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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

La cartelería

26 de abril de 2023

Tengo pendiente una columna para La Gaceta defendiendo la osadía de los columnistas que nos lanzamos al vacío de opinar sin tener un conocimiento exhaustivo (valga la redundancia) del tema. La anécdota que lo ha motivado es que yo estoy deseando sumarme al proyecto de Ideas, dirigido por Hughes con tan buena mano. Por fin había encontrado un tema excelente. Haría una enérgica reivindicación de la lectura de don Diego Saavedra Fajardo, el Maquiavelo católico y español, esto es, el antimaquiavelo; pero a su altura intelectual o más, aunque mucho menos renombrado, también por católico y español.

Quiso mi suerte (buena o mala) que coincidiese en una amena cena con el profesor Ramón de Meer, que acaba de terminar una tesis doctoral de más de mil páginas sobre el gran pensador. Le consulté las líneas generales de mi pequeño ensayo para Ideas y no le parecieron tan buenas (las líneas) o muy matizables (las ideas). Se me escapaban flecos, aspectos, dimensiones, referencias, citas y bibliografías. «¡Por supuesto!», habría yo exclamado si fuese menos respetuoso con las tesis doctorales. Decidí dejar pasar la empresa política de hablar de Saavedra Fajardo. Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de recomendarlo y eso lo puedo hacer desde aquí. Es muy recomendable: un gran pensador que hemos de conocer mejor y sopesar más.

Ahora quiero escribir la defensa de la ligereza opinativa. Pero me parece mejor empezar a predicar con el ejemplo. Así que hoy voy a hablar de un tema del que no sé nada: del marketing político.

Una excelente campaña de Vox sería aquella en la que en los carteles no saliese ni Santiago Abascal ni Buxadé ni Ortega Smith ni tan siquiera Reyes Romero, siendo ella quien es. Sino todo lo contrario. Una buena foto de Mohamed VI con este eslogan: «Él jamás votará a Vox». Una foto favorecida de Mertxe Aizpurua y el mismo lema: «Ella jamás votaría a Vox». También se podría ampliar a otros lemas con más imaginación: una foto de Pablo Iglesias y un entrecomillado: «Si gana Vox, yo me voy de España». Rufián, Yolanda Díaz, Txapote, Junqueras, Puigdemont, Jorge Bustos, el rapero Cecilio, una redactora jefe de la COPE y, sobre todo, Pedro Sánchez. También Feijoo con otra variación del cartel: «Prefiero que votes al PSOE que a Vox», y Borja Sémper y Cuca Gamarra, con la misma martingala. Reservaría algunos carteles para Ursula Von der Layen. Sin insultos. El hecho desnudo. Dejando claro que no se identifica a unos con otros salvo en el común denominador de su alergia a Vox. Se movilizaría muchísimo voto.

Supongo que algún experto en política me explicaría con la misma paciencia que Ramón de Meer lo de Saavedra Fajardo, los mil matices y pormenores, resquicios y sutilezas. Quizá usar a Arnaldo Otegui en la cartelería de Vox no sea ni siquiera legal. Y es probable que se prefiera lanzar un mensaje propositivo con los rostros reconocibles de los líderes que tiene Vox. Y yo, que reconozco el leal saber y entender, diría que quien la lleva (la campaña) la entiende.

Pero sí me atrevería a sugerir que mi campaña soñada (a la que se podía añadir una foto de una grúa destrozando un embalse y un piso de ocupas y un violador saliendo de la cárcel) no busca inspirar sentimientos negativos ni tan siquiera reactivos.

Yo creo que hay un aspecto positivo, incluso muy positivo, en el hecho de que Vox despierte esa antipatía transversal entre los muy diversos enemigos exteriores o internos o de perfil de España, de su campo, de su economía y de sus tradiciones. No sería un voto en realidad contra de nadie, sino una llamada de atención sobre el hecho llamativo de la extraña unanimidad que Vox despierta entre los que repudian determinadas maneras de ver la vida, que aún son las mayoritarias entre nosotros.

Los escolásticos, que eran muy sabios, decían que a veces era más fácil definir lo que era algo por la vía negativa. Muchos españoles, sin duda, entenderían mejor lo que sí es Vox viendo el conjunto heterogéneo de quienes no lo quieren ver ni en pintura.

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