Van remitiendo poco a poco los ecos del escándalo por el discurso de Ana Iris Simón en presencia de Pedro Sánchez señalando que el verdadero problema de España estriba en el derrumbe de la natalidad. Y que fomentar la emigración para que nos paguen las pensiones equivale, entre otras cosas, a descapitalizar (humanamente) a los países pobres, privándoles de su mejor recurso. Y que las agendas a 2050 son humo en el aire y en el agua espuma.
Tres distintos corresponsales han coincidido en señalarme que esas palabras de la joven autora de Feria (Círculo de Tiza, 2020) han sido capaces de suscitar un verdadero debate intelectual como no se recuerda otro en los últimos años, quizá con la excepción de Imperiofobia de Elvira Roca. Con los artículos de opinión que ha provocado la joven manchega —a favor, en contra y a medias— se podría reunir ya un enorme volumen con matices y sutilezas para todos los gustos, sin contar el aluvión de comentarios en las redes sociales. Con independencia de todas las circunstancias coadyuvantes (la envidiable juventud de la autora, su fotogénico origen de izquierdas y de pueblo, su encanto personal, la calidad indiscutible —más que nada— de su libro, etc.), parece evidente que ha tocado hueso. Ha señalado el elefante en la habitación del que nadie quería hablar.
La recepción alborotada y caótica del discurso de Ana Iris ha sido quizá el primer encontronazo con el escenario en el que ya actuábamos sin darnos mucha cuenta
¿El problema de la natalidad? Sí, sin duda, pero algo previo también. Las dimensiones del campo de batalla político. Hasta ahora funcionaba de un modo subterráneo, apenas detectado por algunos ensayistas perspicaces, pero todavía no había calado ni en la opinión pública ni en la publicada. Y ahora ha calado.
La recepción alborotada y caótica del discurso de Ana Iris ha sido quizá el primer encontronazo con el escenario en el que ya actuábamos sin darnos mucha cuenta. Empieza a ser cada vez más imperdonable, por tanto, seguir haciéndonos un Fabrizio del Dongo. Ya conocen la poderosa imagen con que Stendhal que abre La Cartuja de Parma. Un desnortado Fabrizio se cruza toda la batalla de Waterloo sin entender nada de nada de lo que está ocurriendo allí ni reconocer siquiera a su admiradísimo Napoleón cuando tropieza con él. Si ignoramos qué batallas (culturales) se libran y en qué condiciones, podemos disparar fuego amigo a discreción por las espaldas o, simplemente, exponernos a aplaudir embobados al contrincante.
Que yo sea en puridad un güelfo blanco, de intensas querencias conservadoras y espíritu ácrata-tradicionalista no quita que (…) pueda admirar y agradecer la contribución a la causa de un gibelino perdido, de carácter liberal y alma materialista
Quienes han afeado a Ana Iris Simón que no sea una escritora de derechas o que haga hincapié en el divorcio de sus padres están tan despistados como los que se extrañan de que liberales pata negra la critiquen (como es lógico). Tampoco andan muy finos los conservadores que pretenden enrolarla en nuestro batallón. Como en los ejércitos decimonónicos de Napoleón y, sobre todo, en los del añorado Imperio Austríaco (por seguir con Del Dongo), en cada bando se concentran una abigarrada confusión de uniformes, de unidades (dragones, húsares, infantería…), de nacionalidades, de idiomas, de colores y banderas. En defensa de Fabrizio, no debía de ser fácil aclararse entre tantos movimientos.
Ni es tan fácil aclararnos ahora. ¿Dónde se traza la línea o el eje de la nueva política? La confusión estriba en que el nuevo eje no invalidan los clásicos, sino que los resitúa, superponiéndose y solapándose. De modo que hay que saber contra qué se lucha y quién defiende valores que hemos de sostener, aunque no pertenezca exactamente a nuestro batallón o a nuestra little plattoon. Que yo sea en puridad un güelfo blanco, de intensas querencias conservadoras y espíritu ácrata-tradicionalista no quita que, en las actuales circunstancias, pueda admirar y agradecer la contribución a la causa de un gibelino perdido, de carácter liberal y alma materialista.
Feria es una defensa del arraigo en un territorio (La Mancha, nada menos) y en una memoria, en dos estirpes y en un sentido común que la autora echa en falta en el modelo de vida que se propone a las nuevas generaciones
El fenómeno de Ana Iris Simón ayuda a verlo muchísimo más claro que mi lío particular. El eje esencial es la nueva necesidad (aunque el hecho en sí sea una ventura eterna) del arraigo. Lo adelantó David Goodheart cuando distinguía entre los Anywhere (esto es, las personas cosmopolitas, que no se sienten ligadas a ningún territorio) y los Somewhere (que tienen un sentido de la pertenencia o lo quieren recuperar). Yo me atrevería a sugerir que ese arraigo no es sólo a un territorio o nación, sino a la realidad. Aquí lo desarrollé detenidamente. Ese común denominador (el realismo, esto es, el sentido común) unifica a aquellos autores hacia los que el pensamiento progre (esto es, abstracto, utópico, intervencionista e impositivo) apunta sus cañones mediáticos y sus estrategias de desprestigio. Él es mucho más eficaz en detectar a sus enemigos (nosotros), así que deberíamos aprovechar mejor su brújula invertida.
Sin quitar importancia al discurso de Ana Iris Simón en toda la cara del presidente Sánchez, la clave está en su libro. Feria es una defensa del arraigo en un territorio (La Mancha, nada menos) y en una memoria, en dos estirpes y en un sentido común que la autora echa en falta en el modelo de vida que se propone a las nuevas generaciones. El arraigo sobre todo en un futuro real. Por eso, el personaje más importante de Feria, más acá de políticas y debates públicos, es el hijo que se tendrá. Que el jaleo de la polémico no opaque esta lección prístina.