Todos nos hemos reído un montón del crowdfounding de Pablo Iglesias para el nuevo local de su bar Garibaldi. Incluso yo, con lo serio que soy. En realidad, quienes queremos que Podemos no pueda le debemos una reverencia a la operación barfounding, como la ha bautizado el gran Chapu Apaolaza, ja, ja. Nos está haciendo un favor.
Porque Podemos podría. El enfoque de su quinto congreso no era ninguna idiotez. La idea era dejarse de transversalidades de los de abajo contra los de arriba y centrarse, valga el oxímoron, en la izquierda extrema. Es su zona de confort y su nicho de votos. La táctica es buena por dos razones superpuestas.
Cierto que hay otros ejes, como hay otros mundos, pero están en éste. El ansia de buscar ejes es loable, sobre todo si uno tiene el trabajo de hallar caladeros de votos; pero el entusiasmo de la búsqueda no puede llevar a la pérdida del sentido de la orientación. Se comprende el cansancio entre los profesionales de la política y el marketing electoral con el viejo eje derecha-izquierda, pero no es lo que los votantes perciben. Ellos, por su cuenta y riesgo, colocan en su tablero de derecha a izquierda incluso a los intelectuales y a los movimientos que dicen que no son de una cosa ni de otra. Véase a Ortega y Gasset o, para bajar a la arena, al primer Podemos o a la Falange o al Carlismo, que reniegan, con exquisitas razones, del eje clásico, pero que no convencen al votante medio.
No desprecio tantas buenas razones que contra el eje de toda la vida. Son interesantes y conversables, pero luego llega la jornada electoral con sus rebajas. Conviene saber en qué suelo se pisa. Apelar a ciudadanos de otra adscripción política para que cambien es más sencillo —si se les convence— y, de hecho, es lo que está ocurriendo. Que Podemos pretendiese posicionarse en su esquina del viejo eje era un movimiento peligroso.
Sobre todo, si se superpone la segunda razón, esto es, nuestro sistema, que es el parlamentarismo. Quienes mejor lo han entendido y, desde luego, quienes mejor lo han aprovechado han sido los nacionalistas. Con siete votos, como dijo algún teórico, pueden tener el ordo constitucional roto, a base de negociación inteligente, inflexible y, sobre todo, interesada. A esto ayuda la claridad del mensaje, y que tus votantes tengan muy asumidas las reglas del juego. Obsérvese cómo se retroalimentan o se empoderan, como preferiría decir Ione Belarra, ambos hechos. Situarse claramente te permite ejecutar tu negociación con mucha más fuerza, aunque tengas muchos menos votos.
La idea de Podemos era buena. Con siete escaños, se la liaba a Sánchez. Pero aquí ha colado su colecta Iglesias para lo de su bar. Hecho que quita toda seriedad a la propuesta izquierdista. Puede que levante la pasta para lo suyo, porque Iglesias tiene su parroquia, sí, pero en la segunda y tercera onda expansiva de los afectos ya no se verá tan bien. Nada engaña tanto a los líderes como el núcleo de los incondicionales, si no es el núcleo de quienes dependen profesionalmente del partido. La clave, sin embargo, está más allá, en los votantes menos involucrados. Y a éstos lo del bar les afectará como lo del famoso chalet de Galapagar, que marcó un punto de inflexión en la meteórica carrera de Iglesias.
Además, no se trata solamente de cuestiones de percepción o de coherencia personal. Lo del bar obliga a Pablo Iglesias a tirar de Gramsci y de hegemonía cultural que es algo que ya usaron y que ahora es totalmente contradictorio con la estrategia renovada. Contra el mantra de la hegemonía, Podemos quería enrocarse en su esquina del tablero y, desde ahí, forzar pactos leoninos con el PSOE. Un tipo hablando de su bar emborrona el plan y confunde a los posibles votantes. Nosotros, brindamos por el Garibaldi.