Hay un par de territorios en España que miran al resto con aires de superioridad. Creen serlo porque es lo que fantasea quien tiene complejo de inferioridad. Unos dicen poseer un rh que les hace especiales. Forman parte del club de los pueblos ancestrales del mundo, y afirman que su idioma es de los más antiguos, aunque es complicado creerles: llegaron a falsear restos arqueológicos. Los otros imaginan ser la primera nación del mundo. De antes de Cristo, nada menos. Qué manía con ser los primeros, es lo que siempre fantasean los segundones. En su tierra nació Colón que, como todo el mundo sabe, se llamaba Joan Colom. Erasmo de Rotterdam, no era Erasmo ni de Rotterdam: su nombre era Ferrán. Santa Teresa de Jesús también era catalana. Y Elcano. Y «Ferrán· Cortés. Cervantes… en fin, ya se lo pueden imaginar. Ahora dicen estar maniatados por la malvada España. Tanta superioridad para acabar dominados por unos seres inferiores.
Los nacionalistas de ambos pueblos, que son una gran mayoría, nos definen al resto así, como seres inferiores y nos insultan llamándonos maketos, charnegos, colonos o ñordos. «Bestias con forma humana que viven del odio, carroñeros, víboras, hienas con una tara en el ADN», vomitaba Torra. «Se puede considerar al español como un elemento de raza blanca en franca evolución hacia el componente racial africano semítico. El cociente de inteligencia de un español y un catalán, según las estadísticas publicadas por el Ministerio de Educación y Ciencia, da una clara ventaja a los catalanes», decía uno de los estudiosos favoritos de Torra. Por qué unos cerebritos como esos están a la cola de los resultados escolares de toda España es un misterio que habrá que resolver.
Los merluzos del norte eligieron al PNV y a Bildu como opciones favoritas. Un partido creado por un racista totalitario, machista, antisemita, clasista e indigente mental llamado Sabino Arana y el otro dirigido por un etarra secuestrador. Su comunidad autónoma está a la cola de nuestro país; aunque tiene más competencias delegadas que un estado federal alemán y están dopados con las subvenciones que les pasamos el resto de españoles mientras nos insultan. Sus alumnos obtienen los peores resultados de España debido a la obligatoriedad del euskera. Los mejores médicos no van a trabajar allí por las barreras lingüísticas. Envejecen más rápido que el resto de comunidades. Su paro sube más. La natalidad está por los suelos. Y lo fían todo a la inmigración.
Los merluzos del este, máquinas de espantar empresas que recibimos con alegría en el resto de España, fueron el faro donde nos mirábamos los artistas de toda España. Ahora crean las performances más horteras y cursis que uno pueda imaginar. Llegaron a imponer un canon estético al resto del país y ahora lucen gafas de pasta de colores imposibles, peinados y tintes estrafalarios. Esos merluzos, elegirán ganadores hoy a Puigdemont y a Illa. El primero es un cobarde que salió pitando a escondidas tras engañar a todos sus votantes con una independencia imposible, heredero del partido corrupto de Pujol. Montó un referéndum a base de tuppers y una republiqueta de la señorita Pepis que se autoproclamó sólo unos segundos. El otro, filósofo de segunda, fue el primer negacionista. Es el responsable de la peor gestión de la crisis COVID del mundo. ¡Del mundo! Se dice pronto. Un tipo que nos mintió a la cara diciendo que seguía el criterio de un grupo de expertos que luego supimos no existía. Alguien del que se está empezando a saber que compró material sanitario de aquella manera. Illa no ha pedido perdón por nada de esto. Pero esta semana se deshacía en disculpas por haber dicho Lérida y no Lleida. ¡Pecado mortal! «Soy humano y cometo errores», dijo. Un candidato que entregará sus votos a los indepes al día siguiente para que su puto amo, Sánchez, pueda gobernar un día más.
Esta es la gentuza que nos mira con aires de superioridad. Como dice Milei, somos mejores. Por supuesto que sí. Falta demostrarlo.