«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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El egoísmo no construye sociedades

23 de mayo de 2024

Hay quien dice que la suma de egoísmos garantiza la prosperidad de una sociedad, pues buscando lo mejor para sí mismo, uno tiene que preocuparse de ofrecer algo que el prójimo (que ya no es prójimo sino alguien de quien aprovecharse) quiera comprar.

Del mismo modo que el egoísmo destruye familias, hace lo propio con comunidades de vecinos, barrios y ciudades enteras. Convirtiendo lo que tendrían que ser vecinos, en el mejor de los casos, en desconocidos y, en el peor, en depredadores.

Curiosamente los mismos que le niegan a Cataluña la posibilidad de separarse del resto de España y consideran una injusticia, y con razón, que no quiera colaborar económicamente con el resto (acusándola de insolidaria y egoísta) son quienes luego se rasgan las vestiduras cuando otros dicen que hay que distribuir justamente la riqueza de tal modo que adquirir una vivienda no sea un lujo inalcanzable.

Quieren mucha solidaridad cuando les favorece a ellos, pero la rechazan cuando tienen que rascarse el bolsillo. Pretenden la unidad de España pero prescindiendo de la solidaridad que la soporta. Y aunque muchos no dudan en atribuirse con orgullo el apellido de católicos, eliminarían, si pudieran, la Doctrina Social de la Iglesia. Quizá sean católicos de cintura para abajo, pero ¡que Dios no se meta en sus carteras!

Con facilidad acusan de comunista al que pone en riesgo su depredación del prójimo. Para ellos la caridad es echarle un euro al pobre que pide en la puerta de la iglesia y la justicia es que el pobre se muera de hambre si con ese euro no tiene suficiente. Pues resulta que la justicia consiste en dar de lo que nos sobra y la caridad en dar de lo que, lejos de sobrarnos, nos hace falta.

Y claro que hay que proteger la propiedad privada, y no sólo protegerla, sino fomentarla. Es bueno que la gente tenga una parcela de tierra en propiedad donde poder vivir sus aventuras. Un lugar en el que poder comer en el suelo o haciendo el pino, si le apetece, como explica Chesterton. Un reducto alejado del control totalizante del Estado y a salvo del poder del mercado.

Pero a la vez, todos esos bienes están al servicio del bien común, que es superior y más importante. Cosa que no quiere decir que el Estado pueda quitarte tu casa (que es el miedo con el que algunos quieren justificar sus posturas). Pero sí quiere decir, como la Iglesia enseña, que existe un destino universal de los bienes, que está por encima de la propiedad de dichos bienes.

Y claro, eso afecta a quienes se dedican a especular con ellos, distorsionando la finalidad original de estos bienes, a quienes pervierten el fin para el que han sido creados. A aquellos que al ir a lo suyo, al hacer sus negocietes, imposibilitan que el prójimo pueda disfrutar de una vida digna y edificante (que no es una vida de lujo).

El fin de una casa, por ejemplo, es que alguien pueda vivir en ella, no que algunos especulen con ella para enriquecerse. Una cosa es ganar dinero en una transacción y otra muy distinta especular convirtiendo la vivienda en un negocio muy rentable para unos y muy ruinoso para otros. Olvidando el fin para el que existe.

Claro que tiene que haber una regulación y un control para favorecer el bien común de una sociedad. La Creación nos ha sido regalada a todos (a todos) y ese don tiene que administrarse justamente. Somos deudores, no dueños. Pero para algunos parece que la única alternativa a la acumulación de la propiedad en unas pocas manos (las del Estado) como ocurre en el comunismo, es la acumulación de la propiedad en otras pocas manos (las de muy pocos magnates) como ocurre en nuestros días.

Unos y otros son en el fondo enemigos de la propiedad, porque todos quieren la tuya para que la suya crezca. No están dispuestos a poner vallas a su terreno, lo que quieren es vallar el tuyo y el del vecino, porque lo quieren todo para ellos.

No caigamos en la trampa de los auténticos enemigos de la propiedad que, si pudieran, barrerían de un plumazo a los pequeños propietarios. Algunos lo hacen para defender su abundante riqueza y otros (la mayoría y los más ridículos) para proteger la riqueza de sus amos.

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