Mariano Rajoy, como José Luis Rodríguez Zapatero, es amigo de las reuniones discretas. En el caso de Zapatero será por contagio de la discreción de otra institución obrera, que no es el PSOE. En el caso de Mariano Rajoy esa cualidad de actuar con sigilo, al abrigo de la luz, los taquígrafos, los focos, los micrófonos, los pendolistas y demás piezas de la democracia nuestra, la inspiración le viene de otro lado. Del manual del buen político, que se sincera en privado, y reviste las componendas de buenas palabras, que quedan para lo público; para lo masivo, si quieren.
Este martes se entretuvieron, con discreción, Mariano Rajoy e Íñigo Urkullu, alias “a la chita callando”. Dicen las crónicas que los dos coincidieron en que ETA se está acabando. O, dicho de otro modo, en que ETA no se ha acabado. ¡Quiá! Si no ha renunciado a nada. Mantiene, intactos, sus objetivos. Mantiene la ideología que justifica sus pasados atentados, y justificaría los futuros. Mantiene las armas. Mantiene el chantaje, y de hecho amenaza cada martes y cada jueves sobre la vuelta a “las armas” si el actual “proceso” no conduce a una secesión. ETA sólo ha renunciado ahora a cometer atentados porque obtiene unos beneficios políticos que le compensan. En el momento en que no le colmen, la sangre volverá a correr por las calles de España.
El PNV es el mamporrero de ETA. No pregunten cuál es la posición de los gobiernos de España. Urkullu pone el chantaje, taimado pero descarnado, de ETA, sobre la mesa de La Moncloa. Y asume el mismo objetivo: “El reconocimiento de Euskadi como realidad nacional”.
Su argumento, en el lenguaje pretencioso y cursi que también viene en el manual del político, es que desde el cese estratégico de los atentados, “se ha abierto un tiempo nuevo”. Y, pese a lo antedicho, es nuevo. Pese a que ETA no ha cambiado, algo ha cambiado. Urkullu tiene prisa. Es ahora. Ahora o nunca. Ahora que todavía puede llegar a Madrid con los deberes hechos por ETA en las últimas décadas. La amenaza permanece sin tirar del gatillo. Todavía es útil, debe serlo. Pero en realidad ya no tiene la fuerza de antes. No porque no sean capaces de volver a atentar. Sino porque sobre el silencio de las pistolas ha caído el profundo hastío de la gente. Y una vuelta al pasado sería hoy más difícil. El silencio se tiene por tierra conquistada, y no se va a abandonar, ya.
Si volvemos a la mesa de La Moncloa, podemos decir que ETA no se ha acabado, pero su fuerza se pierde. El fin de ETA nunca será completo, ni lo será su derrota. Sólo la deseamos los mejores, quienes no estamos en la política. Pero también es cierto que le espera una existencia languideciente, agónica, y que su principal aliento será el que le otorguen las reuniones discretas.