El artículo está fechado el 9 de enero de 2020, en la Ciudad del Vaticano.
Empieza reconociendo la gran ruptura de las dos guerras mundiales, cuya onda expansiva en lo moral y en lo intelectual aún padecemos; pero él no renuncia a la esperanza. Precisamente, el gran valor apologético del cristianismo, viene a decirnos, es su modelo de ser humano, que ahora hace más falta que nunca. Por supuesto, hay razones teológicas y filosóficas para la fe, y son más sistemáticas; pero es el concepto del hombre que el cristianismo defiende lo que nos entra por los ojos. Un hombre libre y responsable, capaz de Dios y destinado a la santidad y a la inmortalidad. Sin Cristo, las más nobles aspiraciones del corazón humano quedarían huérfanas.
Tras recordar que Juan Pablo II vivió ese choque de modelo de ser humano con el marxismo, cuya propuesta fue incapaz de superar a la católica; cita Ratzinger a una de sus autoridades predilectas: Manuel II Paleólogo. Vuelve al célebre diálogo que aquel admirable emperador mantuvo en Ankara durante el invierno de 1391 con un erudito persa. «Después de todas las escaramuzas iniciales, [Manuel II] se dice que a fin de cuentas la clave radica en quién está en disposición de ofrecer el mejor nomos (la mejor imagen del hombre). El musulmán sostiene que el cristianismo tiene una imagen irreal del hombre, con pretensiones que no pueden cumplirse y que precisamente por esto estaría condenado al fracaso. Al contrario, el emperador afirma que el islam, con su aparente realismo, exige demasiado poco al hombre». En el concepto cristiano del hombre juega un papel axial la libertad, recalca Benedicto XVI, en cuyo entendimiento correcto nos jugamos ahora la resistencia tanto ante los viejos fundamentalismos como frente a los nuevos nihilismos.
Lo bonito y lo asombroso es que el Papa recuerda que, en sus años de seminarista, sus compañeros y él tenían como modelo al caballero de Bamberg, escultura elegantísima de 1225 que se encuentra en la catedral de esa ciudad. Él lo dice mejor: «Efectivamente, para nuestra generación, el caballero de Bamberg era expresión de la imagen cristiana del hombre. Es una figura altomedieval de belleza clásica y dignidad […]. Son numerosas las hipótesis sobre quién puede representar. En todo caso en el caballero se refleja una imagen de dignidad y pureza humanas que no pueden dejar de impresionar. Es la imagen de un hombre que ha vencido en sí mismo las fuerzas del mal y que sin afectación está preparado a batirse por el bien. Se podría decir que en esta figura se ve qué significa ser hecho a imagen de Dios. Nuestro entusiasmo por este caballero desconocido se basaba también en el contraste que encontrábamos entre aquella imagen y el “San Luis de yeso” u otras figuras kitsch que nos venían presentadas habitualmente como ejemplares. Las figuras de yeso, muy difundidas entre los siglos XIX y XX, para nosotros representaban una forma repugnante de piedad y del hombre en general».
Que Benedicto XVI, consciente de la trascendencia de todo aquello que escribía en sus años finales, señalase —especialmente a los jóvenes— el pétreo caballero de Bamberg como modelo atemporal encierra un poderoso mensaje. Urge vivir la fe con orgullo y firmeza, sin concesiones a la sensiblería ni a los espíritus posmodernos, batiéndose, pero no en retirada, precisamente.
Si eso nos parece, como al perspicaz persa, un ideal demasiado elevado, no olvidemos que Benedicto XVI afirma también que el hombre, reflejo de la Trinidad, es un ser relacional, de modo que no somos cada uno en solitario, identidades estancas, sino que nos esculpen nuestras relaciones. Con el honor, por cierto, pasa algo parecido, pues es la consideración que los demás nos tienen, pero eso, tan externo, nos forja en lo más íntimo. El amor, escribe el Papa, entre una mujer y un hombre también es una relación que constituye a ambos. Reflejo de Dios Trinitario, del amor humano, de nuestros prójimos: así sí podemos ser lo mejor y más auténtico de nosotros mismos, caballeros de Bamberg, para asombro del mundo, del persa y, sobre todo, para satisfacción de Manuel II Paelólogo y de Benedicto XVI, de feliz memoria.