Mira que nos ponen difícil desconectar. Qué manía con politizarlo todo. Aguantamos el coñazo tras las elecciones francesas. Que si no han pasado, que qué bonita la unión. Como si fuera edificante ver al siniestro Melenchón, ese Pablo Iglesias viejuno, a las turbas propalestinas y los destrozos. Siempre hay una excusa para los destrozos de la izquierda. ¿Ganan? Destrozos. ¿Pierden? Destrozos.
Luego llegan las eliminatorias de la Eurocopa. Salen los jugadores multimillonarios a darnos lecciones de progresismo. Y todo el mundo dando el coñazo con la España “racializada”. Inventándose a una derecha que reniega de su selección. Qué cursis. Antes teníamos que aguantar al entrenador que había en cada casa. Ahora, además, son politólogos. Te hablan de la España plural, del aporte extranjero. De cómo los negros enriquecen. Y me acuerdo de Donato, de Marcos Senna, de Engonga, de Diego Costa. Nadie nos daba la turra por entonces. Lo politizan todo. Qué pesada la izquierda. Y qué manera de perpetuar estereotipos. Dos de las mujeres más importantes de la progresía demostraron no tener ni puñetera idea de fútbol. Irene Montero cambió la raza de Dani Olmo porque convenía al relato. Lady Paro cambió una fecha. Las dos mintieron. No debieron ver el partido del que hablaban. O prestaron poquita atención. A mí la cosa me pilló fuera de España. En Croacia. Un país muy civilizado y bonito que aconsejo visitar. Me sorprendió cómo la gente apoyaba a España en las terrazas donde vimos el campeonato. Una alegría.
Pero la turra es universal. No hay forma de escapar. Son unos tristes. Empapados de una seriedad histórica que es todo pose. Comencé a notarlo cuando estudiaba teatro. Años a. Solían decirnos que el arte cambiaba el mundo. Y yo lo creía. Ahora me entra la risa.
Estoy ocupándome de mis plantitas. Porque largarte diez días tiene su precio y el ojo del amo engorda el caballo. Y hasta con eso me dan la turra. Ante el ataque a traición de la maldita cochinilla, en el vivero, una chavala me pregunta por el stress de mis ejemplares y me da el coñazo con la madre tierra. Me aconseja un producto muy suavito y biológico. Y yo, a pesar de que entiendo lo que me dice, de que podría estar de acuerdo, por fastidiar, le contesto que quiero el veneno más fuerte que tenga, aunque contamine los acuíferos, aunque me salga una pilila en la nariz tras sulfatar mis plantas. Quiero acabar con la plaga. Ese es mi objetivo. No salvar al puñetero planeta. De camino a casa paso cada día por un huerto vecinal. Ponen cartelitos y todo. Y la seriedad con la que se reúnen es tronchante. Parece la asamblea de la ONU. No les falta de nada, ni un topicazo. Todo en valenciano, por supuesto. Y una banderita palestina. Un día que estaba cabreado, con ganas de pelea, les grité una coña: ¡a ver si limpiamos ese huerto de hierbajos, gorrinos! y se lanzaron contra mí a decirme estupideces. ¡Las caras de odio! No matarán a un solo bicho, pero a mí, como a los judíos, me hubieran triturado. Todos quieren salvar al planeta pero nadie quiere fregar los platos, que decía aquel. Respetemos a los bichos, pero machete al machote y muerte a los fachas.