Lo ha vuelto a hacer. Zidane ha vuelto a dejar en fuera de juego a los antimadridistas. Comprobado. Vean un partido en un bar de la costa rodeados de los turistas que salen de la capital en busca del rayito de sol que brillaba por su ausencia en el Bernabéu. Ni en el tendido 7, de Las Ventas, he notado tanta acidez. “¡Qué haces!” “¡Que así noooo!”, igualito que gritan en San Isidro mientras mis sandalias quedaban hundidas entre montañas de cáscaras de pipas. Existen hábitos que no cambian ni a kilómetros de distancia. Se reproducen. Peor que en la Scala de Milán que salían, entraban, comían, pataleaban…. Para colmo, el partido parecía tener vocación de interminable desde los primeros minutos.
Como en los toros, no sabes si las faenas largas duran tanto porque –dicen- se encuentran cómodos con el toro. O al contrario, era al balón al que parecía gustar ese paseo soporífero. Suerte que antes de llegar a la media hora del encuentro, el gol de Ronaldo, a pase lujurioso de Carvajal, fue el toque de clarín que espabiló a los que cabeceaban en plena siesta. “¡Qué cabrón!” rumiaban los antiZidanistas. Entonces me acordaba de Tomás Campuzano cuando se quejaba del exigente aficionado, “los del tendido 7, que se creen que saben mucho y no tienen ni idea de toros”. Y no seré yo la que intente convencer de este Real Madrid leyéndoles una especie de epístola de San Pablo. El gol de Parejo estuvo a un gin tonic de hacer caer a medio bar rebozado en placer, pero el Valencia venía con más ganas que soluciones serias. El saludo del goleador ché al periodista con un “Buenas noches” a las seis de la tarde fue la perfecta definición surrealista de este Valencia, que apuntaba Juanma del Álamo en Twitter.
El Madrid avanza con las luces largas encendidas, conocedor de la carrera de fondo. Y, a contrarreloj. Cada gol, cada punto, cada toma de oxígeno, cuenta. Oxígeno esas dos autopistas laterales, Marcelo y Carvajal. Por algo lideran la clasificación de defensas con más asistencias en Liga y Champions.
No nos va a faltar auxilio de un lado al otro de la orilla. Bregando, centrando, disparando…o, lo que es lo mismo, las siete virtudes del toreo, según José Bergamín: ligereza, agilidad, rapidez, destreza, facilidad, flexibilidad y gracia. El gol de Marcelo significa casi una Liga. Un crochet pisando los terrenos del toro con valor, el que levanta al aficionado de sus asientos. Y, los críticos de Zidane trastornados en el dilema de los erizos de Cernuda, “ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo”. Zinedine ha creado un bloque camaleónico capaz de adaptarse a las exigencias de cada batalla. Y, con la personalidad de los genios que apuntaba Samuel Beckett, “el deber de un artista es atreverse a fracasar”. Este plantillón es un muestrario soberbio de talento.
El rival directo, por otra parte, sigue fluyendo por inercia. Victoria esperada frente al Español. Real Madrid y Barcelona no se pierden de vista, como esos corredores que antes del pistoletazo de salida se vigilan implacables. Echaré de menos las ruedas de prensa de Luis Enrique. Sólo falta que suene de fondo ‘Amargura’, la conocida marcha procesional que dedican a las vírgenes en Semana Santa. Cómo armoniza cada respuesta, con qué contumaz aburrimiento: “Menos mal que me queda poco ya”, soltó el otro día en la previa. Si coge el Papa a los periodistas que han seguido al Barcelona en la época del asturiano los canoniza.