El primer uso del gas pimienta no fue un descuido de Marlaska. Será malo, pero más lascas tiene. Desde el Gobierno, están queriendo provocar un efecto «Asalto al Capitolio» que frikarice (digamos) las protestas por el asalto del PSOE al Estado de Derecho. La doctrina Zapatero-Gabilondo sigue vigente: «Nos conviene que haya tensión». El apasionamiento apaga la racionalidad, de modo que a quien no tiene razón le conviene lo visceral, el gas pimienta y los porrazos.
Como estrategia es estupenda. Puestos a usar anglicismos, es un win-win. A) Si la gente responde a la provocación, tenemos pasto de telediario y los socialistas de base y los afines que, ahora están dudosos ante tanta cesión a los nacionalistas y tanto cambio de opinión, serían reafirmados en su antifascismo de cartón-piedra. B) Si los manifestantes se achantan, ya sea por alergia al gas pimienta o por la repulsa a los que caen en la trampa de la violencia o por prudencia táctica o porque el PP prefiere otras manifestaciones más autorizadas, pues se acaban estas expresiones de una repulsa popular que tienen un inmenso eco mediático y moral en la sociedad.
La estrategia, además de win-win, es tan low-low, que hemos de conseguir que sea lost-lost. Es baja: baja porque está muy manida, porque implica utilizar maquiavélicamente a la Policía como figurantes contra la parte de la sociedad que más les ha defendido, porque instrumentaliza la violencia del Estado, que tendría que tratarla como sagrada y porque quién sabe si tira de infiltrados o, al menos, da protagonismo a minorías indeseables.
Mi propuesta primera es que conviene seguir protestando frente a las sedes. La segunda, en plan abuelete, es que hay que andarse con un cuidado versallesco. Todo lo que recuerde al «Asalto al Capitolio» es mejor dejarlo para los americanos. En la medida de las posibilidades, hay que aislar a los elementos que vayan buscando gresca.
Me parece fundamental que esas concentraciones se den también en provincias. ¿Porque yo mismo soy un provinciano? No. Porque conociéndonos, es muy difícil que se creen conflictos y se finjan ataques en localidades más pequeñas. El foco puesto sobre Madrid es demasiado intenso. Hay que repartir el juego por las bandas. La movilización tiene que ser permanente, permeable y periférica.
Pero no protagonista. Otro intento estratégico de Pedro Sánchez es que las protestas callejeras y, sobre todo, sus excesos, se coman la irritación judicial, la resistencia política y el análisis intelectual. Hay que dar alas a las declaraciones importantísimas del CGPJ, a los discursos de los distintos líderes políticos, con especial relevancia a los cargos autonómicos y municipales, de los que se puede exigir más implicación y también a las argumentaciones de filósofos y escritores. Como en tantas otras ocasiones en la historia última de España, Fernando Savater y su entorno están siendo un ejemplo de que otro progresismo es posible y necesario. Ninguna opción política debería monopolizar un rechazo transversal de todos los que saben cuánto nos jugamos aquí.
Conviene, por tanto, repartir la atención entre todas las formas de resistencia. Al PSOE le viene bien tanto disolver las manifestaciones espontáneas en sus sedes como magnificarlas. Ni una cosa ni otra. Contra la amnistía, contra la condonación de la deuda catalana y contra el cuarto y mitad de referéndum de autodeterminación, hay que abrirse en abanico (sin que nos abran, de paso, tampoco la cabeza, si puede ser).