«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

España no es independiente ni soberana. Ceuta lo demuestra

2 de noviembre de 2016

Una poderosa flota rusa de combate ha atravesado el Estrecho de Gibraltar, proveniente del Mar del Norte, y cruza ahora el Mar Mediterráneo. En torno al portaaviones Almirante Kuznetsov, el crucero nuclear lanzamisiles Pedro el Grande y sus unidades de escolta y apoyo son la mayor exhibición de fuerza naval rusa desde la Guerra Fría. Todo parece indicar que van a hacer uso de sus derechos de anclaje en las costas de Siria –única base naval rusa en aguas cálidas- y que usarán tanto su presión como su indudable fuerza en apoyo a Bashar Al Asad, cuyo régimen se enfrenta en guerra civil a la amenaza yihadista.

Rusia solicitó, conforme a las normas internacionales, permiso para que al menos algunos de sus buques hiciesen escala en Ceuta entre el 28 de octubre y el de noviembre. Ninguna sorpresa, porque no es la primera vez y porque el permiso se solicitó con todos los requisitos, ya en septiembre. El Ministerio de Asuntos Exteriores concedió en septiembre el permiso para esa escala, como es costumbre en tiempos de paz. Sin embargo, en los últimos días, el departamento de José Manuel García-Margallo pidió aclaraciones a Rusia sobre el destino final de esos barcos. De modo inmediato, la Embajada de la Federación de Rusia en Madrid comunicó a Exteriores que retiraba la petición de permisos de escala para esos buques, escalas que quedaron por lo tanto canceladas. No parece que nuestras relaciones con Rusia salgan beneficiadas.

¿Y por qué? Porque esa flota está siendo seguida, desde su salida de Murmansk, Severomorsk y Arkangelsk, por los medios navales y aéreos de la OTAN. Lo han hecho en el Atlántico y luego en el Mediterráneo las propias Fuerzas Armadas españoles, cuyo Mando de Vigilancia y Seguridad Marítima tiene la tarea de conocer qué sucede en todo momento en nuestras aguas de soberanía. Tampoco se han desplegado medios equivalentes a los rusos, sino modestamente primero el Patrullero de Altura P-74 Atalaya, y luego el Patrullero de Altura P-78 Cazadora, con el apoyo de aviones del Ejército del Aire. La OTAN percibe la renovada presencia naval y aérea rusa lejos de sus costas como una posible amenaza, o más bien una desagradable sorpresa después de las décadas de dominio sin alternativas. Y para algunos países de la OTAN, en especial estados Unidos, el yihadismo y las fuerzas rebeldes sirias son incluso menos enemigos de sus intereses –creen sus dirigentes- que el Gobierno legítimo de aquel país y sus aliados de Moscú. Así que en nombre de nuestra pertenencia a la OTAN seguimos y presionamos a los rusos.

La pregunta es sobre todo si debemos hacerlo, y si nos conviene hacerlo. Y más aún ante Ceuta.

Entre 1981 y 1982 España se convirtió en parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Tras su solicitud, y tras una negociación discreta, España es el miembro número 16 de la OTAN desde el 30 de mayo de 1982. Pero no en las mejores condiciones. No me refiero aquí a las condiciones impuestas ante el referéndum de 1986 por Felipe González, evitando la estructura militar integrada y las armas nucleares en territorio español; todo eso ya es sólo historia. En cambio hay condiciones impuestas antes por los Aliados, y en definitiva por Estados Unidos y Francia, que siguen en vigor y siguen condicionando nuestra Defensa nacional: Ceuta, Melilla y los territorios de soberanía española al sur del Estrecho no están cubiertos por la Alianza. ¿En nombre de nuestra pertenencia a la OTAN condicionamos el uso por Rusia de un puerto que la OTAN no defendería de un ataque? Es cuando menos paradójico.

Si el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, Estados Unidos y Francia quieren que España someta a sus intereses sus relaciones  con Rusia, tendrán que pagar el precio justo. Y éste no puede ser otro que el compromiso de los Aliados en la defensa de Ceuta y Melilla de cualquier ataque. Obviamente en 1982 la excusa de que las ciudades estaban “fuera de área” no fue más que la manera elegante de no garantizar la soberanía española frente a Marruecos y sus agresiones. Un Marruecos que sólo siete años antes había ocupado por la fuerza el Sahara Occidental y estaba por ello en guerra. Pero la integridad territorial de España incluye la soberanía sobre Ceuta, Melilla y Gibraltar. 

Mal está que España tenga que mantener sólo con sus propios medios la defensa de Ceuta y Melilla, como ya se demostró en el caso de Perejil, y menos mientras nuestras fuerzas se emplean en nombre de la OTAN en los lugares más dispares y, por cierto, mucho más “fuera de área”. Peor aún está que un aliado, el Reino Unido, mantenga una base militar y un régimen colonial sobre un territorio español. ¡Pero lo último que nos quedaba por ver es que, además de no defender la Ceuta española –no hay otra desde 1415-, los Aliados decidan qué podemos o no podemos hacer en Ceuta!

Rusia, con cierta elegancia diplomática, ha renunciado al uso de Ceuta ante las “dudas” de Margallo. El hecho es sencillo: España actúa como sus aliados prefieren, sin nada  a cambio. Ceuta y Melilla no son territorio OTAN. Si Marruecos ataca, hoy o mañana, nosotros estamos solos. Y las fuerzas OTAN combaten hace mucho muy lejos “fuera de zona”. Quien no exija a la OTAN cobertura total para las dos ciudades revela una sumisión patológica e innecesaria a los Aliados. Quien no exija Gibraltar a cambio de nuestra entrega a la OTAN no entiende el concepto de soberanía nacional.

En Ceuta se evidencia algo sencillo: si obedecemos a nuestros aliados sin contrapartidas, somos simplemente siervos, no un Estado soberano. Sólo garantizando la plena soberanía de España en las tres ciudades, contra todos los enemigos, podrá la OTAN pretender que España sea leal a todos sus socios. Salvo que aceptemos ser un socio desigual o un protectorado. ¿O es que Alepo o Yibuti son más OTAN que Ceuta?

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