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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

El espíritu navideño

3 de enero de 2022

Uno de mis temas recreativos de conversación es las diferencias entre las distintas familias de la derecha española, a veces enconadas a rabiar. Es natural, si hasta guerras hemos tenido a sangre y fuego entre liberales y tradicionalistas. Yo, que tengo mis preferencias familiares, sentimentales e intelectuales (no siempre bien avenidas entre sí), trato de que no se nos pierdan las fuerzas en las muy justas y aún más divertidas polémicas internas, cuando la izquierda postmoderna o woke viene a por nosotros hoy y ahora y con peores intenciones.

Mi ejemplo preferido —que tal vez ya me hayan escuchado— es El señor de los anillos. Las distintas razas de J. R. R. Tolkien se llevaban fatal: véanse los enanos y los elfos. Entre ellos, guardaban sus diferencias doctrinales de mucho peso y sus grandes agravios históricos. Pero ante la amenaza de Sauron se unen en la compañía por lazos de amistad que resultarán finalmente indestructibles.

Sin ninguna intención de exactitud filológica, resulta tentador ver en los hobbits —su desmedido amor a la comarca, por la cerveza y el fuego del hogar, su querencia por la vida hogareña, por sus primos y por los árboles literales y genealógicos …— a los conservadores; los elfos —que piensan que el mundo está perdido, hablan en un idioma sacro y viven en reinos cerrados— son los tradicionalistas; los enanos —ese amor al oro mientras pican piedra en cuevas oscuras sin descanso— son los liberales… Y así: los ents representan a los conservacionistas (que se llevan de miedo con los hobbits); los hombres de Rohan son el trasunto de la España que madruga; los del reino de Gondor, la clase media-alta, reticente a meterse en jaleos que pongan en riesgo el statu quo. Aragorn es el principio legitimista. El ejército del Rey de los Muertos, el vínculo vivo con el pasado. Gandalf representa a la Iglesia; y Saruman, ay, a todos los que se cambian de bando a base de prudentes y dialogantes.

La broma de la analogía no tiene más, salvo el mensaje de que las diferencias pueden ser grandes y fundamentadas, pero, frente a Sauron, hay que forjar una Compañía en la que todos son necesarios y en la que serán heroicos todos. Quizá sea ésta la última vez que la cuento, sin embargo, porque se percibe (y espero que no me engañe el espíritu de la Navidad) que cada vez hacen falta menos llamadas a la conciliación.

De pronto, atisbé la imagen de cómo han de ser y son las broncas en la derecha o, incluso, en la no-izquierda. Descomunales y divertidas

Hay indicios de que se está produciendo. En el libro de Pedro Herrero y Jorge San Miguel titulado Extremo centro: El manifiesto se trabaja con el concepto de la «no izquierda» que engloba un poco a brocha gorda con todo lo que queda fuera de, oponiéndose a la izquierda. Es una idea que durante años propuso con su extraordinaria perspicacia habitual Carlos Esteban. Otra señal, Miguel Ángel Quintana ha escrito un artículo importante sobre el auge de la derecha joven. Usa etiquetas quizá discutibles o, al menos, conversables: ¿los «nuevos conservadores» no es una contradicción en sí, al menos en el espíritu?; ¿contamos a los católicos como una familia política específica, o es una condición transveral?… Pero lo muy importante del artículo de Quintana Paz es que ve a esas familias (u otras), incluyendo la que llama «rojiparda», como parte de una reacción común. El atento filósofo subraya los solapamientos y, sobre todo, no ve necesario entretenerse en las diferencias ni en los conflictos internos.

En un orden muchísimo más anecdótico y privado, en Twitter jóvenes de derechas (incluyendo a algún ex joven como el que les habla) han peleado con fiereza sobre los mejores y los menos buenos dulces tradicionales navideños. Lógico que en el mundo conservador se hable de dulces, de Navidad y de los más tradicionales, pero la broma implícita consistía en parodiar nuestras peleas ideológicas por algo tan menor y tan divertido.

Y, de pronto, atisbé la imagen de cómo han de ser y son las broncas en la derecha o, incluso, en la no-izquierda: descomunales y divertidas. La imagen es la de las peleas multitudinarias en la aldea de Astérix. Ésta también tiene sus bandos, su jefe, su druida, y sus temas tabúes, como la calidad del pescado de Ordenalfabétix. La uniformidad y la disciplina nos son felizmente ajenas.

La clave está al final. La aldea gala, poblada por los irreductibles, resiste, todavía y como siempre, al invasor porque, en cuanto vienen mal dadas, se une como una piña o, mejor dicho, como un menhir. Aunque la imagen tiene un pequeño colofón inquietante. Cuando se ha vencido y los indómitos galos se reúnen a celebrarlo con una fiesta sin restricciones, mucho vino y hasta cerveza, carnes rojas y jabalíes, canciones y bailes de madame Edadepiedrix, trincan al poeta, lo amordazan muy bien y lo cuelgan de un alcornoque. Y, como soy poeta, me callo ahora mismo. No vaya yo a resurgir las viejas polémicas de tanto glosarlas con mi lira.

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