No es lo mismo un homosexual que un homosexualista. El primero es quien practica sexo con su par, nada más. El homosexualista, en cambio, es el homosexual militante, que hace de su condición una bandera, que libra una batalla social, y es quien intenta transformar el mundo a su imagen y semejanza.
La razón de escribir este artículo es por la polémica surgida a raíz de mi última publicación “El Homosexualismo en la Nueva Película de Disney”. Varias personas me increparon sobre mi dura opinión sobre el “colectivo LGTBI” y cuestionaron mi crítica a la Película La Bella y la Bestia por su fuerte componente homosexual. “No te conviene ponerte en contra de los homosexuales”, me dijeron también.
Hablar de todo el lobby LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales) y diferenciar entre unos y otros sería muy largo para un solo artículo, así que me centraré únicamente en responder a la acusación de ponerme “en contra de los homosexuales”, pues muy falsa acusación es.
El homosexual como persona decente
Con este subtítulo no quiero decir que me parezca el homosexualismo digno de aplaudir, ni bueno, ni positivo en absoluto, ni para la persona ni para la sociedad. Pero sí quiero de alguna manera defender al homosexual decente, como persona humana, como varón o como mujer que en muchos sentidos es persona de provecho para la sociedad, el homosexual que es honesto, que es trabajador, que es buen vecino y buen amigo, el ciudadano que no hace daño a nadie.
Lo anterior no es algo teórico o etéreo por mi parte. Lo vivo así personalmente. Tengo muchos amigos homosexuales que tienen un comportamiento decente en la sociedad. Jamás podré alabar su conducta sexual pero, por otra parte, ¿a quién puedo alabar todas sus conductas? ¿Quién hay santo entre nosotros? A cualquiera de mis amigos heterosexuales y mucho más a mí mismo puedo reprochar tal o cual conducta, pues nadie hay perfecto y todos tenemos nuestros malos hábitos, vicios y pecados. ¿Por qué habría yo de condenar a un homosexual cuando todos somos pecadores? “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, decía Jesucristo.
Esta defensa del “homosexual decente” la hago por todos aquellos que viven su sexualidad, aunque contra-natura, de manera discreta. Que su conducta sea privada hace toda la diferencia con el militante homosexualista que más tarde describiremos. Hay miles y miles de homosexuales por el mundo que no se meten con nadie, que viven su vida tranquila sin perturbar a los demás, aportando a la sociedad en tantos ámbitos de modo positivo. Me consta, pues conozco personalmente a muchos de ellos, y cuando van a mi casa encuentran a un amigo.
El homosexualista como enemigo declarado de la sociedad
Mis enemigos no son los homosexuales sino los homosexualistas, y en general el Lobby LGTBI y cualquier otro grupo de presión que se le parezca. No enemigos personales, sino enemigos intelectuales, valga la pena aclarar.
Los homosexualistas promueven la homosexualidad mediante la ingeniería social. Da igual si es a través de una película de Disney, o si es a través de los canales de televisión, o si lo hacen con marchas y propaganda política, o si es a través de los manuales educativos, o si lo imponen a la fuerza mediante la legislación de los políticos vendidos al poder financiero y mediático de los lobbies de presión. En cualquier caso el objetivo es el mismo: imponer su ideología de género totalitaria mediante la ingeniería social.
El homosexualista no se conforma con ser homosexual y practicar su tendencia de manera privada. El homosexualista tiene una necesidad de justificación, posee un complejo de inferioridad, padece de una profunda carencia de estabilidad psicológica, todo lo cual lo disfraza de una supuesta “reivindicación de derechos”, a lo cual se añade en muchos casos un odio visceral, un resentimiento psíquico y una tendencia a la provocación, y tal cóctel produce a un activista gay o lésbico. Su militancia se suele volver radical, rencorosa, y algunas veces hasta violenta.
En dicha ingeniería social, el Lobby LGTBI quiere transformar la sociedad a su manera bajo todos los medios que estén a su alcance. No es “más derechos” lo que quieren, o al menos no derechos legítimos. Lo que buscan es dominar. Lo que quieren es exterminar al que sea diferente, e imponer que todo el mundo piense como ellos. No necesariamente quieren que absolutamente todo el mundo se vuelva lesbiana, gay, transexual, bisexual, intersexual (o demás conductas que le añadan a la sopa de letras LGTBIXYZetc a medida que se les vayan ocurriendo nuevas ampliaciones de las siglas), no necesariamente, pero sí desean que los pocos heterosexuales que queden estén completamente sometidos a su ideología totalitaria y a su modelo de sociedad.
Permitirán la existencia de heterosexuales, sí, pero siempre y cuando renuncien por completo a pensar que esa es la manera correcta de vivir la sexualidad. Por eso yo, y muchos otros, no cabemos en su mundo dictador. No se nos permite pensar que el varón y la mujer y su mutua complementariedad es lo que la Naturaleza dictó para el bien del ser humano. Pronto seremos marginados de la vida social por cuenta de la dictadura homosexualista. Así es como el poderoso Lobby LGTBI y los homosexualistas le han declarado la guerra a la sociedad natural y libre.
La perversión de hacerse las víctimas para vivir del cuento
Son muchos quienes han comprado el discurso LGTBI que este peligroso lobby ha difundido, entre otras cosas, para “vivir del cuento”. Sí. Su objetivo es crear una dictadura anti-heterosexual, ciertamente, pero no solamente. También es crear una estructura institucional donde puedan vivir del cuento. La estrategia de hacerse las víctimas es óptima para sacarle recursos al Estado y a la sociedad. Y muchos, homosexuales y heterosexuales, les han comprado el discurso victimista, lo cual les permite vivir de subvenciones gubernamentales.
Tenga en cuenta el lector que no me refiero a “los homosexuales decentes”. Lo que afirmo es que en el poderoso lobby LGTBI se hacen las víctimas para vivir del cuento. No son los homosexuales sino los homosexualistas quienes lo hacen. Aquellos que militan para culpabilizarnos a todos los demás, y con su discurso hacernos sentir como los crueles verdugos, mientras ellos son los mansos corderitos a los que hay que subvencionar con dinero público para vivir del cuento. Así, son millonarias las transferencias de recursos estatales que cada vez más se destinan a financiar las asociaciones homosexualistas. Hoy día son miles de personas las que tienen sueldos y viven “del cuento”, a costa de chupar recursos que anteriormente iban para los hambrientos, para los niños huérfanos y para los ancianos desamparados. Ahora van para el lobby homosexualista, que a medida que gana terreno necesita extraer más dinero público para terminar de ganar su guerra y para dar de comer a su ejército de militantes.
En ese orden de cosas, ¿cómo es posible que la mayoría del pueblo madrileño se deje robar recursos para financiar el Día del Orgullo Gay de Madrid? Porque ha sido tan potente el discurso de los homosexualistas, y tan débil el criterio de la gente, que han conseguido que transcurra ese evento con toda normalidad. Se reúne un grupo de homosexualistas militantes para celebrar su fiesta del “orgullo gay”, pero no con su propio dinero, sino con el dinero de los demás. Los heterosexuales le tienen que pagar la fiesta a los homosexuales, así por que sí. Pero, ¿con qué derecho? ¿Se imagina el lector que yo montara una fiesta heterosexual pero a condición de obligar que la pagaran los homosexuales? Qué extraño, yo pensaba que lo normal es que cada uno se pagara su propia fiesta. Pero ese ¡no es el criterio de los homosexualistas! En su afán dictatorial, quieren que de los impuestos de todos se pague su propia fiesta sectaria, fiesta en donde además abundan los insultos y agresiones contra buena parte de la población de la que precisamente están chupando su dinero. Pero aquí no pasa nada, pues casi todos han comprado la retórica homosexualista dictatorial.
La deuda social para con los homosexuales
Eso significa, me increparán, que ¿los homosexuales nunca han sido perseguidos y victimizados y que no tienen derecho a una reivindicación social? Pues no es eso. Ha habido… ¿homosexuales maltratados?, sí, desde luego. Y ninguna persona merece maltrato injusto. Pero señor/a lector/a, no se deje engañar. Ha habido heterosexuales maltratados también. Ha habido varones maltratados y mujeres maltratadas. Ha habido niños maltratados y ancianos maltratados. Ha habido gitanos maltratados y noruegos maltratados. Ha habido mongólicos maltratados y superdotados maltratados. ¿Y qué? ¿Entonces los superdotados del mundo deberían formar un lobby de presión para exigir una “deuda social” y vivir del cuento? ¿Los gitanos tendrían derecho a exigir subvenciones del gobierno que porque muchos españoles hacen chistes sobre gitanos? ¿Qué cualquiera que forme un “colectivo” y diga que ha sido víctima pueda vivir del cuento? Pero… ¿nos hemos vuelto locos?
No señores, esto es inadmisible. Si Fulanito A, sea gitano, superdotado u homosexual, da igual, se ha sentido agredido por Sultanito B, que Fulanito A denuncie a Sultanito B y vayan a juicio. Así de sencillo. Persona concreta a persona concreta. Eso es lo normal. Pero en este mundo viciado, en esta doctrina de la dictadura homosexualista, ¿cómo así que los demás tenemos una “deuda social” con ellos? Por eso se inventaron el término “colectivos”, para suprimir la responsabilidad individual y categorizar a la población de modo que pudieran crear conflicto social. Oiga, señor homosexualista, yo a usted nunca lo he maltratado y siempre lo he tratado con respeto, entonces, ¿de dónde viene que yo le tengo que pagar su “fiesta del orgullo gay” con mis impuestos?, ¿cuál “deuda social” tengo yo con usted?, ¿acaso me vio cara de tonto? Lamentablemente, sí nos vieron cara de tontos.
¿Contra los homosexuales?
Es muy importante distinguir. Una cosa es un homosexual y otra cosa es un militante de la ideología de género (en este artículo me refiero sobre todo a homosexualistas, pero funcionaría igual con los demás miembros de lobby, pues no es lo mismo un transexual que un transexualista). Mis amigos homosexuales nada tienen que ver con los LGTBI, son gente decente, que vive su vida normal (normal dentro de lo que cabe, claro), ciudadanos que trabajan, que viven de su trabajo, que aportan a la sociedad en múltiples aspectos y que no fastidian a los demás. Estos varones y mujeres homosexuales, a pesar de su propia práctica contra-natura, se distancian de los llamados “colectivos LGTBI”, desprecian sus discursos victimistas y su retórica de odio, sus activismos intolerantes, sus asociaciones, sus lobbies, sus grupos de presión totalitarios y violentos, y desde luego les molesta que vivan del cuento a costa del trabajo productivo de los demás. Son simplemente homosexuales, y ya está, viven su vida tranquila y no tienen ningún interés de militar en un “gay parade” de San Francisco ni en un “día del orgullo gay” de Madrid. De hecho les repele y avergüenza toda esa estrambótica parafernalia donde no se sabe qué intentan demostrar.
“No te conviene ponerte en contra de los homosexuales”, me dijeron algunos. Contesto: yo nunca me pongo en contra de los homosexuales. Los amo como amo a cualquier otro ser humano, en mi condición de cristiano. Lo que jamás aceptaré es someterme a la dictadura homosexualista, ni a la ingeniería social, ni a la violencia (física y no física) del peligroso lobby LGTBI.