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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Investidura y Gobierno

14 de julio de 2016

Más importante de que tengamos o no un gobierno, es que este gobierno pueda gobernar, es decir tomar decisiones y que no se vea empantanado continuamente por la negativa de una oposición generalizada a prestar apoyo a las medidas o normas propuestas, para que el país pueda salir adelante o para reformar aquello que se estime conveniente en la actual coyuntura económica.

De nada sirve investir a un presidente impotente – es lo que se denomina un parlamento o gobierno ahorcado – para quedarnos exclusivamente en las palabras y las formas como respuesta a un problema estructural. Cualquiera que analice la situación desde fuera, llegará a la fácil conclusión de que esta sería una maniobra inútil para salvar la cara los partidos, incapaces por prejuicios y personalismos, de llegar a un acuerdo sensato, como únicamente sería el de un nuevo gobierno formado por el PP, el PSOE y Cs en coalición. Eso sería lo que lógicamente  convendría a España, aunque eso supusiera torcer una serie de mantras ideológicos de nuestros ínclitos prebostes de la política.  

Si cada vez que el gobierno proponga una medida, esta es rechazada sistemáticamente por el resto de los partidos, incluido el corifeo separatista, sería como vivir una moción de censura permanente. De nada sirve que haya un presidente ni un gobierno, seguirá siendo una entelequia y el resultado es la ingobernabilidad, esta generará no ya la incertidumbre,  sino todo lo contrario, la certidumbre de que España será detenida y la falta de perspectivas nos llevará a la parálisis de inversión y de nuevos proyectos hasta que la situación se aclare en algún momento más o menos lejano del futuro. Con un modelo de  Europa al borde de la disolución como agravante.

Una solución intermedia, aunque no suficiente, sería que Cs pase a formar parte del gobierno entrante, con responsabilidades de gestión directas, no solo como crítico, que se convierta en actor, y conjuntamente con el PP presentar un frente unido frente a una oposición racional del PSOE y la irracional de Podemos y los separatistas.

Si Rajoy acepta gobernar en minoría, y Cs no participa activamente,  con todo los demás en contra, habrá cumplido su compromiso de que no se celebren unas terceras elecciones, para salvarle la cara al resto de los partidos, pero se estará condenando al fracaso seguro y a un desastre sin paliativos, con el agravante que dicho desastre demagógicamente se le atribuiría a él y no a los demás, con lo cual dejaríamos las puertas abiertas a experimentos populistas de imprevisibles consecuencias. Hasta que se consiguiera que dichos radicales salieran del poder, por el peso de una ciudadanía harta de demagogia y pobreza, no habría solución, como ha ocurrido en tantos países de inspiración marxista,  y eso  podría tardar mucho tiempo, ya que no es fácil expulsar del poder a estos partidos que una vez incrustados en el poder tienden a ejercerlo sin restricciones…

En una palabra, si Rajoy no consigue un apoyo significativo de Cs y del PSOE, lo lógico sería que convocase unas terceras elecciones, y que se estrelle quien tenga que estrellarse, lo malo es que lo pagaríamos los españoles. Está visto que los ciudadanos necesitan una lección dura para que les vuelva la sensatez. Sería preferible evitar el trauma, pero, desgraciadamente, parece que nuestros políticos, que son en última instancia reflejo del “pueblo”, son así: hasta que no caigan de bruces seguirán pedaleando en cualquier dirección que les pida el cuerpo, movidos más por la inconsciencia de unos deseos y la palabrería de unos dirigentes que le lleven al precipicio.

Los problemas pendientes y urgentes en España y en Europa no son pequeños, sino de calado y no se pueden esquivar, se necesitan gobiernos fuertes capaces de tomar decisiones estructurales profundas, no todos los problemas son susceptibles de ser resueltos por la mágica palabra “consenso” por ejemplo: el problema generacional, la racionalización del problema territorial o el paro estructural provocado por la globalización y la tecnología, son objetivos y concretos, cuya solución es clara e inevitable aunque nadie se atreva siquiera a mencionarla.    

Comprendo que la congoja a la que nos veríamos abocados en el caso de unas terceras elecciones, pondría, lógica y lícitamente, en duda al propio sistema electoral escogido: que si no es con mayorías absolutas o recurriendo al chantaje de los nacionalistas separatistas, no es viable. El sistema parlamentario proporcional o el esquema federal,  tienen sentido en naciones donde la gente no adopta posturas antagónicas tan viscerales como España, y llega a acuerdos.

 

Pero si hemos de pasar por ello, para darnos cuenta de que nuestro sistema necesita una reforma, no sería malo que Rajoy forzara unas terceras elecciones, haciendo públicas las ofertas de gobierno hechas para compartir con la oposición. Al menos veríamos quien tiene la madurez y sensatez para ejercer el gobierno y pensar en el bienestar del país, y quien no es más que un trilero de la política.

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