«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

La Argentina inentendible

28 de octubre de 2023

Nadie que no haya padecido el peronismo puede intentar explicarlo. A veces ni siquiera quienes fueron, o son, sus víctimas lo logran. Así de complejo es ese movimiento que opera como una ciénaga que se come todo, atrae y ahoga por partes iguales. Se leen comentarios tratando de analizar racionalmente los resultados de las recientes elecciones argentinas y todos, sin excepción, desde el más modesto portal online hasta el Washington Post, se equivocan.  

Ochenta años de peronismo han moldeado un perfil de país pobre, clientelista, poco educado y con enormes heterogeneidades. Hay que reconocer que no lo hizo sólo; la semilla del populismo que sembró fue regada por las sucesivas administraciones. 

Salvo minorías de alto poder adquisitivo que suelen apostar por la excelencia académica e invierten en educación de calidad para sus hijos, el grueso de la población participa del sistema de dádivas. Hay tres generaciones que viven del empleo público o de los planes de asistencia que otorgan los gobiernos de manera discrecional. En la actualidad hay 182 programas sociales vigentes que alcanzan a 25 millones de beneficiarios, sobre una población total que ronda los 45 millones. Claramente, se subsidia la pobreza pero no sólo con esos planes que se otorgan en dinero o en provisiones. En la Argentina son gratuitas la escolaridad desde el nivel inicial hasta la universidad y la salud. Se subsidian los servicios esenciales de electricidad y agua, los transportes y hasta la compra de electrodomésticos.

Salud y educación de mala calidad, con esperas de meses para obtener una consulta médica, un tratamiento o una intervención quirúrgica. La escuela ha mutado durante las últimas décadas a lo que es hoy: comedor y refugio donde los padres dejan a sus hijos para ir a trabajar. Los miles de niños que asisten a los colegios públicos, ediliciamente deteriorados, sin calefacción y con más goteras que ordenadores, se aseguran una o dos comidas diarias. Tal es la pobreza de esas familias que, cuando un alumno se ausenta, los padres retiran la ración de comida que le hubiese correspondido de estar presente. 

El peronismo ha logrado transformar uno de los países más prósperos del mundo en esta tragedia. Por lo tanto, la dependencia económica es tal que no hay libertad de elección. Esa masa millonaria de rehenes carece de herramientas económicas para independizarse, porque la pobreza del contexto tampoco ofrece alternativas. No hay trabajo genuino en el sector privado por el achicamiento del mercado y la calidad de los empleos existentes es paupérrima. La huida de millones de personas durante los últimos años se explica en la necesidad de buscar un proyecto y mejores condiciones de vida. Ya no se trata únicamente de poblaciones marginales; el desplome económico alcanza a miles de familias de clase media que viven la angustia de no llegar a fin de mes, de endeudarse, deshacerse de comodidades a las que habían accedido con esfuerzo y comprobar que el proceso de retroceso es inevitable.

Mientras tanto, ese monstruo clientelar se sostiene con una presión tributaria demencial sobre los pocos sectores productivos que sobreviven, lo que desincentiva el ahorro y la inversión.  

Ahora bien, la campaña electoral expuso dos opciones: la continuidad, en cabeza del oficialismo o el cambio, encarnado en la figura del anarcocapitalista Javier Milei que propuso una completa revolución; severo achicamiento del Estado, cierre definitivo del Banco Central, privatización de empresas públicas, despido del personal que no cumple funciones en organismos del Estado y reducción a 8 de los 21 ministerios actuales son algunas de las medidas más difundidas. Descrita la foto de la realidad argentina actual, ¿a quién puede sorprender que un miembro del actual gobierno haya obtenido la mayor cantidad de votos en la primera vuelta electoral?

Si bien el partido de Mauricio Macri también compitió, no logró despegarse de su mala performance de gestión (2015-2019) que permitió la vuelta del kirchnerismo y tampoco pudo definir un perfil ya que su propia alianza contiene miradas político-ideológicas muy diferentes. La propuesta de Juntos por el Cambio vino luego de unas primarias feroces en la que los precandidatos se acusaron mutuamente y que desgastó aún más la coalición. 

Sergio Massa, actual ministro de Economía y candidato presidencial que se alzó con el 36% de los votos, nació a la política en el partido de Álvaro Alsogaray, el máximo exponente del liberalismo argentino del Siglo XX. Cuando esa fuerza se desdibujó por acuerdos con el peronismo, Massa fue de los que siguió la militancia política cercano al expresidente Carlos Menem. También acompañó a Néstor Kirchner y a Cristina hasta que ella intentó la reforma de la Constitución Nacional para conseguir un tercer mandato. El formó su propio partido y la enfrentó en las elecciones legislativas de 2013. Esa fue la primera de una seguidilla de derrotas que sufrió la actual vicepresidente argentina. El Frente Renovador de Sergio Massa mantuvo su individualidad desde entonces y captó un promedio de 15% de los votos.

Frente al fracaso del macrismo y la posibilidad de recuperar el poder pero sabiendo que el porcentaje de Massa había sido clave en el triunfo de Mauricio Macri en 2015, el kirchnerismo no se podía dar el lujo de volver a cometer el error de subestimar su capacidad de daño electoral; lo sumó al Frente de Todos y, el peronismo unido, ganó las presidenciales de 2019. 

Hace algo más de un año, Massa asumió como ministro de Economía; hizo acuerdos con el FMI, no fue capaz de moderar la inflación que galopa al 10% mensual o más, aumentó la pobreza al 40% y tiene pisado el tipo de cambio. En los últimos días la manera más eficiente para contener la suba de la divisa extranjera fueron operativos en el centro porteño con agentes de recaudación, policía y hasta perros entrenados para detectar dólares. Así y todo consiguió evitar las elecciones internas en la fuerza política que integra y se erigió como único candidato presidencial de su espacio. La habilidad política de Massa sólo se compara con su falta de escrúpulos.

Su discurso nunca tuvo la virulencia kirchnerista y sus ideas sobrevuelan más cerca del centro que de la izquierda, lo que hace presumir el ocaso de las ideas fogoneadas durante las últimas dos décadas. Hoy se presenta como un moderado que convoca a la unidad nacional. Lo que está claro es que su reciente triunfo, sin el apoyo de Cristina Kirchner, es una muy mala noticia para ella, que había apostado a hacerle lo mismo que a Daniel Scioli, el candidato que perdió frente a Mauricio Macri en 2015: restarle el apoyo en la campaña y contemplar su traspié. No pasó y ahora ambos saben que no se deben lealtades recíprocas.  

Volviendo a la campaña y al voto popular, incomprensible para el mundo, cabe poner el foco en los 25 millones de rehenes del Estado nacional y de los estados provinciales. Sobre esa marea humana operó la campaña del miedo, al son de un simple mensaje: «Puedes perder lo que recibes». 

Y funcionó; tan simple y tan patético como eso. Millones de personas vieron peligrar las migajas con las que sobreviven: poca y mala comida, atención sanitaria y formación escolar pero la sola idea de tener que proveérselas por sí mismos los abrumó porque no saben caminar sin el bastón del Estado. Han nacido y crecido bajo esas condiciones. Es limosna pero no es algo; es lo único con lo que cuentan. Es gente que no puede proyectarse, no tiene con qué pensar en mañana, personas que tienen cancelado el largo plazo. Viven el día. Sobreviven el día.

¿Está bien? Claramente, no. Pero es la explicación para haber votado la continuidad y no el cambio. Sin embargo, la moneda aún está en el aire. El 19 de noviembre tendrá lugar el ballotage y recién entonces se podrá afirmar si pesó más el temor o la esperanza.

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