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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Un hombre fuerte puede acabar con inmigración y refugiados

25 de enero de 2017

 

El general Khalifa Haftar, nacido en la Libia italiana, militar primero golpista con Muammar el Gadafi y luego conspirador contra él, controla ahora con su ejército la zona oriental de Bengasi y extiende desde ella su orden al resto del país. Un hombre con un plan. Un plan que conviene a Europa en general y a España e Italia en particular.

 

Haftar estuvo exiliado en Estados Unidos tras su ruptura con Gadafi, y en 2011 tras la versión libia de la “primavera” volvió a su país con la esperanza de recuperar su papel como militar profesional. Niega incluso indignado que su recorrido sea parecido al de su antiguo rival, pero lo cierto es que ha reorganizado una fuerza armada operativa en la Cirenaica, que la dirige desde una base bien organizada cerca del aeropuerto de Bengasi y que tiene como principales enemigos al Gobierno plantado por los franco-americanos en Trípoli -el de Fayez Serraj-, a las milicias y mafias y a los distintos grupos islamistas. Sobre todo, es un hombre al que últimamente le va bien política y militarmente, con el apoyo de la Rusia de Putin y el de la ENI -la empresa nacional italiana de hidrocarburos, que una vez más hace lo que los políticos profesionales de Roma no se atreven a hacer en las últimas décadas.

 

Khalifa Haftar está en guerra con muchos, pero sobre todo y ante todo contra el ISIS y sus agentes en la zona. La Cirenaica está bajo control, y Haftar extiende su poder desde Tobruk hasta Sirte mientas avanza sobre la capital. Ahora mismo él es el que marca el ritmo del país; donde está su ejército hay orden, no hay emigración ilegal, no salen refugiados y los islamistas son combatidos sin piedad. Una posición muy parecida a la de Bachar el-Assaden Siria. (http://www.bvoltaire.fr/bacharelassad/france-tient-discours-deconnecte-de-realite,305268) Y los dos inmersos en la misma paradoja: los países europeos que, en principio, son los mayores beneficiarios de sus éxitos, no sólo no reconocen su legitimidad sino que incluso se permiten apoyar a sus enemigos, que lo son a la vez de los verdaderos intereses de Europa.

 

Veterano de muchas batallas, no tiene pelos en la lengua. Para él, tras ser derribado Gadafi “los libios esperaban paz, seguridad y democracia” y en cambio vieron crecer “las fuerzas radicales ligadas a los Hermanos Musulmanes”, mientras que las elecciones de 2012 fueron una farsa y “en el Consejo de Transición y en el primer Parlamento de Trípoli dominaron las fuerzas del terrorismo… que han aprovechado para promover a Al Qaeda y al nuevo ISIS, junto a movimientos islamistas locales como Ansar al Sharia y con una visión peligrosa del Islam”. Una visión que él no comparte.

 

Así que volvió a hacer lo que él sabe hacer. Lanzó un llamamiento político desde Trípoli, reunió a antiguos militares y empezó su guerra con 300 voluntarios fieles, 25 oficiales y 75 vehículos de distintos tipos. En 2014 atacó por sorpresa Rafallah Sati, la base del ISIS y Al Qaeda en el centro de Bengasi. Hoy tienen un ejército mecanizado de 50.000 hombres y controla la explotación de petróleo y gas, que está restableciéndose. Antiguos partidarios de Gadafi, las tribus más tradicionales, los más vinculados a Italia y los contingentes de bereberes de Nafusah también le apoyan

 

¿Y quién se le opone? El Gobierno de Trípoli, apoyado por algunos de los europeos; las milicias de Misurata en el golfo de Sirte, apoyadas por Estados Unidos; y los islamistas. Una situación, como se ve, muy parecida a la de Siria. También se parece en el apoyo exitoso de Moscú, donde él mismo ha visitado a Putin.

 

No es un iluso, y sabe que tiene cuarto herramientas para presionar a los europeos, y especialmente a Italia. El miedo al caos; el miedo al islamismo y terrorismo; el petróleo; y la emigración“No somos un país de paso. Si nuestro ejército controla las fronteras del sur el problema se reducirá para todos. Y lo mismo puede decirse que las instalaciones energéticas que tanto interesan a Italia. Estaré muy contento de hablar de esto con los directivos de la ENI”. Se ve a sí mismo como la única posibilidad de orden en la costa sur del Mediterráneo, y por eso lanza un mensaje muy claro al presidente de Trípoli, Serraj“Si de verdad quiere luchar para reunificar el país, que coja el fusil y se una a nuestras filas. Siempre será bienvenido”. Alto y claro. Sabe que en este caso puede contar con Italia (cuando tenga un Gobierno digno de ese nombre, sin repetir el error acobardado de Berlusconi en su momento), una Italia que no puede permitirse ni inmigrantes ni terrorismo, y que en cambio necesita petróleo y gas; y con Rusia, mientras que no tanto, de momento, con el resto de potencias.

 

Haftar pide para su Libia algo de lo que él mismo da: “Aconsejo a los países extranjeros… que no se inmiscuyan en nuestros asuntos internos. Dejen que sean los libios los que se ocupen de Libia”, aunque es por cultura y afectos más cercano a Italia que otra cosa, y aunque dice que “algunos se han puesto del lado equivocado” en su país “los italianos siempre son bienvenidos”. Algo muy parecido acaba de decir el presidente sirio Bachar el-Assad, que dice no quererse entrometer en el debate presidencial francés, pero que afirma que es“un amigo de Francia… siempre estoy dispuesto a abrir el diálogo con Francia”.

 

Un hombre fuerte en Libia, un hombre fuerte en Siria. Pero sobre todo menos miopía en los países occidentales, verdaderos culpables – Estados Unidos, y a su cola Alemania, Francia y el Reino Unido- de la descomposición de los Estados que, fin o mal, mantuvieron el orden den los países descolonizados y ahora emisores de refugiados, de emigrantes, de problemas, de integristas y de terroristas, desde Somalia a Siria, desde Libia a Irak. Quizá a veces nuestros políticos no han elegido amigos pensando en nuestro interés nacional sino en sus prejuicios ideológicos o en las órdenes recibidas de fuera.

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