Como si de un anuncio de la Teletienda se tratara, la semana pasada, Hadja Lahbib, comisaria europea de Igualdad, lanzó un vídeo en el que iba mostrando todos los componentes, incluida una baraja de póker y una navaja suiza, de lo que se ha denominado, «kit de supervivencia». El lote, pues sí, se puede evitar el anglicismo, está compuesto, en su versión ampliada, por: material sanitario para primeros auxilios, dinero en efectivo —se calcula que entre 200 y 500 euros por cabeza—, cinco litros de agua embotellada, medicamentos y pastillas de yodo, cinta adhesiva, alimentos fáciles de preparar y preferiblemente no perecederos, una radio a pilas, una linterna, una batería para el móvil, un hornillo portátil de cocina portátil provisto de gas (no se especifica el origen del mismo), artículos de higiene, combustible y cerillas. Provisto de esta panoplia, el europeo de a pie, así lo afirman desde Bruselas, puede sobrevivir durante 72 horas. Afortunadamente, el humor que todavía cultiva la sociedad española, ha ofrecido descacharrantes alternativas a este, como diría el cosmopaleto, pack. La inminencia de un ataque ruso a España, no parece preocupar, de momento, a nuestros compatriotas, acuciados por problemas más próximos e inmediatos, incluidos los territoriales. Tras la experiencia de las mascarillas, no faltan quienes sospechan que tras estas recomendaciones se esconde un gran negocio, unas jugosas comisiones que, acaso en un futuro no muy lejano, conozcamos.
Parafraseando a Monterroso, podríamos decir que, cuando nos despertamos, si es que, de verdad, hemos despertado, la guerra seguía ahí. Tras décadas de protección norteamericana, muchos españoles, imbuidos del Síndrome del Pacifismo Fundamentalista, creyeron que las guerras eran cosa del pasado, reminiscencias de un estado de barbarie felizmente superado. El amigo americano, al que dábamos infantiles patadas en la espinilla, nos protegía, hasta el punto de mantener lejos de nuestra tierra los conflictos bélicos. La conciencia era lavada en las calles de vez en cuando. Si la derecha de Aznar había eliminado la mili hace casi un cuarto de siglo, El 1 llegó a afirmar en 2014, que si tenía que eliminar algún ministerio, el elegido sería el de Defensa. Entre medias, Zapatero lanzó, nada menos que la Alianza de Civilizaciones, con Tayyip Erdogan como socio. El futuro, parecía despejado de armas. Por fin, los españoles, salvo algunos arriscados, se podían dedicar a elevadas tareas como salvar el planeta, mientras borraban las huellas del pasado belicista al que un militar gallego les sometió.
Sin embargo, la realidad de la guerra siempre ha estado ahí, es decir, en el mismo mundo que se pretende descarbonizar. La invasión de Ucrania no es más que uno de esos ejemplos. Si bien, un ejemplo inquietante. La invasión de Ucrania, en definitiva, recuerda que todo tiempo es tiempo de entreguerras. Si vis pacem, para bellum, por decirlo de un modo clásico. Ante esta cruda realidad, Sánchez, dócil muchacho en los elegantes salones europeos, debe recurrir a sus demostradas dotes de contorsionista. Los arabescos ya han empezado, pues el Presidente del Gobierno, que estaría encantado de disolver nuestras Fuerzas Armadas en unas europeas, ya ha puesto en circulación la fórmula elusiva de una Plan Nacional de Impulso Tecnológico. El truco, uno más, tendrá buena acogida entre muchos de sus seguidores, que probablemente crean que una guerra es poco más que un videojuego. La ilusión drónica favorece esa percepción. Sin embargo, para El 1 será muy complicado convencer a algunos de sus socios de gobierno de que el ejército español debe recibir más dinero. Si los podemitas encarnan el pacifismo más radical, el resto de fuerzas, cuyo objetivo es la destrucción de la nación española, difícilmente favorecerán fortalecer uno de sus principales poderes, el militar, borrado de nuestras calles durante décadas y distraído en misiones ajenas a la verdadera amenaza: esa que está más cerca del Atlas que de los Urales.