La crisis con el régimen enloquecido de Corea del Norte parece ir en aumento e incluso enquistarse. Por eso, tras la visita del presidente Xi Jinping a los EEUU, Trump ha declarado: “les he explicado que cualquier trato con nosotros sería mejor si arreglaran el problema con Corea del Norte”.
A esta idea le falta un dato básico: el 80% del comercio con ese país pasa por China. Trump espera que esto sirva para algo aunque, creemos aquí, no está claro qué es lo que impediría a los chinos dejar en paz a Corea del Norte y embolsarse los beneficios del tratado con los EEUU igualmente. Todo esto recuerda a la política de guerra fría norteamericana, cuando los EEUU abrían sus mercados para sellar alianzas que poco a poco pusieron su economía contra las cuerdas. Los casos de Japón y Corea del Sur son paradigmáticos en este sentido.
Pero esto no es el único frente abierto a la flamante administración Trump: hay muchos más. El mando militar en Iraq solicita un nuevo “surge” y con ello el envío de más soldados. Para contrarestar a Putin, la OTAN ha metido más tropas norteamericanas en Polonia, Rumanía y los estados bálticos y ha aceptado la integración de Montenegro en la citada organización. Han disparado misiles en Siria y se rumorea que los EUU apoyarán -lo están haciendo ya por omisión- al gobierno saudí en lucha contra los rebeldes yemeníes. Incluso de habla de tropas de EEUU en Somalia.
Todo esto no tiene ningún sentido desde la óptica anterior al 8 de noviembre. Si Trump hubiera anunciado algo así antes de las elecciones sin duda no hubiera ganado. Más guerras y más injerencia extranjera no harían a “América” más grande.
Este asunto lleva a otro más importante del que podemos sacar una provechosa lección: antes que los liderazgos personales están las ideas. El pueblo estadounidense votó contra la globalización, por el fin del belicismo de dos administraciones neoconservadoras y contra la inmigración masiva. Hoy, seis meses después de las elecciones y casi tres meses después de la toma de posesión, todos estos objetivos están muy en el aire e incluso parece que todo apunta en sentido contrario.
Sin embargo las ideas no pierden su validez. Por eso resulta imperioso extremar la vigilancia acerca de si se cumple o no lo prometido. No se debe en ningún caso transigir con lo que hay que salvar. Las personas y los líderes pueden abandonarse pero las ideas no, so pena de convertirnos exactamente en lo contrario de aquello que defendíamos. Admitir que uno se ha equivocado no debería ser temido por la clase política y sí que habría que guardarse de aparecer como un cínico que dice que va a hacer esto o aquello para acabar haciendo lo contrario. En defintiva, debería de temerse más la mentira que reconocer un error, por grande que este pueda parecernos. Esto es ya una cuestión acerca de la moral y de su lugar en la vida del hombre. Por eso es necesario reflexionar sobre esta cuestión cuya aplicación práctica en la política es algo que muy pocos sospechan.