«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Franciscus

22 de abril de 2025

No hacía falta ser teólogo para darse cuenta de algo en el Papa Francisco: su recelo hacia los que cumplían las normas, los fieles inquebrantables, los creyentes tradicionales. Ellos merecían más sospecha que aplauso. Sospecha de neopelagianismo, de herejía, de elitismo grave. Ellos eran el problema.

¿No es esto habitual? ¿No sentimos que quienes profesan creencias o al menos lealtades arraigadas son considerados, de repente, sospechosos de herejía o, bajando a nuestro lenguaje, de extremismo? Los que no siguen esos preceptos se ponen democráticamente de acuerdo, los señalan y expulsan. ¿Y no es esta la mejor manera de incumplir o, al menos, relajar esos preceptos?

Lo que hacía el Papa con la fe lo hacen otros con lo demás. Sabemos bien con qué. Los ortodoxos o simplemente cumplidores son ahora radicales y contra ellos se impone una laxitud general que con buenas palabras encubre el engaño.

«Era el Papa de los pobres», nos dicen. Sí, de los pobres y de muchos ricos. «Hablaba de Cristo en las encíclicas». Era Papa, no iba a hablar de Maradona

Por supuesto que un papado es rico y complejo, pero Bergoglio ha sido al final (y sin salir de aquí) el Papa de Otegui, del PSOE, de los cómicos comecuras de la SER y de quienes no entrarían a una iglesia si no es para quemarla o profanarla. Lo que exactamente ha pasado.

En España, la izquierda chantajea a la Iglesia con la pederastia y la no dicha homosexualidad y la Iglesia guarda silencio y dialoga o mejor negocia.

En España, los columnistas pesebreros echan manitas y mofletes de obispo, pero los obispos tienen cara de ministro socialista. Bergoglio no sólo acabó siendo el Papa de los que odian a la Iglesia; acabó siendo también el Papa de los devotos del Cristo de la Moderación. Es el Papa que aman porque es su Papa. Les daba servida Bergoglio su táctica: los rigoristas son los sospechosos y el catolicismo ha de ser, ¡como nosotros!, una cosa holgadita, no conflictiva, sin extremismos… A la Santa Madre Iglesia no sabemos, pero a su santa madre sí la venden así.

Aggiornándose al globalismo, que es mucho aggiornarse, el Vaticano también externalizó una fe como de los chinos. Como si el pobre, el pobre pobre, mereciese una fe peor, menos atractiva, menos poderosa.

Los cristianos de las catacumbas ahora serían considerados unos recalcitrantes elitistas. Quizás. Aunque sabemos lo que pensaba de algo más reciente.

El Papa no pisó España, pero sí hizo gran política aquí. Que el Papa no era político ni ideológico es uno de los chistes de estas horas. Claro que hizo política Bergoglio.

Pero si hoy Ayuso puede ir una Iglesia a hacer pucheritos y López Miras ir de imperator murcianus y los egipcios dar lecciones de espiritualidad poniéndose tibios en Sevilla es porque la Iglesia la salvaron con su vida unos individuos ahora deshonrados y abandonados en «lo civil».

Nunca me pareció que el Papa tuviera mirada de Papa. Es algo muy personal y muy tonto, pero es así. Alrededor de su figura había un culto al pobrismo que yo hubiera querido ver confirmado en unos ojos profundos, piadosos, acogedores y hermosos. No lo vi (aunque estuvo cerca de ello al mirar a Obama). Que fuera argentino no es disculpa.

Ahora, nos informan, será enterrado sin ornato, sencillamente, en la tierra, sin adorno ni decoración y sólo se leerá Franciscus. Que en esta estética del despojamiento no se olviden de poner la cruz. Y que esa cruz, bajo la que descanse en eterna gloria, no sea nunca amenazada.

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