En España vivimos ensimismados en un sueño opiáceo y eso nos impide percibir el mal que se está apoderando de nuestra patria. El fútbol y los programas mal llamados del corazón, que suelen ser de vísceras, tienen adormecidos al pueblo que no sabe lo que pasa ni, ¡ay!, está interesado en saberlo. Ocurre lo mismo con Hispanoamérica, tan cerca, tan lejos, donde millones de hermanos nuestros sucumben a diario en las garras del populismo demagógico tras el que se oculta el totalitarismo comunistoide de siempre. Hemos abandonado a quienes comparten con nosotros una misma lengua, una cultura, una herencia y una comunidad de sangre. Viendo la toma de posesión de Lula, el ex preso, el corrupto, el político que representa como pocos lo que de siniestro tiene el sistema que preconiza, he sentido una gran tristeza. Porque aunque pase en Brasil, yo considero a ese país tan español como Portugal en tanto que somos ramas de un mismo tronco añoso, cargado de razones históricas comunes que el Tratado de Tordesillas no puede ni debería borrar.
Millones de hermanos nuestros sucumben a diario en las garras del populismo demagógico tras el que se oculta el totalitarismo comunistoide de siempre
Los vientos cargados de maldad que soplan en esos países, entregándolo a todos aquellos que se miran en los espejos de lo peor que hay en política, como son Cuba o Venezuela, no se distinguen en nada de los que soplan inmisericordes sobre nuestra España. Esa es la realidad. He de reconocer, mal que pese, que buena parte de la culpa es nuestra. España siempre se fijó más en una Europa que se nos ofrecía como modélica, descuidando el inmenso tesoro que tenía en los países que un día formaron parte de la Corona Española. Todavía recuerdo, porque tengo edad suficiente para ello, cuando el presidente Suárez apuntó tímidamente la posibilidad de crear un mercado común entre España y los países sudamericanos. Los primeros en poner el grito en el cielo fueron los expertos de Washington que, como es sabido, siempre los han visto como su patio trasero. Doctrina Monroe, decían, América para los americanos. Lo que se escondía tras esa palabrería sin base era que ellos pretendían monopolizar las riquezas enormes que se atesoran en aquellas tierras, importándoles poco o nada el bienestar y la prosperidad de sus sistemas políticos.
Hemos perdido incluso la referencia de la Corona, lo que significa que España ha perdido también a toda Hispanoamérica
Hay un gag de Les Luthiers en el que se discute acerca de los EEUU y alguien dice que son los promotores de la democracia en Argentina, a lo que otro replica rápidamente «¡Y de nuestras anteriores dictaduras!». Es así. De la gallardía de don Juan Carlos espetándole al tirano Chávez aquel sonoro «¿Por qué no te callas?», ante ese Zapatero cómplice de las infamias más grandes ocurridas en aquellos pagos, hemos llegado a que el Gobierno del felón envíe a Felipe VI a dar la mano a Lula, dándole un aura de respetabilidad inmerecida al mismo. Hemos perdido incluso la referencia de la Corona, lo que significa que España ha perdido también a toda Hispanoamérica. Vivimos unos tiempos terribles en los que el mal parece haber ganado. Pero no es el final, créanme. Siempre hay esperanza.