«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La importancia de llamarse Telma Ortiz

1 de junio de 2014

Reflexionaba Oscar Wilde en el abanico de Lady Windermere sobre un aspecto imprescindible de la vida sobre el que a menudo no nos detenemos con suficiente esmero: «En este mundo hay sólo dos tragedias. Una es no conseguir lo que uno quiere y la otra es conseguirlo. La segunda es con mucho la peor; ¡la segunda es la auténtica tragedia!» Del británico y sus cavilaciones debe de acordarse con bastante frecuencia Blanca Cuesta, que tras años de batallas con su suegra, Tita Cervera/Thyssen, por el amor de su hijo Borja, ganó la guerra y ahora se encuentra sobreviviendo en la jungla de la jet set con cuatro mochuelos y aspiraciones arty.

Eso sí, en tanto que en los jardines del Club Puerta de Hierro las elegantes intercambian frustraciones sobre las dificultades que encuentran en concebir, desgranando un sile-nole de consejos para quedarse embarazadas, las trepadoras sociales se quedan preñadas con la misma facilidad con la que antaño se abrían de piernas.

No quiero ni imaginar qué diría Jean Marie Le Pen respecto a la fertilidad desbocada de alguna de estas oportunistas.

El upgrade social es a-go-ta-dor, les llueven críticas desde todos los frentes. De Comillas a Guadalmina pasando por Sotogrande. Apuntaba acertadamente Enrique Solís, hijo del marqués de la Motilla, que «no hay segundas oportunidades para las primeras impresiones»; un jolín a destiempo o un delator «voy al servicio» pueden acabar con carreras sociales de por vida y hacer que la escalada  o trekking se convierta en derraping en lo que tarda el Real Madrid en darle la vuelta al marcador en una final de Champions. De trepas sociales está el mundo lleno.

Kate y Pippa Middleton a las que precisamente bautizaron como las hermanas wisteria, planta trepadora de origen asiático que da unas preciosas flores moradas, lo saben bien. El alias estuvo motivado por el cambio de universidad de última hora al enterarse del destino del Príncipe William. Una jugada redonda que mami Middleton quiso repetir en la boda real, con su otra hija, Pippa. 

Quien nació en Belgravia, Kensington o Chelsea, en el Upper East Side, en Brera o en el Viso – y más importante aún- pretender seguir haciéndolo, nunca le darían ni la hora a Pippa, pero había que intentarlo.

«Marcarse un Pippa» es a la última década el «marcarse un Hannover» del 2000 en materia bodil. Pero si el segundo alude a la posibilidad de no pisar la iglesia y presentarse en la soiree directamente tras varios cócteles de B12 y Espidifén, el primero estriba en conseguir que hasta Steve Wonder atesore en su retina con absoluta nitidez la cadencia de tu trasero. Un pompis rentabilizado ad nauseam.

Es el mismo fenómeno de Telma Ortiz. Una boda plebeya-príncipe es un escaparate que no puede desaprovecharse.

Por eso, aunque en los primeros tiempos vimos a una despistada Telma, disfrazada de onegétista trasnochada buscándose a sí misma en la India, en los últimos días- matrimonio del Burgo mediante- es más habitual encontrársela en Pedralbes o Sarriá. Las buscaespacios de esta índole siempre saben cual es el place to be y junto a quién deben ser vistas. Carecen, sin embargo, del savoir faire en cuanto a protocolo. Hay detalles golfos, como aparecer vestidas a lo Trocconis en una montería en Extremadura.- Sólo las niñas bien pueden saltarse el dresscode a la torera y aparecer vestidas como les salga del moño porque a ellas nunca se les ocurriría trocconizarse ni siquiera en la final del certamen de miss Venezuela-.

En los anales de los Nobel quedará para siempre la lacra de una Genoveva Casanova envuelta en un abrigo de zorro colorado que ni las vedettes de Jardiel Poncela habrían osado lucir. Un abrigo que deja tu karma social al altura de un «voy a orinar».

Lo peor que puede pasarle a una de estas ladys de nuevo cuño es meterse de lleno en su papel y pasar de vulgares a aburridas. Entre la jet, donde no hay peor pecado que ser tedioso más vale beberse un o’clocktail de las cinco y tener luego que justificarse, que encerrarse en la mansión a preparar cupcakes y escribir consejos sobre cómo recibir en casa. ¡Es tan middle class que ni siquiera tiene el encanto de lo vulgar!

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