«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.
Actor. Cine, teatro y televisión. Fue diputado en el Congreso de los Diputados y jefe de grupo en las Cortes Valencianas. Actualmente trabaja en 7NN. Dirige y presenta 'ConToni' los sábados por la noche.

El gilipollas de izquierdas

28 de julio de 2024

El primer tío al que oí declararse «viajero y no turista» era un gilipollas. Un gilipollas de izquierdas, por supuesto. No le faltaba nada. Pañuelito palestino, aliade, familia de pasta y cierto reparo a la ducha. Yo nunca había caído en la distinción. Cuando la explicó, seguía sin comprenderla. Al parecer, el viajero inicia un camino espiritual con cada desplazamiento con el que acaban beneficiándose él mismo y, por encima de todo, el lugar y las gentes del destino. Hay una comunión ahí. Un enriquecimiento mutuo. Una transformación profunda, aunque no se note. Es como el pavo, o mejor la pava, que te dice tras unos meses de terapia que ha cambiado por completo y tú la miras y te da el mismo repelús de siempre. Pero, como decía el gilipollas, el viajero se mezcla con el lugareño, se deja llevar por los acontecimientos y suele ir solo. Forja su propio camino y no tiene fecha de vuelta porque lo importante es el viaje, la ruta, que es un acontecimiento especial. El viaje como extensión de su propia vida. Vamos, que se toca los huevos todo el año. El turista mira, el viajero participa. El primero se sorprende por las diferentes culturas y el segundo ya comprendió hace tiempo que hay incontables diferencias por el mundo. Él ya está ahí. El turista aparece en las fotos. El viajero toma instantáneas de los paisajes y sus gentes, se mezcla con los lugareños. Al parecer, el turista viaja en una puta burbuja, y, móvil en mano, arrambla con todo al llegar a ese lugar del que ni siquiera araña la superficie cultural tras haber consumido ingentes recursos en el desplazamiento. Yo seguía sin ver la distinción de la que hablaba. El viajero no se desplaza, supongo. Se teletransporta. No cuece recursos, enriquece. Como el avecrem. Lo que usa es devuelto de sobra con aquello que aporta durante el camino. Como el falcon o los yets de Di Caprio y Taylor Swift.

Al final, el viajero es el señorito clasista de siempre. El que señala con el dedito al común de los mortales desde su atalaya moral.

En Barcelona, un grupo de rogelios gilipollas, perdón por la redundancia, lanzó agua e increpó a un grupo de turistas que se refrescaba en una terraza. Todos esos rojeras se han visto beneficiados por la principal industria de la ciudad. Y todos han hecho turismo. Pero seguro que se dicen viajeros. Yo estoy muy a favor de esos actos. Que se vengan los turistas a Valencia. Que se empobrezcan allá arriba y sufran las consecuencias de su voto. En Mallorca también se manifestaban. En Valencia, algún merluzo de Compromís y el PSC valenciano comienza a hacerlo. Ya intentaron prohibir a los turistas madrileños que vinieran a nuestra tierra durante la pandemia «porque contagiaban». Otra distinción: el turista contagia, el viajero enriquece. Yo, iluso de mí, sigo esperando de ellos una alternativa. Vale, les digo. Turismo no. Industria tampoco. Comercio de grandes superficies no os gusta, y la agricultura y la ganadería sólo si es orgánica, biológica y a tropecientos euros el kilo. Ok, pero… ¿de qué vivimos entonces?

Hace nada estuve en Croacia y en Venecia. Haciendo turismo. Yo no soy viajero. Sólo si has estado en Venecia puedes entender lo que es la presión turística. Lo demás son tonterías. Qué lejos aquella España que glorificaba al turista. Las pelis de Landa, las suecas. Un buen pedazo del PIB responsable de que nuestra España despegara. Luego vino el empuje de los fondos de la UE en la época de Felipe y Guerra. La droga que regala el camello para engancharte. Pero esa ya es otra historia.

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