«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El futuro de Europa y sus fantasmas nacionales

18 de mayo de 2017

 

La historia que se enseña desde hace siglos en los colegios e incluso en las universidades de Europa, es en gran medida un cuento de hadas al servicio de los nacionalismos respectivos, un alegato justificando los éxitos y grandezas propias, con descrédito y difamación de los vecinos; esta tara cala de generación en generación, pues todas las manifestaciones culturales, cine, TV teatro, novela… están infectadas del mismo modelo de mensaje, subliminal y en ocasiones descarado.  

Si nadie en su sano juicio, al plantearse construir una simple vivienda, deja de estudiar el terreno y proyectar unos cimientos capaces de sustentarla, más cuidado todavía debería tenerse cuando se quiere erigir un edificio político de la complejidad  de una UE: un proyecto colectivo en el que no se debería obviar lo que ha sido  la historia, tanto la real como la fantaseada, transmitida por sus regentes locales para justificar y glorificar su propio pasado.

Se deberían haber analizado sin prejuicios nacionalistas las consecuencias que tienen dichos fantasmas nacionales a la hora de buscar esa unión, sin querer esconderlos, alegando que son cosas de otros tiempos, pues ese pasado, profundamente enraizado en las mentes de los ciudadanos, tras siglos de adoctrinamiento y propaganda, sigue vigente, condicionando su actitud y conducta, aunque una excelsa minoría, y con reservas,  exhiba cierta objetividad.

Margaret Thatcher, comentando las diferencias entre Europa y EE.UU.,  afirmaba que la principal diferencia entre ambas entidades políticas era que la primera era hija de la historia y la segunda de una idea.  Por tanto: cualquier intento de unificar a los europeos pasaría necesariamente por un replanteamiento de las ideas y de la historia en sentido crítico, para que los ciudadanos de las naciones en cuestión pierdan esa versión distorsionada de sus vecinos.  Tal proyecto pasaría necesariamente por revisar todos los libros de texto, desde el colegio hasta las universidades, por no mencionar el cine, TV o los medios de comunicación, para que a partir de ese momento se buscaran  afinidades en lugar de los tópicos negativos y las falsedades interesadas  que se han ido acumulando en el inconsciente colectivo nacional a lo largo de tantos años de conflictos sangrientos.

Sinceramente son pocos o nulos los esfuerzos serios, generales  y continuados que se han hecho por destruir tales prejuicios, distorsiones, desprecios y odios respectivos, fomentados por discursos nacionalistas, armas de guerra que quizá tuvieran sentido en otra época, cuando las naciones en cuestión estaban buscando su independencia o autonomía respecto  entidades políticas más universales, pero que hoy, cuando lo que se pretende es precisamente una gran unión, lo primero que habría que haber hecho es eliminar dichas distorsiones y sentimientos despectivos y agresivos, frutos de una ignorancia o una manipulación intencionada, y ese esfuerzo común debería haberse hecho desde el mismo jardín de infancia de sus ciudadanos.

Lo cierto es que a pesar de que hoy en día la movilidad  y la facilidad de comunicación, así como el turismo y la universalización de los medios de información, han servido para aproximarnos  y descubrir que nuestros vecinos no son unos seres humanes tan diferentes, todavía persiste un fuerte sentimiento  de patriotería y hostilidad.  

Este sentimiento no es espontáneo, ha sido creado y promovido en el pasado por muchas razones, y la única manera de irlo eliminando sería mediante la formación y la difusión de una educación efectiva, contraria y objetiva, entre las poblaciones respectivas, destacando lo que hay de común entre los pueblos europeos y lo que les distingue de sociedades y culturas limítrofes, para crear una sensación de unidad, no un conglomerado de países buscando cada uno su conveniencia. Pero, desgraciadamente, se ha querido montar dicha unión europea sin renunciar a una educación partidista, típica del siglo XIX, que para colmo se ha hecho  pasar por objetiva y verdadera, cuando es, en su mayor parte, una colección de mitos nacionalistas para encubrir intereses de grupos particulares dentro de las distintas fronteras. Estamos ante una narración casi poética imposible de detectar por una ciudadanía sin formación  suficiente como para descubrir  la colección de falacias que se han puesto en circulación.

Por si fuera poco, se han querido obviar y neutralizar aquellos elementos que constituyen la columna vertebral común a todos los europeos, históricamente hablando, como son: la cultura greco latina, con su filosofía y su derecho, su implantación y modalidad germánica, la religión cristiana, tanto en su versión occidental como la oriental,  la tradición ilustrada que resalta la razón y la lógica clásica como fundamento de la ciencia, y la primacía del individuo con su libertad y autonomía moral frente a ideas colectivistas o mesiánicas. No es de extrañar que el proyecta de la UE cada día sufra mayores obstáculos a la hora de consolidarse, empezó con mucha energía incentivado por la desgracia de la II guerra tras la absurda sucesión de guerras civiles cruentas en territorio europeo, pero a medida que el sufrimiento ha ido desapareciendo han vuelto a surgir las desavenencias  y egoísmos de turno.

El error fue olvidarse de los esquemas de valores europeos tradicionales, en nombre de no se sabe bien que conceptos multiculturales, colectivistas  y nihilistas y querer formar una Europa que no se sienta europea sino otra cosa distinta, una entelequia burocrática mercantil aséptica y “políticamente correcta”. Quizá reflejo de la propia vaciedad  ideológica inspiradora de toda sociedad tras el derrumbe moral de las dos últimas guerras.

Por eso si algunos de los valores clásicos europeos, muchos hoy en día  políticamente incorrectos, se siguen parcialmente conservando, al menos en parte, a nivel nacional, y a nivel colectivo se ha pretendido prescindir de ellos, no es extraño que resurjan los nacionalismos como último reducto de una conciencia atávica de defensa de la propia identidad.   Las cabezas de esta nueva UE tienen la responsabilidad  de reforzar la idea original, comenzando un largo y arduo proceso formativo,  que puede llevar décadas, generaciones, que es lo que se tarda en borrar los fantasmas de siglos de adoctrinamiento nacionalista destacando, lo que hay en común, reconociendo públicamente en sus programas educativos los  errores históricos que subyacen tras tanta justificación nacionalista.

Por ello más que nunca se agradecen y son pertinentes libros-ensayo de la importancia, profundidad y valentía de la profesora Elvira Roca Barea que se atreve a desafiar al sistema con su obra “Imperiofobia y la leyenda negra” que debería convertirse en libro de cabecera de todos los políticos actuales a nivel nacional e internacional y ser de lectura obligatoria en todas las escuelas y universidades de Europa y sobre todo en España.  Sin olvidarnos de otra obra destacada por la importancia de las conclusiones que de ella se derivan, por lo que tienen de reveladoras sobre lo que fue la verdad sobre la odisea española en América:   “El oro de las Américas: Galeones, flotas y piratas” de Carlos Canales y Miguel del Rey. Ambas obras son interesantes no tanto porque revelen cuestiones desconocidas, sino precisamente porque destacan aquellos aspectos de la historia real que han sido enterrados por toneladas de propaganda de diversos orígenes.  No es que no haya ni conocimientos ni personas que  no hayan señalado tales prejuicios, ni se ignoren las consecuencias derivadas de una torticera interpretación de la historia, lo malo es que se quieren ignorar por intereses todavía vigentes.

 

En este sentido no se puede dejar de mencionar la magna obra del gran historiador y filósofo de la historia:  Arnold J. Toynbee que ya hace casi un siglo nos recordaba en su “Estudio de la Historia” lo falso de las divisiones nacionales e interpretaciones históricas del siglo XIX, y aun así, a pesar de su inmenso prestigio,  nadie fue capaz de transmitir esa visión equilibrada a los ilustres padres de la nueva Unión Europea…

 

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