El jueves pasado se cumplió un año de ese hito del género epistolar salido de la pluma de quien manifestó ser «un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también». Cinco días después de su carta a la ciudadanía, Sánchez visitó a Felipe VI para comunicarle… que se quedaba, claro. Muchos de los que de él dependen, respiraron aliviados. La España sanchista es así, se inquieta por las cuitas personales del doctor, que también tranquilizó a los suyos —«estoy bien»— después de ese paseíllo, el único, que se dio por Paiporta. Nada hay que reprochar a Sánchez, que ya enseñó parte de su voluminoso ego cuando afirmó que pasaría a la historia por haber exhumado al dictador de su tumba en el Valle de los Caídos. El reproche, en todo caso, debe dirigirse a sus palmeros, los mismos que ahora asumen, beatíficamente, la subida en el gasto militar hasta lo exigido por el emperador Trump. Todo vale con tal de llegar a 2027 pues, por el camino, pueden pasar muchas cosas.
Con un aparato mediático tan bien engrasado, Sánchez, que ahora ofrece una nueva dosis de circo llamada La familia de la tele, que tiene algo de regio, pues cuenta con una princesa, la del pueblo, es capaz de resignificar la compra de material bélico bajo la fórmula «adquisición de instrumentos de defensa». Eufemismos aparte, la medida choca frontalmente, aunque eso a quién le importa, con sus manifestaciones pretéritas. El mismo Sánchez que dijo que prescindiría del Ministerio de la Guerra, el de Defensa, mueve partidas presupuestarias para comprar armas, sin exponerse a debate alguno en el Congreso. La medida ha sido respondida con un mohín de la papista Yolanda Díaz. Por cierto, si el término «ultra», está conectado históricamente con el de «ultramontano», es decir, con el de los fieles a Roma: ¿cabe calificar de «ultras» a los franciscanistas españoles?
El veto a la compra de armas a Israel ha servido para dar un efímero balón de oxígeno a la gallega y a Izquierda Unida. Incluso para que algunos recuperen el «¡OTAN no! ¡Bases fuera!». Los mismos que, sin plantear una alternativa realista, beben los vientos por la autodeterminación de los pueblos, es decir, por el divide y vencerás tan útil a los imperios. La minicrisis ha beneficiado también a Podemos, cuyas cabezas visibles, la otra anda a vueltas con la ampliación de la Taberna Garibaldi que han de pagar quienes le siguen en su lucha contra el fascismo, han sido las más beligerantes contra la escalada armamentística de Sánchez. Bien saben Montero y Belarra que la izquierda española es la campeona del pacifismo, por lo que, acaso un nuevo «¡No a la guerra!», podría suponer un revulsivo, una ocasión para mantener esos escaños inaccesibles ya para los compañeros, compañeras y compañeres de base.
Así las cosas, la izquierda española, o estatal, si se prefiere, parece dispuesta a un reparto de papeles que pudiera dar los números en unas futuras elecciones. El PSOE adoptaría el papel institucional, grave, ese que requiere de responsabilidad, es decir, de elevación del gasto militar. Una inyección de propaganda convencerá a su electorado, nunca inferior a los 100 escaños. A Sumar le quedará la lucha por la reducción de jornada laboral, ligada al fortalecimiento de las redes clientelares o asistenciales. En el extremo, completado por los secesionistas, el anticlerical Podemos, guardián de las esencias franciscanas, las del finado Bergoglio.