«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

Nosotros los impresentables

10 de marzo de 2017

Tengo que comenzar reconociendo que últimamente he tenido muchas dudas sobre lo que soy, particularmente porque nací varón, tengo pene, me atrae mucho mi mujer (quien nació con vagina) y estoy dispuesto a morir por mi familia. Muchos dicen de mi que soy, además, un neocon porque quise introducir la tolerancia en el mundo islámico (idea en la que seguiría creyendo si no fuera por la falta de voluntad de hacer lo que es necesario para llevarla adelante); otros que soy un sionista encubierto porque defiendo a Israel sin ser judío, sólo porque creo en un país con una identidad fuerte, inspirado por la religión y dispuesto a luchar por su supervivencia en medio de un mar de barbarie; y hay quienes me acusan de conservador o, incluso, de facha, a pesar de que poco veo en nuestro entorno que merezca la pena ser conservado, sinceramente, tan dominados como estamos por las izquierdas de todos los partidos.

Pero –y no puedo decir que gracias a Dios, sino a las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid- Cristina Cifuentes ha venido a iluminarme con su particular gracejo pijo-progre: soy un “impresentable”. Y todo porque no sólo no condeno la reciente campaña de Hazte Oír (organización a la que no pertenezco, dicho sea de paso) con su autobús sobre niños con penes y niñas con vulva, sino que la aplaudo. Es decir, hablando claro, porque no me resigno a ser sometido a los dictados totalitarios del lobby del arcoíris y porque me rebelo contra la pasividad cómplice de la derecha institucional española.

Es difícil hablar de los intelectuales orgánicos del PP cuando éste es un partido voluntariamente desnudado de idea alguna, pero los voceros del gobierno, incluyendo notables periodistas, se han rasgado las vestiduras ante la osadía de Hazte Oír con su autobús. Eso sí, como no se atreven a criticar lo que la mayoría de ciudadanos ve como algo normal, justifican que la Comunidad de Madrid y el Gobierno movilicen a sus servicios jurídicos bajo el razonamiento de que están en contra de que se manipule o instrumente a los niños. Pero su falsedad no se sostiene porque la verdad es que se movilizan contra la campaña del autobús de Hazte Oír pero no lo hicieron con la campaña previa de Chrysallis Euskal Herria, la que afirmaba que “hay niñas con pene y niños con vulva”. Porque, en realidad, no están criticando la contraprogramación del bus naranja. Lo que condenan es que alguien tenga los arrestos para decir basta ya al discurso único de la izquierda y monte una contra-campaña. Critican la rebeldía del sentido común y de la gente normal, porque ellos, cobardes disfrazados de intelectuales, han perdido la capacidad de resistencia. Se mueven ya en el seno del universo mental de la izquierda.

Así como en Estados Unidos llegó la hora de los deplorables, en Europa está llegando también su momento. Incluso a España, siempre diferente, como nos contaba las campañas turísticas del franquismo, también hemos llegado los –según Cifuentes- impresentables.

¿Y qué queremos nosotros los impresentables? Poca cosa, pero lo primero es lo primero: denunciar que el futuro que promete la izquierda, por muy de seda que lo vista, sólo nos traerá menos libertad y más pobreza, como ha sucedido allí donde la izquierda del siglo XXI, que es igual que la del Siglo XIX, se ha aupado al poder. Pero también exponer que la derecha institucional ha dejado de ser conservadora y/o liberal. Hace tiempo que perdió la voluntad de plantar cara a la socialdemocracia y a la izquierda cultural y ha acabado por creerse que la mejor forma para mantenerse en el poder es suplantarles en todo, incluidos sus planteamientos ideológicos. Que el PP ha dejado de ser lo que era, es algo comúnmente aceptado. Y si a alguien le queda algún resquicio de duda, que piense en la declaración de Hacienda que le espera en unas pocas semanas.

Ahora bien, cuando la derecha renuncia a tener ideas, la sociedad queda expuesta únicamente a la ideología de la izquierda y de la extrema izquierda, con el riesgo de que lo sensato se vaya perdiendo progresivamente y la estupidez se convierta en lo normal. Prueba de la locura colectiva es la pregunta que a partir de ahora se debe hacer un capitán de navío ante una emergencia: ¿A quién evacuar primero, a los niños con vulva o a las niñas con pene?.

Y no se trata de una cuestión jocosa. A los impresentables nos preocupa –y mucho- la naturaleza antidemocrática, anticapitalista y anticristiana de la izquierda. Como igualmente nos preocupa el capitalismo de amiguetes, la política del pesebrismo y la ausencia moral de la derecha institucional. Con la agresividad de unos y la pasividad de los otros, el hecho es que se ha inyectado en la sociedad dosis antihumanas de relativismo, secularismo y pacifismo: Todo vale; no hay nada más allá de nuestro hedonismo; y nada merece la pena ser defendido. A eso ha llegado el conjunto del mundo occidental, incluyendo a España. Posiblemente, nosotros más.

Los impresentables creemos que nuestras élites políticas y buena parte de las económicas, el establishment, no sólo son los principales responsables de nuestro lamentable estado, sino que son irreformables y se han convertido en el problema. Ya no son parte de la solución. Sólo hay que escuchar a Mariano Rajoy, por poner un ejemplo. Por tanto, el cambio, la renovación y la regeneración no cabe esperarlas de nuestros gobernantes y sus proyectos vacíos. Sólo pueden venir de la sociedad. La sociedad, ese concepto abstracto y difuso, al que tanto se han referido los políticos de la postguerra, a la que se creía dominada por las promesas de una paz perpetua y un progreso material ilimitado, de repente se ha rebelado. Las historias de los gobernantes caen en entredicho; los periódicos a su servicio pierden lectores y, más importante, su credibilidad; algunas asociaciones, como Hazte Oír, se remueven y comienzan a plantar cara. Se vota el Brexit; se rechaza el acuerdo con las FARC; vence Donald Trump; crece la derecha alternativa en Europa…

Spain is different también ahora. Al menos no he oído a ningún otro gobernante, sólo a Mariano Rajoy, denostar de las fronteras nacionales. Pero los impresentables sabemos que si no se protegen las fronteras ninguna nación puede sobrevivir. De la izquierda no nos debe extrañar, precisamente porque quieren acabar con la identidad nacional, que sean favorables a una política de puertas abiertas y a la acogida de millones de emigrantes y decenas de miles de “refugiados”. Siempre todo lo que erosiona la nación es bienvenido en los altares de la izquierda. ¡Qué decir de la derecha institucional! El PP ha hecho suya la tesis de los socialistas de Felipe González: “España es el problema, Europa la solución”. Hay que diluir a España en más Europa. Eso es lo que ha venido a defender nuestro presidente en la reciente cumbre europea de los 4. Qué pena que estos cuatro líderes, Hollande, Merkel, Rajoy y Gentilone no hayan cuidado un poco más la puesta en escena: Versalles es el mejor símbolo del fin de un régimen, lo opuesto a cualquier proyecto de futuro. También es verdad que esta nueva banda de los 4 poco futuro tiene, estando Hollande camino de su casa, Gentilone pensando en cómo retrasar unas elecciones que se ven por todos como inevitables, Merkel en entredicho en su casa y Rajoy a expensas de lo que pase en el seno del Partido Socialista. Nunca se ha visto tanta debilidad disfrazada de ambición. Eurotitanic podría haber sido el pie de foto de esta cumbre de bajuras.

Los impresentables estamos convencidos de que la emigración masiva y peor si es, además descontrolada, es una bomba de relojería que tiene que ser desactivada. Mariano Rajoy se jacta de que España es una potencia en nacionalizaciones, pero conceder un pasaporte a quien no se siente vinculado a nuestra Historia, a nuestro proyecto común, a la necesidad de transmitir nuestras señas de identidad a las generaciones venideras, no es más que añadir células malignas a un cuerpo ya de por sí muy debilitado. Los impresentables no nos avergonzamos de ser etno-nacionalistas, de querer proteger al pueblo español tal y como se ha transmitido durante siglos de familia en familia. La nacionalidad no debe depender de intereses económicos ni de cambios de residencia. España debe acabar con la práctica de la doble-nacionalidad, porque debe exigir compromiso pleno, exclusivo. Una nación tiene todo el derecho de decidir quién vive en su suelo y tiene la obligación de defender y proteger a los suyos por encima del resto. Si no, no es una nación.

Los impresentables nos sentimos orgullosos de nuestra Historia y de nuestras raíces judeo-cristianas. Nos guste o no, es la lenta cocción de la Historia y de la religión lo que ha dado forma a la civilización occidental, la nuestra. De ahí que veamos con alarma la islamización de nuestra sociedad. Cuando sólo existe una religión, ésta acaba por imponerse. Máxime cuando encierra la ambición de ser hegemónica y dictar las normas éticas, políticas y sociales como hace el islam. El terrorismo islámico (ahora que se puede volver a usar el término gracias a Trump) es una amenaza indudable y directa; la jihad invisible, la cultural y social, no lo es menos. De ahí que, si nuestra compasión y solidaridad tiene que mostrase, que empiece por acoger las comunidades cristianas que están perseguidas en todo el Oriente Medio. ¿Todo? No, en Israel existe libertad religiosa y se puede practicar cualquier culto sin miedo a sufrir castigos. Pero sólo en ese pequeño gran país. 

En fin, los impresentables expresamos nuestras creencias y puntos de vista sin complejos. No sentimos la obligación de hacernos perdonar ningún pecado original y mucho menos la urgencia de correr a contentar a la izquierda y nuestros enemigos. Por qué nos odia la izquierda es fácil de entender. Por qué nos odia la derecha institucional, la del PP de Rajoy es algo que sus líderes deberían contestar. Aunque no lo harán. Cree que su silencio alimenta el silencio de los corderos. Pero los corderos ni son suyos ni van a seguir siéndolo. Es cuestión de tiempo.

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