Fue aquí donde aconsejé a Alberto Núñez Feijoo que propusiese a Pedro Sánchez un pacto por el que éste mantuviese el Falcon y el colchón en La Moncloa a cambio de un programa de regeneración democrática para España. Así evitaría el pacto chantajista con separatistas y delincuentes («delincuentes» no porque lo diga yo, sino por sentencias firmes del Supremo). Desde entonces, me ha dado la impresión de que Feijoo no me entendió bien.
Podía haber hecho otros movimientos, por supuesto. Desde regalar sus votos a Sánchez para que, al menos, no tuviese que subastar España entre maleantes, como propone mi amigo Juan Mas hasta negociar al menos un turnismo presidencial, dos años para uno, dos años para otro; aunque esto ya sería imposible, conociendo a Sánchez.
Mi posición es que toda propuesta que pase por desalojar de La Moncloa al hombre del manual de resistencia cuando él puede encontrar una combinación para quedarse, aunque sea inmoral, es pedirle lo excusado. O sea, que toda negociación con Sánchez tiene que partir de la salvaguarda de la presidencia para Su Persona. Pero, por otro lado, aprovechando que le da lo mismo Juana que su hermana, Feijoo podría haberse fijado el objetivo de dejarnos una España mejor, con unas instituciones democráticas reformadas y un nacionalismo embridado. Ése era el término medio que yo propuse, donde el beneficio era grande para ambas partes y para los ciudadanos.
Si Pedro Sánchez no lo aceptaba —como no lo haría—, entonces Feijoo quedaba como un gran estadista y un español generoso. Con lo que ha propuesto ahora, si no acepta que permita que Feijoo sea presidente, no hay nadie en España que no entienda a Sánchez y que no se ría por lo bajini de la propuesta popular. No quiero decir que yo comparta lo de Sánchez, sino que sé, como todos los españoles, que este hombre, después de lo que ya ha hecho, de qué va a dejar la presidencia y echarse voluntariamente a los leones por un regeneracionismo institucional altruista.
La propuesta de Juan Mas de dárselo todo, y ver si era capaz incluso de rechazarlo porque prefiere a los nacionalistas, aunque saliera bien, dejaba a Feijoo como un hombre poco preocupado por abandonar a España en las manos descontroladas de un Sánchez autócrata. Con todo, es muchísimo mejor que la que ha realizado al final, donde él no queda bien, repite la cantinela de la lista más votada, que a estas alturas da alipori, y le regala a Sánchez la coartada moral de cargarlo de razones.
Todavía es peor, si se piensa para las negociaciones con los nacionalistas a las que por desgracia nos aboca esta situación. Es increíble que Feijoo no se haya fijado en esto. Se le regala a Sánchez un plus de simpatía entre los partidos independentistas. Fíjense en el mensaje que el presidente les manda: «Me ofrecieron negociar con el PP para evitaros como apestados, pero yo os prefiero mil veces a vosotros». Y viceversa: el mensaje que el PP transmite a partir de ahora: «Vengo a pactar con vosotros, nacionalistas, pero sois mi segundo plato de mal gusto, porque hasta preferí pactar antes con el archienemigo tradicional que con vosotros». El PNV, que tiene la llave (ay, de oro de todos los contribuyentes), seguro que ha tomado nota. Los ciudadanos, humildemente, también la hemos tomado, resignadamente. Este movimiento demuestra, encima, que las otras negociaciones del PP no van bien.
Finalmente, otro detalle de peso. Los puntos de regeneración que propuso Feijoo estaban muy bien, pero —como iban en un paquete con un imposible y supeditados a la pretensión de que le nombrasen a él presidente del Gobierno— se tiñen de excusa, de valor relativo y de mensaje demagógico de cara a la galería. El regeneracionismo, por tanto, se instrumentaliza. Si la regeneración política hubiese sido, como yo proponía, el eje de un acuerdo y el objetivo prioritario del PP, el mensaje hubiese sido distinto. Ahora, nada.