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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La exaltación del color negro

7 de diciembre de 2015

Cierto es que ya casi ha desaparecido el luto y también las sotanas y muchos hábitos religiosos de frailes y monjas. Por ese lado se atenúa el color negro en nuestro mundo. Pero al mismo tiempo se nota un inesperado auge de ese color en el atuendo de los camareros, peluqueros y otros oficios personales. Desde luego, si uno se siente progre, y sobre todo ávido de subvenciones públicas, mejor será que se vista con ropa negra. Un cineasta con camisa negra ya tiene andado medio recorrido para un premio Goya. Sí, Goya el de las pinturas negras. En su día fue un color fascista.

En las mujeres el tejido negro es el preferido para pantis, rebecas, chaquetones y demás prendas de uso diario. No tengo datos sobre la preferencia de ese color para la ropa interior femenina, pero (por lo que veo en El Corte Inglés) mantiene cierto atractivo. El negro sigue siendo el uniforme para los trajes de etiqueta, masculinos y femeninos.

En su día la Corte de Felipe II impuso el negro en todas las aristocracias europeas. No era un signo de austeridad sino todo lo contrario. Gracias a unos colorantes vegetales que venían de las Indias, Felipe II disfrutó del monopolio de un tinte negro azabache para el vestuario. Bien, todo eso pasó, aunque se puede seguir admirando en el Museo del Prado.

Se recuerda que, hace un siglo, Henry Ford anunció el famoso modelo T: “Puede usted elegir el color que quiera, con tal de que sea negro”. Actualmente, el color no añade ningún coste en los automóviles, pero los de alta gama y los pretenciosos siguen siendo negros. La cacharrería informática suele elegir ese sufrido color para los ordenadores, móviles y demás artefactos. Se identifica como un símbolo de seriedad técnica, o por mejor decir, tecnológica.

Cuando comenzó la modesta exploración espacial, sufrimos una pequeña desilusión: el cielo no era azul, como creíamos, sino negro. El tono azulado lo daba nuestra atmósfera.

Los policías cada vez van más de negro, seguramente para entonar con la vestimenta de los yihadistas. La bandera del Estado Musulmán, o como se llame, es negra, como la de los piratas de hace siglos. La anarquista era también negra y roja; ahora se ve poco.

La última moda es el Black Friday. Ni siquiera lo traducimos. Representa la alegría desbocada del consumo. Ha sido un éxito, sobre todo para arrumbar el carácter maléfico que tenía el adjetivo “negro”. El primer “viernes negro” fue el de la crisis de la Bolsa neoyorquina en 1929. Alguien inteligente le dio la vuelta al símbolo cromático. Aun así,  el “mercado negro” o el “dinero negro” siguen siendo expresiones para aludir  a no pagar impuestos.

Todavía perdura la connotación negativa de la raza negra para los blancos. Recuérdese que en los Estados Unidos hasta hace medio siglo se decía Negro, en español, para los que ahora son “afroamericanos”. Nosotros decimos “subsaharianos” con la misma idea de abstenernos de  pronunciar el color maldito. Incluso en el lenguaje coloquial decimos “del color hormiga” como expresión del mismo tabú. Ya se ve que el asunto resulta ambivalente, como suele ser todo lo significativo.

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