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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Feliz Navidad a todos

20 de diciembre de 2021

En un acto público he comprobado con sobresalto y creciente inquietud que, según los ponentes usasen o no el lenguaje de género con mayor o menor intensidad, podíamos encuadrarlos políticamente. Siendo un acto académico, esto es, un ámbito que, porque toca lo más universal del ser humano, tendría que mantenerse inmune a la ideologización, el efecto resultaba más alarmante. No quiero decir que los académicos hayan sido nunca neutrales. Pero existía una esfera intocada en la que importaba la creación, la investigación, la enseñanza. Lo político no lo infiltraba todo tanto como ahora.

Quienes han empujado para que desechásemos el uso del masculino genérico han empezado ya —insaciables— a usar otros términos. Ahora son las terminaciones en «e» para los que no se sienten identificados con ninguno de los dos sexos o fluyan o según. Lo interesante es que nadie en el acto recurrió a esa novedad; pero ese nuevo uso desplazaba la ventana de Overton de la vergüenza ajena lingüística. Permitía que el rechazo al masculino genérico quedase ya respetable, perfectamente centrado, muy alejado de la polémica.

Yo tenía mi opinión (contraria) al uso del lenguaje genérico por razones estrictamente gramaticales. Allí, sobre la marcha, sume dos o tres motivos de recelo. El más chocante queda dicho: actúa como un marcador ideológico de personas, esto es, como un disolvente preventivo de cualquier otra comunidad no política. Como el lenguaje es la herramienta de la comunicación humana, la división es de raíz, irremediable.

A la ruptura social hay que sumar la ruptura interior en los que usan el lenguaje genérico. Se ve muy claro entre los escritores. Casi todos saben que en sus textos termina exigiendo un peaje estético. En ellos, por tanto, no lo perpetran o muy poco. Tampoco en el lenguaje coloquial. Sin embargo, sí en el lenguaje público o político. Esa escisión lingüística no es buena psíquicamente y, desde luego, no en lo literario.

En las felicitaciones de Navidad, en los discursos de estos días, en tantos mensajes como tocan no desperdiciemos la ocasión de hablar bien, esto es, como siempre

Todavía produce otra ruptura más. Con la tradición, aunque ésta se sospesa poco. Si se termina imponiendo el uso genérico se condena a autores tan poco sospechosos de machismo como Miguel de Cervantes o Fernán Caballero a sonar heteropatriarcales a los oídos de las nuevas generaciones por el simple hecho de usar bien nuestro idioma. Las personas más formadas puede que sepan trazar una línea roja a partir de la cual lo que antes se hacía con toda naturalidad empezó a ser inaceptablemente machista, pero obsérvese que la ruptura —la línea— hay que trazarla en cualquier caso. Se pierde la continuidad.

Lo peor, con todo, es la docilidad con la que unos profesores o unos escritores sucumben a una imposición que va contra la razón misma de su vocación, que es el amor al lenguaje. Traicionan su tradición, fuerzan su lógica interna y revientan la punta de su herramienta de trabajo, que es la brevedad y la economía del lenguaje.

Explica muy bien el pintor Juan Antonio Presas cómo la imposición de un arte iconoclasta, que subvierte las leyes de la estética y del sentido común, ha sido un paso imprescindible: «A nivel popular fue necesario que nos familiarizáramos con la relativización, primero, y la inversión, después, del concepto de Belleza en las artes para que aceptáramos con naturalidad la relativización de la Verdad y el Bien en todos los ámbitos políticos y sociales, a la que está siguiendo una inversión de ambas nociones que sólo encuentra parangón en la que se dio previamente en el orden estético». Detrás de cada renuncia artística o literaria, vendrá una imposición política.

Quien usa esas reduplicaciones del lenguaje de género en su vida pública o burocrática, pero no en su vida privada o en su producción literaria o científica, ha aceptado someterse a un poder arbitrario en el lenguaje. Y no olvidemos que la lengua está indisolublemente unida a la vida intelectual y espiritual de cada persona.

A estas alturas, si nos resistimos a ese uso, estamos asumiendo el señalamiento ideológico automatizado que denunciaba al principio de este artículo. Nos pondrán la marca. Qué remedio. No nos han dejado más escapatoria que de frente. Quizá sea un honor —involuntario— que nos hacen. En las felicitaciones de Navidad, en los discursos de estos días, en tantos mensajes como tocan no desperdiciemos la ocasión de hablar bien, esto es, como siempre. Feliz Navidad a todos.

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