El gasto público total en España en 2012, primer año de la presente legislatura de mayoría absoluta del PP, fue de 493000 millones de euros, lo que representa comparado con un PIB nacional de 1.050 billones, un 47%. Dicho de otra forma, de cada dos euros generados por el trabajo de los ciudadanos y las empresas, uno estuvo en manos de las Administraciones. De esa ingente cifra, 116000 millones corresponden a salarios. Los ingresos fueron de 382000 millones, es decir, el Estado gastó 111000 millones más de los que le entraron, o bien 81000 si detraemos los 30000 del rescate bancario. Cuando dispongamos de los números definitivos para 2013, no se apartarán mucho de los del ejercicio anterior. Es interesante tener en mente estas cantidades a la hora de juzgar determinados planteamientos del Gobierno excesivamente triunfalistas. Hace pocos días, Mariano Rajoy señaló muy orgulloso que desde que comenzó su mandato, las reformas emprendidas en la Administración han conseguido ya un ahorro de 7380 millones, lo que representa en términos de PIB un 0.7% y en porcentaje del déficit, un 6.75%. También anunció el jefe del Ejecutivo que a finales de 2015 el ahorro alcanzado en esta área será de 28900 millones, lo que se traduce en un 2.75 % del PIB y un 25% del déficit. Si eso fuera verdad, el Gobierno habrá necesitado cuatro años para sanear la estructura del Estado hasta disminuir su agujero anual en una cuarta parte. Dado que no se puede ahorrar mucho más en otros capítulos como beneficios sociales, inversiones, transferencias de capital y demás, la conclusión es que el ritmo de contracción del inmenso dispendio derivado de la complejidad y la ineficiencia de nuestra organización territorial es de una lentitud exasperante. Lo que nos está diciendo Rajoy es que llegará a las próximas elecciones generales sin haber logrado poner el déficit por debajo de la cota de referencia del 3%.
No hay forma humana de que el actual equipo directivo del PP entienda que jamás equilibraremos nuestras cuentas públicas sin un amplio y profundo cambio estructural que elimine todo lo que sea inútil, aproveche las economía de escala, simplifique de una vez los procedimientos, elimine duplicidades y recentralice competencias. Lo recordaré de nuevo: no se trata de poner el pesado elefante a dieta, sino de cambiarlo por un ágil caballo. Suele afirmarse que a base de repetir una mentira, se la transforma en verdad. No pierdo la esperanza de que la reiteración infatigable de una verdad acabe con la mentira.