Mi mujer, mis hijos, casi mi perra me han cogido las vueltas. Cuando quieren que haga algo con ellos, ya anticipan mi respuesta de resistencia, y contraprograman con una solución. «Papá, ven a ver esta película con nosotros y luego escribes el artículo sobre ella». O: «Acompáñame de compras y luego lo cuentas en un artículo costumbrista y así, además de acompañar a tu mujer, estás documentándote a fondo para tu columna». Etc.
Hace años, al principio del matrimonio, mi mujer se preocupaba una barbaridad si yo con cara compungida le contaba que no tenía escrita mi colaboración para dentro de tres o cuatro días. Se ponía nerviosa y le costaba dormirse. Ahora es capaz de proponerme darle un paseo a Aspa (Aspa de Borgoña es mi perra) media hora antes de la hora de entrega de un artículo que no sé ni de lo que irá. Hemos perdido tensión competitiva.
De todo no se puede hacer un artículo, pero con todo sí puede hacerse. Y en mi casa tienen razón en que la cotidianidad tranquila nos hace mucha falta en unas secciones de opinión donde impera la bronca. No estoy contra la bronca, que es natural en el foro político, pero no podemos olvidar que, por debajo, está la vida corriente de todo el mundo, que es lo que la bronca tiene que defender.
El otro día, en una entrevista para The Objective, JuanSoto Ivars contaba que él nunca jamás ha escrito sobre su hijo. Habló muy bien y muy bonito de la paternidad (que le ha hecho más valiente —eso me encantó— porque sabe qué o quién importa), pero dijo que no se ve escribiendo de su hijo porque eso sería literaturizarlo.
Dos amigos vieron la entrevista y me avisaron corriendo porque yo escribo mucho (como se ve más arriba) de mis hijos, de mi perra y hasta de mi mujer. Les dije que me parecía muy bien que Soto Ivars no escribiese de su hijo. Teniendo en cuenta su talento, a lo mejor nos sacaba a los demás del campo.
Yo, en cambio, me sentiría falso si mi boca y mi pluma y mi ordenador no hablasen de lo que abunda en mi corazón. Supongo que la formación periodística de Soto Ivars y la mía poética nos marcan dos caminos muy distintos. En poesía, sólo se habla de lo que te rebosa por dentro: Dios, la familia, la belleza de un paisaje cotidiano, el trabajo ordinario, el tiempo que uno es y que se le escapa, etc. Con ese entrenamiento, natural que uno hable de sus hijos.
Y lógico que quien es un periodista de raza, no hable de sus hijos, acostumbrado a medirse con la rabiosa actualidad. Yo creo en la libertad personal, en la división de tareas y en el trabajo en equipo, así que estupendo que Soto Ivars y yo no nos pisemos las respectivas mangueras.
Lo que él hace es muy valioso y yo le aplaudo esa defensa de la libertad de expresión y su lucha encarnizada contra el tabú. Por mi parte, yo estoy con Chesterton: «Un padre y una madre unidos en matrimonio, tomados de la mano, paseando con sus hijos en brazos, van a ser el gesto más revolucionario e intrépido en este decadente siglo».
No se trata, en cualquier caso, de ganar una competición de gestos intrépidos, sino que cada cual haga el columnismo que considere más pertinente, ya sea dórico, jónico o corintio, y que luego el lector se arrime al capitel que más le apetezca en cada momento.
Por lo pronto, yo he salvado la columna de hoy con la película vista, la compra hecha y el paseo a la perra dado. He cumplido con todos y le he sacado la lengua al siglo decadente. Seguro que Soto Ivars hubiese escrito otra cosa estupenda, pero lo mío, siendo mío, no está mal.