«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

El exilio interior

26 de junio de 2024

Me gusta tanto España que me he reído mucho de los que decían que en el franquismo vivieron en un «exilio interior». Ja, ja, ja; ¿qué exilio era ése que les permitía veranear en Málaga, por ejemplo, y publicar lo suyo, y tener admiradores, y ganar premios? Así, cualquiera, pensaba yo. El prestigio del exiliado y la rentabilidad cosmética de la queja, pero sin la nostalgia de España, sus paisajes, sus costumbres y sus gentes. Otra cosa, por supuesto, fueron los depurados de la Guerra Civil, como Julián Marías o mi tío Bartolomé Llopis, que lo pasaron peor, aunque siempre reconocieron el placer de vivir en España.

Con los años, sin embargo, todo se comprende. Y ahora caigo en la desazón ontológica que sentirían aquellos escritores y pensadores de vivir en un régimen que les desagradaba profundamente. Lo comprendo porque yo cada día que pasa me siento más exiliado del sistema político español. Un Gobierno capaz de cambiar el Código Penal, de trastocar el Tribunal Constitucional, de manosear la Fiscalía General del Estado y de perdonar delitos de malversación a mansalva en las semanas de los pagos a Hacienda, para mayor recochineo, está haciendo todo lo posible para que uno se sienta realmente exiliado de su país. El PP, regalándoles, como premio, el CGPJ, como ya les ofreció en bandeja de plata la cabeza del TC, remata la situación.

Bueno, exiliado de mi país, que es mi patria, que es mi nación, no, de ningún modo, ni interiormente. Me siento exiliado, avergonzado, extrañado del sistema político que unos y otros, por acciones y omisiones, nos están dejando. Mi estado civil ahora mismo es exiliado interior, como si fuese Vicente Aleixandre, Blas de Otero o Sánchez Ferlosio, salvando las distancias.

Por supuesto, asumo que ustedes se sonrían de mí cuando lo lean, o se reían. En mi pecado de antaño está mi penitencia de hogaño. Yo vivo con bastante libertad de proximidad, puedo publicar mis libros y esta columna, incluso, salgo y entro de mi casa, viajo un poco por esta península que amo tanto, protesto con mis amigos, mis conocidos y mis saludados, y a mi trabajo acudo, con mi dinero pago los impuestos, las tasas y las multas, los trajes que me cubren, el pan que me alimenta, la casa en la que habito y el lecho en donde yago… En fin, que no estoy ni preso ni expulsado a las tinieblas exteriores ni siquiera represaliado.

Pero el profundo desacuerdo que sentirían aquellos autores antifranquistas en aquel régimen político que detestaban tanto, sin entrar a juzgar sus razones, es el mismo que yo siento ante este sistema abortista, confiscatorio, chapucero con la ley, ventajista con el poder, burlador de la justicia, hipotecante del futuro de los jóvenes y desmoralizador de todos. Desterníllense de mí, pero que conste que soy el primer —¿el primer?— exiliado interior que produce este Gobierno. Primero o no, vamos a ser muchos.

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