Desde el Cantar de mio Cid, como mínimo, aunque don Pelayo y antes Viriato permiten rastrear precedentes, parece que el pueblo se tiene que echar sobre los hombros la defensa de la dignidad propia, lo que hoy sería la identidad nacional. El momento álgido es el levantamiento contra la invasión napoleónica, de mimbres muy populares.
La concesión de la amnistía por Pedro Sánchez tiene mucho de golpe al ordenamiento constitucional, como se nos ha explicado muy bien por unos y por otros, de manera que es un cambio de régimen de la ley a la ley. Pega, además, golpes más profundos. Junto a lo del orden constitucional, la amnistía es una ofensa inmensa a un sentido mínimo de justicia. Se subvierten derechos naturales o, como hubiese dicho claramente Antígona, la de Sófocles, a derechos de origen divino. ¿O no voltea el orden cósmico con hacer que unos delitos muy graves y peligros para la paz social no se castiguen porque un político necesita los votos de los delincuentes para mantenerse en el gobierno? Es algo que sobrepasa con mucho los límites de lo constitucional o no. Atenta contra la integridad de la justicia, la igualdad de los ciudadanos a los que se nos persigue si sobrepasamos mínimamente un límite de velocidad y contra el pudor del poder.
Objetivamente hay motivos para que el pueblo español, tirando de su dignidad, se negase a pasar por este aro. Sin embargo, me da la sensación de que esta vez el pueblo no puede solo. En realidad, quizá tampoco las otras veces, porque Rodrigo Díaz de Vivar no era un destripaterrones, sino un señor de la guerra. Y Daoiz y Velarde. Pero centrándonos en el ahora, este asalto a la constitución, a la dignidad nacional y al ideal general de justicia tiene una dimensión técnica que ustedes, que me están leyendo, entienden perfectamente, pero que escapa al ciudadano corriente. Más aun cuando vive entre agobiado por llegar a fin de mes y entretenido con un sinfín de placebos mediáticos.
Todo régimen político, para su pervivencia, necesita una constitución mixta, como dijo Aristóteles y detrás de él los mejores tratadistas políticos, como Cicerón, Polibio, Edmund Burke, Tocqueville, etc. Esto es, frente a cada uno de los regímenes puros: o monarquía o aristocracia o democracia, la constitución mixta forma un trípode en el que el régimen político se apoya en los tres modelos a la vez. Eso la hace más estable y equilibrada.
Frente al endiablado laberinto demagógico, legal y político que están urdiendo Sánchez y sus socios —antaño vergonzantes y hoy emperifollados—, tendría que reaccionar la aristocracia nacional, si de verdad existe y tiene músculo moral. Quiero decir con «aristocracia» los altos funcionarios, los intelectuales auténticos, los catedráticos —especialmente de Filosofía, de Derecho y de Políticas—, etc. Para que el pueblo capte la extrema gravedad de la situación y sus consecuencias a medio plazo, se requiere un paso adelante de los que deberían ir por delante. Un paso más activo que artículos como éste y similares. Tal vez, como se ha apuntado, una huelga de las altas y medias magistraturas del Estado; sin duda, declaraciones oficiales; un protagonismo de los presidentes de las comunidades autónomas, los alcaldes y otras autoridades, algunas muestras de vida inteligente e independiente dentro del PSOE —más fácil entre los jubilados y entre los militantes de base y parece que imposibles entre alguien que tuviese algo que perder— y así.
También sería importante el compromiso de dar fe. Que Pedro Sánchez y los suyos no pudiesen confiar en que en el futuro otra ley de Memoria Histórica reescribirá todo lo que está pasando. Ni que vendrá un Partido Popular a tragarse entero el nuevo status quo o detritus quo. La resistencia eficaz no se circunscribe al presente. Ha de coger carrerilla en el pasado, recordando las cosas que ya hizo el PSOE en nuestra historia. Y tiene que haber una clara vocación de futuro. Las responsabilidades de hoy no deben esperar otra amnistía para mañana. Hay responsabilidades también por omisión: las de quienes esperan que sean otros los que paren este disparate. Esta vez el trabajo sucio (de oponerse a la sucio) nos toca a todos.