«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

El Gatopardo ruge de nuevo

9 de abril de 2025

La nueva serie sobre El Gatopardo (2025), basada en la ejemplar novela (1958) de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, príncipe de ídem y duque de Palma, tiene un enorme interés cultural y político. Hecho que justifica su presencia en estas páginas de Opinión, más allá de las reseñas estrictamente cinematográficas. Hay que observar cómo triangulan la novela original, la sorprendente serie y la espléndida película homónima de 1963, dirigida por Luchino Visconti. Son tres posicionamientos políticos muy distintos alrededor de una misma historia.

Se ha estudiado a fondo cómo el director lombardo, a las órdenes o, al menos, con el apoyo directo del Partido Comunista Italiano, insufló taimadamente un mensaje ideológico marxista en la historia del príncipe de Salina «mediante cuidadas omisiones y pequeñas alteraciones». Lo documenta el libro Operación Gatopardo (2013) de Alberto Anile y Maria Gabriela Giannice. Entre nosotros, Jorge del Palacio ha explicado muy bien el suceso.

Mientras la novela mostraba el fatalismo reaccionario del príncipe de Salina ante la unificación italiana, la película se concentró, ladinamente, en los juegos de poder, esto es, en denunciar cómo la aristocracia se aliaba con la burguesía emergente para que nada cambiase. El pueblo era el gran perdedor y la verdadera revolución —se relamía el Partido Comunista— seguía pendiente.

El cineasta se hizo fuerte en la famosa frase: «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie». En realidad, la novela es una enmienda a la idea, del mismo modo que Macbeth —el otro gran malentendido de la historia de la Literatura— y Shakespeare defienden todo lo contrario que su famosa cita: «La vida no es más que una sombra… Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa». La frase de El Gatopardo no la dice el príncipe de Salina, el protagonista, sino su sobrino Tancredi. Al final, muriéndose, el príncipe constata que todo ha cambiado porque no se hizo nada para conservar nada y que aquella cínica paradoja inicial era un grandísimo error. «Había dicho él mismo», se acusa el protagonista, «que los Salina serían siempre los Salina. Se había equivocado. Él era el último. Aquel Garibaldi, aquel Vulcano barbudo, había vencido después de todo». Antes había sido más claro aún: «Luego será distinto, pero peor. Nosotros hemos sido los gatopardos, los leones; quienes ocupen nuestro lugar serán los chacales, las hienas…»

Ni tan siquiera la frase famosa era original de Lampedusa, sino plagio de la de Alphonse Karr: «Plus ça change, plus c’est la même chose» («Cuanto más cambia, más igual es»), publicada en 1849 en la revista satírica Les Guêpes. Razón de peso para sostener que el hiperculto príncipe de Lampedusa la copió para refutarla, dando por supuesto que todos identificaríamos la fuente. Nadie se marca una novela para ejemplificar un sobado adagio ajeno.

Visconti, por tanto, serpeó entre el malentendido para llevarse el agua a su molino. El Partido Comunista vio que aquella inmensa nostalgia aristocrática que había levantado la exitosa novela no podía acallarse y que, por tanto, lo mejor era adulterarla. Lampedusa escribió una elegía a un tiempo que se había acabado, el de la aristocracia, Visconti quiso denunciar una celebración indecente: la de los pactos entre la aristocracia y la burguesía, para seguir esquilmando a Italia y al pueblo.

Así las cosas, entra en escena la interesantísima serie, que tampoco es fiel al espíritu de la novela, pero en un sentido estrictamente contrario al de la película. Se marca un Visconti, sí, pero conservador. Si vamos a jugar a Gramsci, jugaremos todos. Las diferencias quedan claras desde la fotografía. Mientras la película nos muestra un desierto árido, la serie se recrea en un maravilloso vergel siciliano. El amor a la tierra, esto es, el arraigo marca una diferencia esencial.

En la serie, la cámara se concentra en Concetta, la hija del príncipe de Salina enamorada de su primo Tancredi. Se yergue en la auténtica protagonista, en epítome de su épica, a diferencia de la novela y de la película, donde es una víctima insulsa. Ya la verán. En la serie, el príncipe reprueba al final la unión de Angelica y Tancredi con un contundente zarandeo moral, reconoce la razón que tenía desde el principio su hijo el reaccionario y se rinde un poco menos a los acontecimientos; pero, sobre todo, sus hijos no se resignan en absoluto.

El mensaje original de Lampedusa era un exquisito nihilismo desengañado, propio del reaccionario que asume que la revolución es, además de lamentable, irresistible. El mensaje de Visconti era una denuncia radical del cinismo decadente de la aristocracia aburguesada y viceversa. La serie, por el contrario, es un clarín de combate conservador. Los gatopardos pueden levantarse de nuevo, y defenderse. Cierto que, como había dicho Salina, además de gatopardos y leones, en el mundo hay ahora hienas y chacales, pero no hay rendición. En la novela el príncipe había dicho: «Me voy a mi casa y rapiñad vosotros el poder». En la serie, los hijos del Gatopardo rugen de nuevo.

Se defienden. Contratacan. Recuperan la finca perdida. Frente a la soltería y a la esterilidad a la que les condenaba la novela y que la película ni mienta, aquí se casan, tienen hijos, esto es, herederos, celebran de nuevo la vida, sostienen la propiedad, ejemplifican el arraigo, practican la fe, ejercen la fidelidad y reanudan la amistad. A Gramsci le habría gustado mucho menos la serie que la película, claro, pero no dejaría de reconocer que el zarpazo conservador ha sido certero, y retrata el signo de los tiempos.

Fondo newsletter