«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

La madre de la Mandrágora

24 de mayo de 2021

La actualidad se derrumba y yo leyendo, con los nervios de punta, un libro de hace 500 años. Tiene su explicación, precisamente, en que explica muy bien la actualidad. Se trata de la obra de teatro de Maquiavelo titulada La Mandrágora (1518).

La obra no es más que una teatralización algo subida de tono de la célebre justificación de los medios para conseguir el fin. De hecho, Maquiavelo escribió La Mandrágora para entretenerse del desengaño de la fría recepción de El Príncipe. O para insistir en lo mismo de una manera más amena y comercial, tirando de «relato», como se dice ahora.

Lo llamativo es un aspecto aparentemente circunstancial. Maquiavelo, en la obra, se muestra partidario del aborto: un pro-choice de libro, con los mismos argumentos que ahora. Pero, sobre todo, con la misma agenda oculta que ahora. Lo expone de una forma tan transparente y pedagógica que conviene no obviarlo.

Los personajes principales de La Mandrágora, para aprovecharse de un bobo y vencer la virtud de su joven y hermosa mujer, necesitan el concurso de un fraile, pues de otra manera ella se resistiría. A éste le proponen que colabore en un aborto. Para lo que, con una mano, se le ofrece mucho dinero, que podrá repartir en un sinfín de limosnas y acciones caritativas, y, con la otra, le dan un sinfín de razones humanitarias para que acepte. Entre ellas, salvar el honor de la chica embarazada, de su familia y del monasterio donde está acogida, además de permitir que rehaga su vida, etc. A cambio de tanto beneficio, qué piden, casi nada: «Total sólo ofendéis a un pedazo de carne no nata, sin sentido, expuesta a perderse antes de llegar a término». En suma: «Es bueno lo que satisface a la mayoría».

Mucho le tenía que importar dejar dicho que el mejor medio para comprar una voluntad es corromper su conciencia.

El fraile accede, rendido a la cantidad de argumentos humanitarios, utilitarios y crematísticos. Entonces Maquiavelo pone sorprendentemente sus cartas sobre la mesa con mano maestra. Toda la historia del aborto es una patraña. Quienes querían corromper al fraile necesitaban que él consintiese en eso, aunque luego no lo perpetrase. Así lo tendrán a su merced en «algo de menor calibre, de menos escándalo, mejor visto por todos y más útil para vos». El hombre ve la trampa, pero no tiene remedio: «Ahora que ya me he comprometido […] no hay nada que no hiciera por vos», confiesa.

La historia sigue, pero aprovechemos nosotros el golpe de audacia que un maquiavélico Maquiavelo tuvo al incorporar una escena tan escandalosa a su comedia. Mucho le tenía que importar dejar dicho que el mejor medio para comprar una voluntad es corromper su conciencia. Que escogiese el aborto arroja además una luz concreta sobre el tipo de corrupción requerida, que implica sacrificar a un inocente, las excusas necesarias y por qué, cinco siglos después, se sigue usando el mismo expediente al pie de la letra con sociedades enteras.

Ese aborto —en este caso ni siquiera llevado a la práctica— es suficiente para dejar absolutamente vencidas todas las resistencias interiores. Traducido a nuestros tiempos: para quedar inerme en las manos del poder basta aceptar con el voto o con la indiferencia los prolijos argumentos a favor de la supuesta pobre chica embarazada y sus atribulados padres; de la poca cosa que es, a fin de cuentas, un feto; y de la utilidad para todos (menos para el feto).

No olvidemos que Maquiavelo en su obra de teatro sigue hablando de política, que es lo suyo. Está ejemplificando su teoría del poder. Benedetto Croce, por eso, dudó del calificativo de «comedia» para esta obra, pero para Maquiavelo lo era en cuanto que la corrupción triunfa para la más completa satisfacción de (casi) todos.

La lección del gran tratadista político hay que atenderla con cuidado, aunque sea a contrario sensu. Cualquier corrupción moral, incluso de la forma más pasiva, indirecta o tácita, termina debilitando la resistencia que los cínicos más temen: el muro de nuestra conciencia. En sus Discursos Maquiavelo lo dice literalmente: «Un pueblo corrupto […] sólo con una dificultad grandísima se mantendrá libre». Lo que conviene al «Príncipe», esto es, a los poderosos que desean someterlo cuanto más subrepticiamente mejor es evidente. Una idea central de Maquiavelo es que no hay compartimentos estancos entre la vida civil y la militar, ni por supuesto con la moral. Todas son guerras de poder por otros medios.

La aprobación del aborto en nuestros países no es un hecho aislado o indiferente ni un signo ineludible de los tiempos, sino que tiene unas consecuencias inmediatas y extendidas

Como nos explica el filósofo brasileño Olavo de Carvalho: «Maquiavelo no se conforma con la pura observación realista de los hechos, ni con la objetividad científica que alguno de sus devotos modernos le atribuye». Ofrece un prospecto para alcanzar el poder y, de paso, «goza de las maldades que observa y las contempla con la mirada extasiada de un entendido en el arte».

Entender de lo suyo, entendía. De modo que, leyendo La Mandrágora, se sacan dos conclusiones encadenadas, una mala y otra buena. La aprobación del aborto en nuestros países no es un hecho aislado o indiferente ni un signo ineludible de los tiempos, sino que tiene unas consecuencias inmediatas y extendidas, y, sin lugar a duda, un propósito político mayor. La segunda conclusión es que nuestra consistencia moral, aunque parece poca cosa y muy alejada del epicentro del seísmo de la actualidad, es un imprescindible baluarte.

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